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Sobre el individualismo ético

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Cuando observo los síntomas de la, así llamada, “crisis económica”, me doy cuenta de que se confunden los síntomas con el origen de la situación, no es extraño, es, de hecho, una actitud común y extensible a otros aspectos de la vida en la consciencia humana contemporánea. Desde mi punto de vista, lo que viene ocurriendo, no ya desde hace unos pocos años, sino desde hace décadas, no es, precisamente, una “crisis económica”.

Del mismo modo podría decir, que no concibo “la felicidad” tal y como nos la presenta la imaginería mediática, la vida es lo suficientemente compleja y rica en matices como para que una idea unilateral, homogénea y masiva de la felicidad pudiera justificar su devenir, el devenir de la vida. No relaciono estos conceptos (crisis económica y felicidad) de modo casual, observo una estrecha interacción entre ellos, tanto funcional como simbólica, y, la nada inocente gestión que se hace de los mismos nos está conduciendo a un estado de letargo o “desesperación sostenible”, en términos anímicos, de desequilibrios sociales y degradación ambiental insostenibles.

La aparente extrañeza que pudiera producir esta relación se vería rápidamente desactivada con sólo dar un paseo por una ciudad cualquiera de Europa, por cualquiera de sus calles comerciales, repletas de imágenes y reclamos en los que se percibe una invitación sugestiva a la evasión consumista, o también, asomándose a las estadísticas que recogen el ingente consumo de medicamentos estupefacientes. Por poner dos ejemplos.

Pienso que el sentido de la vida es la experiencia de la vida. La vida es una propuesta de experiencia: proposición y experiencia como límites y fundamento al mismo tiempo, en presente, de la consciencia, desde los que afrontar los retos de la vida. Es una posición de coraje, sin duda, pues supone abandonar toda creencia o prejuicio en el que hubiéramos podido sostener cualquier garantía de seguridad.

La poesía ha reconocido la vida como una etapa del gran viaje, desde hace cientos de años. En nuestra época el viaje no puede asegurarse más allá de las certezas que cada cual, individualmente, pueda vislumbrar desde el ejercicio de su propia iniciativa, lo que nos indica un sentido esencial de nuestra experiencia de la vida: desarrollar “el ser de iniciativa” que nos trajo a este mundo, que nos sostiene durante el viaje, y que nos revela su presencia cada vez que nos percibimos en estado de carencia, aislados o faltos de libertad. “El ser de iniciativa” que propone todas las preguntas y que, de de vez en cuando, nos regala respuestas.

Desde esta perspectiva no es posible comportarse como un creyente, como disposición general del ánimo, únicamente el futuro nos indica las metas, más allá de las condiciones dadas, pues sólo desde la aspiración del futuro son reconocibles los ideales.

Los ideales, que no son tan superficiales como para que la, así llamada, realidad, los condicione o satisfaga. Esto quiero decir, también, que la experiencia anímica no está sujeta de un modo determinado al carácter perecedero de los sucesos exteriores, y, que los ideales tienen una vida independiente, una entidad que trasciende la naturaleza y el tiempo. Si no, no serían ideales.

Podríamos proponernos, tal vez fuera necesario, un ejercicio de observación sobre la idea de “crisis económica” desde un “horizonte de ideales” y desde el ejercicio del “ser de iniciativa”, pues lo que manifiesta esta situación es el modo tan abstracto en el que experimentamos la realidad espiritual de la existencia. Quiero decir, que cuando pensamos en economía desaparecen las consideraciones éticas en relación al comportamiento humano, esta ausencia configura el “carácter peculiar” de la vida económica y social en nuestro tiempo: una vida económica carente de ideales y sin sujeto responsable (trascendente).

La evolución de la economía no puede desvincularse de las consideraciones éticas, si pensáramos en cualquier cosa que pudiera representar un valor, esa simple consideración sería, de hecho, un juicio ético. Por lo tanto, para nombrar la actual situación social no debiéramos apelar a otros términos que aquellos que nos remiten a la idea de una “crisis cultural-espiritual”, o, dicho de otro modo, la vida cultural no se ocupa lo suficiente en la realidad económica.

El desafío consiste en trascender la visión dogmática del determinismo materialista sobre el comportamiento económico, advertir los intereses ocultos que mueven las formulaciones relativas a las leyes del mercado, la maximización del beneficio, y todos aquellos conceptos que nos alejan de la verdadera experiencia económica.

Tenemos que pensar e imaginar la realidad económica como una experiencia humana fundada en la decisión individual consciente y libre: en el libre reconocimiento de la propia necesidad, de la necesidad del prójimo. Pensar en la humanidad necesitada como un todo.

El inicio de una nueva época, un camino hacia la prosperidad genuina, aquella que llegará a manifestar los incalculables dones de los que somos portadores los seres humanos, las facultades creadoras por la cuales aspiramos dar cuerpo a un inédito “nuevo orden social”.

 

Artículo escrito por Mikel Vázquez Eguskiza, Director de Identidad Corporativa Triodos Bank
Publicado en el nº 8 de la revista Ideas Imprescindibles