¿Por qué no se habla del suicidio?
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, cada año se suicidan en el mundo cerca de 800.000 personas. Es decir, una cada 40 segundos. Y eso sin tener en cuenta los intentos frustrados, que podrían multiplicar nada menos que por 20 las estadísticas. El suicidio puede producirse a cualquier edad. Entre los jóvenes, el suicidio es la tercera causa de muerte.
Incluso el suicidio infantil ha aumentado dramáticamente en los últimos años. Y Rusia, Corea del Sur, Japón, India o Lituania figuran entre los países que registran la tasa más alta de suicidios. En España se suicidan cada año cerca de 4.000 personas, más de 10 al día, mientras que, por establecer una comparación inevitable, en 2019 murieron en nuestro país 1.053 personas como consecuencia de los accidentes de tráfico. Es decir, la cuarta parte. Y sin embargo los medios de comunicación dedican un seguimiento frecuente a las víctimas en carretera, mientras que nunca dedican espacios para tratar el tema de los suicidios. ¿Por qué?
¿Por qué el suicidio es un tema tabú?
En España el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte no natural, y aunque parezca mentira, nunca se habla de ello. Ni los telediarios, ni los programas de radio, ni la prensa escrita dedican atención al suicidio, a no ser que la víctima sea una persona famosa, como un cantante de rock o una actriz de Hollywood. ¿A qué se debe este silencio?
Algunas voces señalan a un hipotético efecto contagio. Según algunos expertos, hablar abiertamente del suicidio podría normalizar este fenómeno y acabaría propagándose como un virus. Si la TV emitiera habitualmente programas abordando el tema del suicidio es probable que muchas personas encontraran una fuente de inspiración para solucionar sus problemas por la vía rápida. Es lo que se conoce como “el efecto Werther”, formulado en 1974 por el psicólogo David Phillips, y que debe su nombre al personaje de Johann Wolfgang von Goethe, que en la novela “Las penas del joven Werther” decide quitarse la vida tras un desengaño amoroso. La decisión del joven Werther influyó en muchos jóvenes de la época que le imitaron – estamos hablando de finales del siglo XVIII – y la obra desató una ola de suicidios en toda Europa. De hecho, la novela llegó a estar prohibida en Italia, Alemania y Dinamarca.
También es interesante tener en cuenta la posición histórica de la Iglesia Católica en torno al suicidio. En la tradición católica el suicidio se considera pecado, el suicida no tiene derecho a un entierro cristiano y además está condenado a quemarse en el infierno. Tal y como escribió el Papa Juan Pablo II en su Encíclica Evangelium Vitae: “El suicidio es siempre moralmente inaceptable, al igual que el homicidio. En su realidad más profunda, constituye un rechazo de la soberanía absoluta de Dios sobre la vida y sobre la muerte”. En un contexto así el suicida se siente angustiosamente solo, incomprendido, desamparado. Su soledad se mezcla inevitablemente con un profundo sentimiento de culpa, provocando una combustión de consecuencias devastadoras.
¿Es el suicidio una prueba del fracaso de nuestro estilo de vida?
Las voces más críticas señalan a nuestro estilo de vida como el verdadero causante del alto índice de suicidios. El estrés, el desempleo, la infelicidad, las deudas, la soledad, el miedo al futuro, el alcoholismo, las desigualdades, los problemas económicos, la incertidumbre, la competitividad o la falta de contacto con la naturaleza pueden estar pasándonos factura. Los problemas del primer mundo pueden parecer banales comparados con el día a día de los habitantes de los países subdesarrollados, pero lo cierto es que están detrás de muchos de los casos de suicidio. La angustia vital del suicida se vuelve inaguantable y sólo encuentra una solución.
Parece obvio que las sociedades modernas deberían reconsiderar sus modelos socioeconómicos pero esta vuelta de tuerca podría producir efectos colaterales. ¿Este debate no nos llevaría finalmente a poner en cuestión el sistema capitalista?
Es evidente que jamás habíamos alcanzado unos índices de bienestar tan altos, pero es igualmente cierto que nunca habían estado tan llenas las consultas de psicólogos y terapeutas. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Tiene nuestra sociedad del bienestar un lado oscuro? La falta de oportunidades, la falta de valores o la desigualdad pueden estar socavando los cimientos de nuestra sociedad. ¿Reside ahí la verdadera razón del silencio que existe en torno al suicidio? ¿A determinados grupos y organizaciones no les interesa que hablemos de los altos índices de suicidio porque son la prueba evidente de un fracaso?
Suicidio: la OMS está tomando cartas en el asunto
En el año 2014 la Organización Mundial de la Salud publicó un Informe titulado “Prevención del suicidio. Un imperativo global”. Su aparición evidenció la preocupación de las autoridades mundiales en materia de salud en torno al suicidio y lo situó en la agenda de muchos gobiernos. Para la Organización Mundial de la Salud, los suicidios son prevenibles, pero para que la respuesta de los gobiernos sea eficaz, es necesaria una estrategia integral multisectorial de prevención. La OMS insiste en dificultar el acceso a los medios que facilitan el suicidio, como las armas y ciertos medicamentos. Además, los servicios de salud deberían incorporar la prevención del suicidio como un componente esencial de sus planes, ofreciendo tratamientos específicos para los trastornos mentales o el alcoholismo. Asimismo debería prestarse apoyo y seguimiento a los individuos más vulnerables, se debería luchar contra la estigmatización, y habría que apoyar a las personas que han perdido a seres queridos que se han suicidado.