¿Qué pasará si vivimos hasta los 150 años?
La esperanza de vida ha aumentado espectacularmente en los últimos 100 años. Se calcula que en 2050 el número de ancianos rondará los 2.000 millones. En los próximos 30 años la población mundial alcanzará los 9.700 millones. Y en 2.100 se espera que seamos más de 11.000 millones. Retrasar el envejecimiento es sin duda un gran logro para la humanidad. Pero una población envejecida también puede generar graves problemas sociales y económicos.
Frenar el envejecimiento: una utopía posible
La esperanza de vida en la Grecia Clásica no superaba los 30 años. En la Edad Media alcanzó los 40 años. A finales del siglo XIX apenas rozaba los 50. Los grandes avances médicos y científicos logrados a lo largo del siglo XX elevaron la esperanza de vida hasta los 70 años. Y hoy en algunos países supera los 80 años. ¿Pero dónde está el límite? ¿Vivirán nuestros hijos hasta los 150 años?
David Sinclair, profesor de genética y director del Paul F. Glenn Center para la Biología del Envejecimiento de la Universidad de Harvard, lleva 25 años investigando cómo frenar el envejecimiento. El profesor Sinclair afirma que a finales del siglo XXI nuestra esperanza de vida alcanzará los 150 años gracias al desarrollo de productos químicos que mejorarán nuestras defensas y combatirán el deterioro físico y cognitivo. Según Sinclair, el envejecimiento es una enfermedad y como tal puede tratarse. Si nos administramos el tratamiento adecuado, podemos retrasar notablemente sus efectos. Cada día, el mismo Sinclair se prepara un compuesto realizado a base de NMN (un potenciador de NAD+, una sustancia que fabrica nuestro organismo y que se reduce con el paso de los años), resveratrol (un antioxidante presente en la uva roja) y metformina (un fármaco antidiabético). La verdad es que a sus 50 años, el profesor Sinclair luce un aspecto muy juvenil, casi aniñado. No tiene una sola cana, prácticamente ninguna arruga y según los análisis de sangre, su edad metabólica ronda los 31 años. Y como curiosidad, su padre, que acaba de cumplir 80 años, también está siguiendo su tratamiento “milagroso”.
En su libro “Lifespan” (Esperanza de vida), publicado en 2019 y que aún no ha sido traducido al castellano, David Sinclair afirma que ya ha testado su compuesto rejuvenecedor en ratones y que ha funcionado con éxito. En los experimentos realizados en laboratorio, los ratones recuperaban un aspecto juvenil, se movían con más rapidez y sus tejidos recuperaban vigor. Hace un año Sinclair comenzó a realizar un ensayo clínico en seres humanos, con un grupo de voluntarios. Si el experimento concluye con éxito, Sinclair se propone lanzar su compuesto “antiedad” al mercado.
Otro científico que está probando sus teorías en su propio cuerpo es Alex Zhavoronkov, experto en medicina regenerativa nacido en Letonia y que trabaja en Hong Kong. Zhavoronkov asegura que toma cada día más de 100 comprimidos, entre suplementos vitamínicos y medicamentos, y sigue una dieta estricta de unas 1.600 calorías. Según sus teorías, Zhavoronkov cree que así logrará vivir hasta los 150 años. Zhavoronkov ha realizado algunas declaraciones polémicas, como, por ejemplo que “casarse no entra en sus planes, porque cuando vas a vivir 150 años casarse es realmente una decisión trascendental”, que “sólo practica sexo con colegas científicas porque las interacciones postcoitales suelen ser muy aburridas” o que “trabaja 20 horas al día”.
¿Una población envejecida es un peligro para la economía?
La historia demuestra que cada siglo la humanidad vive más años. En España, por ejemplo, la esperanza de vida ha crecido 15 años sólo en las últimas cuatro décadas. Pero la expectativa de una vida larga sugiere preguntas que van más allá de la ciencia: ¿Cómo viviremos una vejez tan prolongada? ¿Cómo afectará esa situación al mercado de trabajo? ¿Nos jubilaremos a los 120 años? ¿Estará el planeta preparado para alimentar a una población de más de 15.000 millones de personas? ¿Qué efectos económicos y sociales provocará una población de tal magnitud?
La pirámide poblacional mundial indica que cada vez vivimos más años y que cada vez nacen menos niños. Este fenómeno se conoce como envejecimiento poblacional y tiene efectos perniciosos sobre la economía, como la reducción de la población en edad laboral, el elevado número de jubilados o el incremento en gasto social. Históricamente esta transformación demográfica ha sido contrarrestada con la llegada de población inmigrante.
Japón, con un 27% de su población mayor de 65 años, es el país con la tasa de envejecimiento más alta del mundo. Su tasa de natalidad también es la más baja del mundo. En 2017 nacieron menos de 1 millón de niños, el número más bajo que se haya registrado jamás.
Esta situación está provocando en el país nipón una crisis que puede alcanzar unas dimensiones descomunales. Según algunos estudios, en 2065 Japón podría perder un tercio de su población, es decir, unos 88 millones de personas.
Estos cambios demográficos no están sucediendo solamente en Japón. Por ejemplo, en todos los países desarrollados los jóvenes han abandonado el campo y las ciudades están superpobladas. Hisakazu Kato, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Meiji, en Tokio, se refiere a este desequilibrio como una “sociedad polar”.
Con este panorama, muchas zonas rurales están condenadas a la desaparición. En nuestro país a este fenómeno lo conocemos sobradamente y lo denominamos la “España vaciada”.
El envejecimiento poblacional también suele acarrear otras consecuencias. Por ejemplo, la disminución del crecimiento económico, debido a una reducción de la demanda y un incremento de los gastos en sanidad. También, los sistemas de pensiones pueden verse colapsados para cumplir todos sus compromisos. Asimismo las diferencias entre Norte y Sur pueden agigantarse y los movimientos migratorios podrían desplazar a más de 400 millones de personas en los próximos 30 años.
Sin duda el mundo necesita soluciones imaginativas para afrontar los efectos del envejecimiento poblacional. Si queremos aprovechar los avances científicos que nos permitirán vivir más de 150 años, debemos acompañarlos de decisiones que aseguren economías fuertes que sostengan sistemas de pensiones eficaces y duraderos.