¿Existe un país en el que la felicidad de sus ciudadanos es lo más importante para sus gobernantes?
Aunque no te lo creas la respuesta es sí. Hay un pequeño país del sur de Asia, ubicado en la cordillera del Himalaya, donde a sus gobernantes, por encima de la balanza de pagos o el índice Dow Jones, les preocupa sobre todo la felicidad de sus habitantes. Ese país se llama Bután y hace años que dejaron de medir el Producto Interior Bruto para centrarse en la medición de la Felicidad Nacional Bruta de sus ciudadanos.
El reino de Bután limita al norte con la república Popular China y al sur con la India, cuenta con una superficie de 40.994 Km2 y su población ronda los 800.000 habitantes. Su forma de gobierno es una monarquía constitucional y su capital, Timbu, una ciudad de unos 70.000 habitantes, basa su actividad económica en un 40% en la agricultura. Bután es uno de los países más pequeños y menos poblados del planeta.
En 1907 Ugyen Wangchuck fue elegido rey heredero por una asamblea formada por monjes budistas, altos funcionarios y los líderes de las familias más influyentes. El gobierno británico reconoció inmediatamente al nuevo monarca y con la firma del Tratado de Punakha se decidió que Bután permanecería vinculado a la India. Cuando en 1947 India se independizó del Imperio Británico, Bután se convirtió en uno de los primeros países del mundo en reconocer a la India como un país independiente y dos años después, el 8 de agosto e 1949, el gobierno de Bután firmó un acuerdo con las nuevas autoridades indias para declarar su propia independencia.
Desde entonces la dinastía Wangchuck ha reinado con un estilo muy influenciado por la filosofía budista, poniendo en práctica políticas que cuando menos se han desmarcado de las políticas tradicionales occidentales. Entre esas políticas destaca por su singularidad la implantación del índice de Felicidad Nacional Bruta, un llamativo indicador que se empezó a utilizar en la década de los setenta, y con el que las autoridades políticas intentan medir el grado de felicidad de sus ciudadanos. A primera vista a más de uno puede parecerle una ingenuidad o una quimera, pero para entender esta medida, quizás haya que profundizar en lo que significa exactamente la felicidad para los butaneses.
En Occidente la influencia velada de un consumismo omnipresente ha ido cincelando a lo largo de las últimas décadas una idea de la felicidad asociada al bienestar económico y a la satisfacción inmediata. Sin embargo, en muchos países subdesarrollados, y debido también al arraigo de religiones como el budismo y el hinduismo, la idea de la felicidad es muy diferente y se vincula más con un estado de plenitud y de paz interior.
¿Pero puede medirse realmente la felicidad? En Bután el índice que mide la Felicidad Nacional Bruta tiene en cuenta tres dimensiones: primero, es integral, ya que reconoce tanto las necesidades espirituales, como las materiales, físicas y sociales del ser humano y concibe la felicidad como un fenómeno colectivo. Segundo, es sostenible, ya que se preocupa por garantizar el bienestar tanto de las generaciones presentes como de las generaciones futuras. Y tercero, es equitativo, ya que busca una distribución justa y razonable del bienestar entre todas las personas. Tal y como publicó la OMS (Organización Mundial de la Salud) en su web “desde principios del decenio de 1970, Bután ha fomentado el bienestar de la población por encima del desarrollo material. La felicidad, la salud y el bienestar están estrechamente unidos. Normalmente se considera que la buena salud es el determinante más importante del bienestar. Asimismo, los cambios que desencadenen una mala salud tienen efectos negativos y duraderos en el bienestar”.
Según Pema Wangda, Ministro de Trabajo del gobierno de Bután, “La felicidad es la ausencia del sufrimiento. Cuando no sufres, ya sea mental o físicamente, eres feliz. En Bután intentamos medir la felicidad con unos indicadores que hemos desarrollado. Por ejemplo, cuánto tiempo destinas para el ocio, para la familia, para asistir a festivales religiosos, actividades comunitarias o jugar con tus hijos. Trabajar es importante, pero a nuestros compatriotas les recomendamos que no trabajen todo el tiempo como robots”.
Analizando el caso de Bután es imposible evitar las comparaciones. La forma de vida en los países industrializados, pese a haber alcanzado un alto nivel de bienestar económico y prosperidad, está provocando unos efectos colaterales de las que no debemos sentirnos muy orgullosos: la soledad en los mayores, la depresión infantil, la obesidad o el alcoholismo son sólo algunos ejemplos. Por ejemplo, según este artículo publicado en Expansión “la mitad de la población sueca vive sola y el 40% afirma sentirse solo”. Ese abismo de soledad y abulia también fue denunciado por el cineasta Erik Gandini en documental “La teoría sueca del amor” (2015). El gobierno de Holanda, donde más de la mitad de las personas mayores de 75 años, unas 700.000, se sienten solas, ha aprobado un plan para detectar y combatir la soledad en los mayores. Corina Gielbert, directora del Fondo Nacional de Holanda para Personas de Edad Avanzada, afirmó en un artículo publicado en La Vanguardia: “todavía hay mucha gente que piensa que si de anciano estás solo, es porque tú mismo tienes la culpa”.
Bután y su singular indicador de la Felicidad Nacional Bruta pueden estar sugiriéndonos un nuevo camino a seguir. Quizás estemos desviándonos a la hora de crecer y madurar como sociedad y debamos enfocarnos en lo que realmente nos hace felices a las personas.