¿Por qué necesitamos abrazarnos?
En estos tiempos de distanciamiento social y de desconfianza, los abrazos se han convertido en un preciado tesoro. Los abrazos refuerzan nuestros lazos, nos dan calor y nos permiten expresar nuestros afectos. En estos días añoramos abrazar a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros hermanos, a nuestros amigos. Paradójicamente el confinamiento nos ha demostrado lo mucho que necesitamos dar y recibir abrazos. Y contamos los días para volver a rodear con nuestros brazos a nuestros seres queridos.
El poder sanador de los abrazos
Cuando abrazamos a otra persona, estamos acariciando su alma, nos estamos conectando durante unos segundos con su interior más profundo. Un abrazo es un refugio y constituye una de las formas de comunicación no verbal más poderosas que existen. Ahora que la desconfianza se ha apoderado de nosotros, un abrazo es más que un gesto, es un salvoconducto. ¿Pero cuál es el origen de los abrazos?
El abrazo parece ser un gesto natural. Los recién nacidos buscan el abrazo de su madre. Diversos estudios han demostrado que abrazar a un bebé estimula su actividad cerebral y previene la aparición de futuros traumas. De hecho, varios estudios han probado que las respuestas cerebrales de los bebés prematuros son mucho más débiles que las respuestas de los bebés nacidos en la fecha esperada. La falta de contacto físico con la madre, al permanecer los primeros días de su vida dentro de una incubadora, provoca en muchos bebés daños que pueden aparecer varios años después. Cuando los niños crecen convierten los abrazos en una seña de identidad. Abrazan a sus padres y se abrazan con otros niños mientras juegan. Cuando somos niños, abrazarnos es tan natural como respirar.
Por otro lado, los abrazos también tienen una vertiente cultural. En la antigua China, durante el período de Qin shi Huang, los militares se palpaban mutuamente para comprobar que no portaban armas. Era una especie de cacheo que demostraba que podían confiar entre sí. Este origen puede entroncarse con el origen de otros emblemas de nuestra gestualidad como el apretón de manos o la reverencia japonesa. Sin embargo, el origen de los abrazos es evidente que se remonta mucho más en el tiempo y que está lejos de ser exclusivamente una demostración de no agresión. El tacto es algo verdaderamente esencial en el ser humano y por eso vivir sin abrazos debilita nuestras relaciones más cercanas.
¿Todas las culturas se abrazan?
Según Robin Dunbar, profesor de Antropología Evolucionista de la Universidad de Oxford, no en todas las culturas la gente se abraza con la misma intensidad o frecuencia , pero sí que en todas las culturas las personas se tocan de una u otra manera. El profesor Dunbar afirma que “necesitamos la proximidad y el contacto con nuestros congéneres para segregar las endorfinas que nos relajan y estimulan nuestro sistema inmunitario”. Abrazar provoca una explosión hormonal que nos reconforta, nos ayuda a superar nuestros miedos, e incluso retrasa el envejecimiento.
Kathleen Keating, autora del libro “La Terapia del Abrazo”, afirma que “el sencillo acto de abrazar combate el insomnio, reduce el estrés y eleva el autoestima”. También en esta línea se posiciona Lia Barbery, abrazoterapeuta uruguaya y autora del libro “El lenguaje de los abrazos”. Según Barbery “al abrazar no sólo segregamos oxitocina – la llamada hormona del amor y la felicidad – sino que también liberamos serotonina y dopamina, lo que provoca una agradable sensación de bienestar, armonía y plenitud”. De hecho la abrazoterapia cada vez cuenta con más adeptos dentro de la comunidad de terapeutas. Según la revista Psychology Today, Paul Zak, neuroeconomista norteamericano y autor del libro “La molécula de la Felicidad: el origen del Amor, la Confianza y la Prosperidad”, se ha atrevido a prescribir ocho abrazos al día para liberar una cantidad adecuada de oxitocina. Además, según Paul Zak, “a diferencia de otros métodos que se centran en el bienestar exclusivamente propio, los abrazos potencian la interacción entre el yo y los demás. Un abrazo es un agente de unión. Nos sentimos bien al estar conectados a otros”.
En estos tiempos de distanciamiento y desconfianza los abrazos nos han recordado lo vulnerables que somos, lo mucho que necesitamos el calor de nuestros semejantes. Sin los abrazos estamos incompletos, nos falta la energía que nos transmiten nuestros seres queridos. Ni los efectos de una pandemia podrán acabar con la necesidad que tenemos de sentirnos acogidos, respaldados.