Carmen se ha levantado a las siete y media. Ultimar el disfraz de Mateo para la fiesta del colegio le ha arrebatado varias horas de sueño y deberá dedicar más tiempo al maquillaje. Se acaba de duchar y se encuentra frente al armario eligiendo ropa. El vestido azul sería una buena elección, si no fuera porque está en la lavadora. Los vaqueros resultan muy cómodos pero también demasiado informales, a las once debe presentar un informe a la junta directiva. El vestido negro combinado con la chaqueta burdeos puede ser una opción adecuada. Mientras se adentra en el complejo proceso de la elección de sus zapatos, recuerda que tiene cita con el ginecólogo a las cinco y que el coche sigue en el taller. ¿Cuál era la estación de Metro más cercana? Mañana es el cumpleaños de su madre y aún no ha comprado un regalo. “Otra vez un ramo de flores puede reflejar que no me he esmerado mucho”, piensa.
La mayor parte de nuestro tiempo lo dedicamos a resolver problemas que requieren una solución creativa. Estos retos exigen a nuestro cerebro pensar de forma divergente, es decir, partiendo de un enunciado debemos plantear numerosas alternativas para seleccionar la que resuelve el problema de la manera más sencilla y eficaz.
Sin embargo, desde pequeños, aprendemos a pensar de forma convergente, en otras palabras, nuestros padres y educadores nos obligan a encontrar, partiendo de un enunciado, la única respuesta que soluciona ese problema. En el pensamiento convergente sólo existe una respuesta correcta, no hay dos ni tres. O aciertas o estás equivocado. O lo haces bien o lo haces mal. En el pensamiento divergente existen infinitas respuestas, infinitas posibilidades, y no se trata de acertar sino de crear, imaginar, construir. Y el resultado no se mide por un acierto o un error, sino por la originalidad de las respuestas.
El agitado despertar de Carmen demuestra que la creatividad no es patrimonio de un puñado de elegidos. Todos somos creativos. La creatividad es un rasgo natural de nuestra genética, un componente esencial de nuestro ADN. Basta entregar a un niño una hoja en blanco y unos lápices de colores y esperar. En unos minutos la hoja se habrá llenado de imágenes y el niño habrá creado de la nada un mundo de colores y formas. Parece magia. Pero no lo es.
¿Por qué dejamos de ser creativos?
La creatividad es una habilidad inherente a la condición humana. Crear es un acto propio de nuestra naturaleza. Sin embargo, a medida que maduramos y que nuestras vidas progresan nuestra facultad de crear se diluye y caemos en la rutina y la previsibilidad. ¿Pero a qué se debe que perdamos esa fabulosa capacidad para crear? Las razones son diversas, pero entre los inhibidores que erosionan la creatividad destaca la nefasta influencia de nuestro sistema educativo.
El sistema educativo occidental se basa en el conocimiento a través de la memorización. Durante nuestro período de aprendizaje almacenamos datos referentes al funcionamiento de las matemáticas, las leyes de la física, la geografía, la historia o las ciencias naturales. En todos estos casos existen marcos de referencia que determinan si nuestros conocimientos son correctos, suficientes o insuficientes. Durante este proceso el niño se va despojando paulatinamente de su innata habilidad para sugerir alternativas y posibilidades y va interiorizando modelos, métodos y certezas que en la mayoría de las ocasiones ni entiende ni comparte.
Ken Robinson, educador, escritor y conferenciante británico y uno de los expertos en creatividad más reconocidos del mundo, asegura que las escuelas matan la creatividad. En sus conferencias, libros y artículos Ken Robinson insiste en la idea de que las escuelas premian a los alumnos que están callados y toman apuntes y sin embargo castigan a los alumnos que arriesgan y se equivocan. A la larga este sistema genera ciudadanos obedientes, sumisos y adaptados, que rara vez disfrutan con sus trabajos y que malgastan sus vidas realizando labores que no les interesan. Tras quince o veinte años de educación represiva los jóvenes están preparados para formar parte de una sociedad llena de ciudadanos grises, mediocres, resignados y poco participativos.
En conclusión, las consecuencias de anular la creatividad en las escuelas son devastadoras para el individuo y para la colectividad.
Ken Robinson / Las escuelas matan la creatividad:
¿Podemos recuperar la creatividad?
Recuperar la creatividad no sólo es posible sino que se antoja necesario. Las profundas transformaciones que debe acometer nuestra sociedad requieren el talento de mentes libres y creativas. La reconquista de la creatividad es un objetivo prioritario para toda sociedad en crisis. El mundo necesita nuevas ideas, nuevos caminos, nuevas ideologías.
¿Pero por dónde empezar?
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Por Jesús Vázquez.