En una sociedad que se encuentra dormida, deberíamos despertar aquello que ruge en nuestro interior.
Hace unos días quedé con un amigo de la facultad que estaba de visita en España. La crisis que nos asola hizo que hace un año y medio Darío dejase Madrid para buscar un hueco entre los periodistas de Chile. La búsqueda de una oportunidad, de progreso, de su profesión o, mejor dicho, de su sueño le dieron alas hasta ese país sudamericano que, según él, es el paraíso.
En la pequeña charla que tuvimos en una cafetería de Malasaña me hablaba de lo difícil que fue el viaje, la adaptación a un nuevo país, de las barreras burocráticas, del rechazo de algunos al inmigrante. Casi con lágrimas en los ojos me contaba cómo vivió los primeros meses y de cómo por su cabeza pasó la idea de volver a España y dejar así sus deseos de trabajar como periodista metidos en un cajón que no volvería a abrir. Y cuando pensó que todo estaba perdido, que era la hora de coger el avión de vuelta a nuestro país, llegó la oportunidad. La primera parte del sueño.
Comenzamos a hablar entonces de la sociedad dormida que nos rodea. Una sociedad a la que le da vergüenza enseñar los valores que le caracterizan, a la que parece que no le importa renunciar a sus sueños. Una sociedad que se ha olvidado de luchar. Recordaba entonces una conversación que tuve antes de acabar el año con uno de mis mejores amigos. Llevaba viendo a Rober mucho tiempo desmotivado, triste. Después de cinco años trabajando en una importante consultora, su vocación de escritor tenía que salir a flote.
– Vivo amargado, no sé que pinto ahí.
Llego al trabajo, enciendo el ordenador y tras ocho eternas horas salgo de la oficina con la sensación de haber perdido ocho horas de mi vida.
Su sueño siempre fue ser escritor. En la facultad siempre fantaseábamos con nuestras historias ficticias que cobraban vida entre cafés y partidas de mus. Creábamos personajes con tanto carácter y personalidad que eran capaces de ayudarnos con esas largas partidas de cartas en la cafetería de la universidad. Con auténtica pasión, hacíamos que esos personajes hablasen, bailasen, viajasen y que se enamorasen. Todos los días tenían nuevas historias que contar, casi nos fusionábamos con todos esos protagonistas de historias escritas por novatos, haciendo que nos conociesen como los bohemios (y locos) del edificio diez. Y nos encantaba. Después de muchas hojas llenas de frases y tachones ya no escribíamos historias. Escribíamos sueños.
– ¿Por qué no te tomas un tiempo para ti? Descansa la mente y, con lo que tienes ahorrado, tómate un tiempo y comienza a escribir de nuevo. Envía los escritos a revistas y editoriales. Puede que tu cansancio sea el aviso para que empieces de cero, para que empieces de nuevo…
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Por Elsa Moure.