Ecología Emocional: un nuevo horizonte para la gestión sostenible de nuestras emociones
El deshielo del polo norte, el calentamiento de la Tierra, la capa de ozono, las energías contaminantes y la sobrexplotación de los recursos naturales son fenómenos que oímos a diario en los medios de comunicación. Lamentablemente, la crisis medioambiental es un hecho por todos conocida; ahora bien, lo que quizás no se conozca tanto sea la aplicabilidad y los paralelismos que se pueden establecer entre estos términos y la vida emocional de cada uno de nosotros.
El medio ambiente tiene mucho más que ver con nosotros de lo que podemos pensar a primera vista. No sólo porque con nuestro consumimos exasperado y nuestros estilos de vida estemos provocando tales desastres naturales, sino sobre todo, porque el mundo que habitamos y destruimos refleja lo que nos está pasando en nuestro interior, nos habla de cómo nos tratamos también a nosotros mismos.
Si entendemos nuestro bienestar emocional como un ecosistema que está conectado en mutua interacción con los demás y con el mundo que nos rodea, no será difícil empezar a ver las similitudes y equivalencias entre uno y otro terreno. Así lo plantean Mercè Conangla y Jaume Soler, creadores del término Ecología Emocional, un concepto que se está extendiendo como la pólvora en los últimos años y se está aplicando con gran éxito en innumerables ámbitos, como el desarrollo personal, la educación, la salud o la organización empresarial, por citar sólo algunos de ellos.
Pero, ¿qué es exactamente la Ecología Emocional? Tal y como sus autores la definen, se trata del arte de gestionar nuestras emociones y sentimientos de forma que su energía promueva conductas que aumenten nuestro equilibrio personal, favorezcan nuestra capacidad de adaptación, la mejora de nuestras relaciones y el respeto y cuidado de nuestro mundo. Dos valores están profundamente unidos a este planteamiento: la responsabilidad y la conciencia del impacto emocional global, pues la gestión de las propias emociones no se puede delegar a otras personas.
Si bien no nos podemos responsabilizar de lo que sentimos en la mayoría de las situaciones, si somos responsables y nos tenemos que hacer cargo de lo que hacemos con aquello que nos pasa y de las consecuencias que de ello se derivan. Así, debemos reciclar nuestros residuos emocionales a diario, de lo contrario, corremos el riesgo de utilizar a quienes nos rodean como contenedores para volcar nuestra tensión y toxicidad no procesada.
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Por Diego Albarracín y Ana López / Centro Abierto