¿Por qué ponemos nombre a los huracanes?
Florence, Katrina, Frankly, Gert, Harvey, Irma, Arthur. Bertha, Dolly. Fay. Gonzalo. Hanna… Todos los huracanes tienen nombre propio. Una circunstancia que a nadie sorprende. ¿Pero a qué se debe? ¿Y por qué los huracanes a veces tienen nombre de mujer y otras de hombre?
¿Desde cuándo ponemos nombre a los huracanes?
Nombrar a los huracanes con nombres propios en vez de recurrir a números o términos técnicos evita la confusión y facilita la divulgación de alertas entre la población. En el caso de emergencias climáticas se ha demostrado que es un recurso muy útil.
Para saber cuando se empezó a utilizar esta curiosa técnica debemos remontarnos hasta finales del siglo XIX. En 1887, Clement Lindley Wragge, un meteorólogo inglés aficionado al espiritismo y que realizó innumerables viajes por todo el mundo, empezó a denominar a los huracanes con nombres ordenados alfabéticamente. En un primer momento se inspiró en nombres mitológicos y también de políticos que no eran de su agrado, y más tarde comenzó a utilizar nombres de mujer.
Anteriormente, a la mayoría de las tormentas tropicales que asolaban el área de las Antillas se las solía conocer con el nombre del santo del día en el que aparecían. Por ejemplo, al huracán que azotó Puerto Rico en 1825 se le denominó “Santa Ana”. Esta costumbre perduró hasta un siglo después. En 1928 el huracán que sacudió también Puerto Rico fue conocido como “San Felipe”. En Gran Bretaña, durante la era victoriana, los meteorólogos británicos nombraban los huracanes al azar. Por ejemplo, en 1842, una tormenta que destruyó el mástil de un barco llamado Antie acabó llamándose así precisamente, Antie.
Poco a poco, el sistema ideado por Clement Lindley Wragge fue ganando cada vez adeptos y finalmente se consolidó entre la mayoría de los meteorólogos.
En 1953 el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos (NHC, por sus siglas en inglés), creó una lista de nombres femeninos para los ciclones tropicales del Atlántico. La idea se inspiró en la práctica de varios meteorólogos del ejército estadounidense que, durante la II Guerra Mundial, decidieron escoger nombres de sus esposas, madres o amantes para denominar a los huracanes.
Esta costumbre se convirtió en norma y perduró hasta 1978, año en el que se empezaron a incorporar nombres masculinos para evitar un desequilibrio de género. Un año después, en 1979, la Organización Metereológica Mundial (OMM) y el Servicio Metereológico de Estados Unidos acordaron alternar nombres masculinos y femeninos, una costumbre que aún se sigue utilizando en nuestros días.
Los nombres de huracanes también se reciclan
Los nombres de los huracanes se organizan cada año por orden alfabético, alternando nombres masculinos y femeninos, exceptuando las letras Q, U, X, Y y Z. Además, los nombres son distintos para cada región.
Esas listas, que utilizan nombres en tres idiomas (inglés, francés y español), se reutilizan cada seis años. Así, por ejemplo, la lista que sirvió en 2010 volvió a emplearse en 2017. Pero no es así en todos los casos. Los comités regionales de la Organización Metereológica Mundial (OMM), organización que pertenece a las Naciones Unidas y tiene su sede en Ginebra, se reúnen cada año para decidir los nombres de las tormentas que deben desaparecer por haber causado un impacto devastador y por respeto a las personas que perdieron la vida. Es el caso, por ejemplo, del huracán Katrina, que en 2005 causó más de 2.000 muertes en Nueva Orleans. El nombre Katrina fue “retirado” y sustituido por “Katia” cuando volvió a aparecer en 2011. En estos casos se cambia el nombre pero se conserva la misma inicial. Además el nombre anterior no podrá ser utilizado durante al menos los diez años siguientes. En 2017 se decidió retirar los nombres de los huracanes Irma, Harvey, Nate y María, que causaron graves daños.
En la actualidad, los nombres también cambian en función de la zona donde ocurren los huracanes. Por ejemplo, en la costa oeste del Pacífico, también se utilizan nombres de animales, flores, alimentos y personajes históricos. Es el caso de “Kulap” (rosa, en tailandés). En el caso de que aparezcan más de 21 huracanes durante la misma temporada y se agoten por tanto las letras del alfabeto latino, las tormentas adicionales se denominarán con nombres que empiecen por letras del alfabeto griego.