¿Por qué nos atraen las teorías conspirativas?

¿La llegada del hombre a la Luna fue realmente un montaje realizado por Stanley Kubrick en un plató de TV? ¿Organizó George W. Bush el atentado a las Torres Gemelas? ¿Existe un gobierno mundial dirigido por los Illuminati? ¿Fingió Elvis Presley su propia muerte? ¿Tramaron la CIA y el FBI el asesinato de Kennedy? Las teorías conspirativas seducen desde hace siglos a millones de personas, que encuentran en ellas respuestas a cuestiones controvertidas o enigmas sin resolver. ¿Pero por qué nos atraen tanto? 

A pesar de que las teorías conspirativas nunca han dejado de circular entre nosotros, la crisis sanitaria del COVID-19 las ha vuelto a poner de relieve. La dramática propagación del coronavirus ha provocado una oleada de teorías, rumores y bulos que, además de erosionar la confianza en las instituciones públicas, ocasionan divisiones y enfrentamientos en la sociedad. Las redes sociales han contribuido a difundir afirmaciones como éstas: el virus es en realidad un arma biológica fabricada por China, es un invento de una élite financiera para controlar a la población e instaurar un nuevo orden mundial o se trata de una consecuencia de la instalación de la red 5G. Hay teorías para todos los gustos.

Una teoría conspirativa es un intento de explicar un suceso histórico por medio de la existencia de grupos que actúan en la sombra.

La hipótesis de la que parten todas las teorías conspirativas es que los hilos del mundo los mueve una élite secreta muy poderosa. 

Las teorías conspirativas – también conocidas como conspiranoicas o conspiratorias – existen desde tiempos inmemoriales, pero la primera vez que se utilizó el término “teoría conspirativa” fue en 1909, aunque no fue hasta la década de 1960, en plena Guerra Fría, con acontecimientos trascendentales como telón de fondo, como la construcción del muro de Berlín, el asesinato de John F. Kennedy, la llegada del hombre a la Luna o la Guerra de Vietnam, cuando la expresión adquirió su sentido peyorativo. 

Según Ted Goertzel, profesor emérito de Sociología de la Universidad de Rurtgers, New Jersey (Estados Unidos), “la creencia en teorías de la conspiración se remonta a muy atrás”. Por ejemplo, durante la Revolución Americana (1765-1783) se extendió el rumor de que los ingleses querían esclavizar a los americanos y suprimir el protestantismo”. 

¿Cómo es la mente de un conspiranoico?

¿Cómo piensa una persona que abraza con facilidad las teorías conspirativas? ¿Qué le lleva a creer en la veracidad de estas teorías, a veces retorcidas, sin ninguna prueba? Según diversos estudios, el conspiranoico suele ser una persona compulsiva y autodidacta, que, en casos muy extremos, se obsesiona tanto que incluso llega a abandonar a su familia y su trabajo. La primera conspiranoica convencida de la historia fue Nesta Webster (1875 – 1960), una polémica historiadora británica que afirmaba que los Illuminati estaban planeando la dominación del mundo para instaurar un sistema comunista. Para llevar a cabo su plan, los Illuminati contaban con el apoyo de los bolcheviques, los judíos, los masones y los jesuitas. Según Nesta Webster, la sociedad de los Illuminati estaba detrás de sucesos como la Revolución Francesa, la Revolución de 1848, la Primera Guerra Mundial y la Revolución bolchevique de 1917. La obsesión de Nesta Webster llegó hasta tal punto que siempre empuñaba un revólver cuando abría la puerta de su casa.

Webster desconfiaba especialmente de los judíos. En 1920 publicó junto a otros autores una serie de artículos en el diario londinense Morning Post, bajo el nombre “El peligro judío”. Su obra llegó a influir en el pensamiento de políticos británicos de la talla de Winston Churchill, que llegó a citarla con respeto en varias ocasiones. Nesta Webster formaba parte de la Unión Británica de Fascistas, y elogiaba la figura de Hitler, al que consideraba el único capaz de acabar con la conspiración judía mundial. 

El historiador y politólogo estadounidense Daniel Pipes ha llegado a afirmar que Lenin y Hitler eran personas con un claro perfil conspiranoico. Stalin, a quien no le temblaba el pulso a la hora de decretar sentencias de muerte, tenía pánico a los médicos, porque estaba convencido de que querían asesinarlo. En sus últimos años, Mao Zedong se negó a recibir tratamiento médico porque sospechaba que pretendían acabar con su vida. Y en España, no podemos olvidar la obsesión de Franco por el contubernio judeo-masónico. 

Las redes sociales, un espacio idóneo para las teorías conspirativas

En el año 2018 unos investigadores italianos publicaron unas 4.700 noticias falsas en varias páginas de Facebook dedicadas a las teorías conspirativas, algunas incluso parodiando las teorías más descabelladas. Su objetivo era estudiar las reacciones de los seguidores de esas páginas. ¿La conclusión? El 91% de los seguidores no distinguieron entre una broma absurda y una tesis excéntrica pero argumentada. El estudio pretendía demostrar que los conspiranoicos carecen de habilidades para el pensamiento critico y procuran evitar el contacto con personas ajenas a su círculo de interés para reforzar sus ideas. 

Ted Goertzel, anteriormente citado, afirma que los conspiranoicos no son unos chiflados. Para muchos de ellos, promover teorías conspirativas es un hobby. Suelen ser personas muy inteligentes que sienten que sus capacidades no han sido reconocidas y se enfocan en encontrar fallos en el sistema”. 

Las redes sociales brindan una libertad extraordinaria para publicar información. Sin embargo, la difusión descontrolada de contenidos favorece la propagación de teorías conspirstivas y pseudocientíficas. Incluso durante el inicio de la crisis del coronavirus, el Foro Económico Mundial calificó este fenómeno como una de las mayores amenazas de la sociedad actual. 

Joe Uscinski, politólogo estadounidense especializado en teorías de la conspiración, afirma que “todo el mundo cree en alguna y quizás en más de una”. Según Uscinski, los conspiranoicos no entienden de clases sociales, ni edades, ni género, ni ideología. 

Un reciente estudio dirigido por Walter Quattrociocchi, investigador del Instituto de Estudios Avanzados MIT de Lucca (Italia), analizó el comportamiento de los usuarios de Facebook durante las elecciones italianas de 2013. Más de 35.000 personas compartieron la falsa noticia de que el Senado italiano había aprobado una ley que concedería una elevada suma de dinero a todos los senadores que no renovaran su escaño. Aunque el senador que había planteado la propuesta, un tal Cirenga, ni siquiera existía, la mentira se hizo viral. El estudio también concluía que las personas conspiranoicas no suelen leer los medios de comunicación convencionales, ya que están convencidas de que están controlados por el gobierno. Ese factor también puede influir a la hora de abrazar las informaciones falsas y los bulos que circulan por las redes sociales.