Una sola raza
La comunidad científica ha desterrado en las últimas décadas la existencia de razas dentro de la especie Homo sapiens. Las diferencias externas causadas por los genes no solo han resultado ser insignificantes, sino que, en la práctica, son inútiles para valorar lo más esencialmente humano que es nuestra conducta y nuestro pensamiento.
El desuso de la raza como categoría humana no responde a planteamientos políticamente correctos, ni a un intento de compensar moralmente a las víctimas de los estragos producidos por el racismo. El término etnia ha terminado por desplazar al de raza. Por etnia entendemos a todo grupo humano que comparte una identidad, historia y cultura particulares, al margen de sus características físicas y genéticas.
Después de los avances de las últimas décadas, se sabe que la distancia genética entre dos africanos separados por apenas cientos de kilómetros, que para las antiguas clasificaciones raciales serían considerados como de raza negra, puede ser mayor que entre un europeo y un asiático que consideramos pertenecientes a razas diferentes. Además, los grupos humanos se han mestizado hasta la saciedad, hallándose en un individuo rastros genéticos de innumerables poblaciones humanas lejanas en el tiempo y el espacio.
Recientes evidencias indican que hace alrededor de 300.000 años existieron en África Central individuos arcaicos de nuestra especie. En ese continente, H. sapiens ha permanecido cinco sextos de su existencia. Por tanto, la mayor parte de la variabilidad genética humana se concentra en África. El resto, los descendientes de aquellos individuos que se aventuraron fuera del contienen africano hace unos 60.000 años, aparecimos como adaptaciones superficiales al entorno local, modificando alrededor de un 0,01% de nuestros genes. La alimentación, la higiene y el cuidado de la salud hacen que las diferencias físicas y la esperanza de vida entre unos y otros grupos sea hoy todavía mayor.
Aunque resulte muy sencillo diferenciar a un recolector bosquimano semidesnudo de un trajeado bróker irlandés, las diferencias que más parecen separarlos tienen que ver con la cultura en la que han crecido y no con sus genes o su aspecto. Como podemos comprobar todos los días, niños adoptados de continentes lejanos se sociabilizan de idéntica manera a los naturales de esta tierra, al margen de sus genes, sin más problemas añadidos que los derivados del trato recibido por aquellos que no dejan de recordarles su pertenencia a una supuesta raza diferente.
Nuestra especie es muy dada a la categorización social, a asignar ciertas características a grupos humanos para albergar la ilusión de conocer a los individuos pertenecientes a esa categoría. Ese afán categorizador nos ha llevado a pensar que las diferencias externas nos separan más de lo que en realidad lo hacen, mientras que teorías basadas en la supremacía racial han tratado de justificar el abuso legal de unos grupos humanos por otros. Pero en última instancia, hoy, casi todos coincidiremos en que la decencia y la calidad moral carecen de correlato con el color de la piel.
Contra la categorización étnica o racial siempre existe la posibilidad de adscribirnos a una categoría superior, la que nos hace a todos ser miembros de la misma especie. Al fin y al cabo, todos tenemos parecidas aspiraciones y similares anhelos.
Reproducción del clásico experimento de Kenneth y Mammie Clark con niños y muñecas en los años treinta del siglo pasado, que ponía de manifiesto el prejuicio basado en la raza y la percepción de la supremacía de blancos sobre negros.
Carlos Laguna • Desarrollador de software y estudiante de psicología