Manipulación del lenguaje: cuando las palabras las carga el diablo

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En “1984”, la archiconocida distopía orwelliana, el lenguaje se utilizaba como una poderosa herramienta de control del pensamiento. La “neolengua”, tal y como llamó Orwell al idioma que hablaban los personajes de su obra, servía al régimen totalitario para construir una realidad adecuada a sus intereses ideológicos.

La utilización del lenguaje como instrumento de manipulación no es un invento de George Orwell y ha existido desde el amanecer de la humanidad. En la actualidad el lenguaje está lleno de expresiones que recuerdan la “neolengua” orwelliana. “Ministerio de Defensa” para definir una institución basada en el ejército, “cese temporal de la convivencia” para referirse a un divorcio, o “devaluación competitiva del salario” para definir una bajada de sueldo, son sólo algunos ejemplos.

 

El nazismo, maestro en el arte de la manipulación

El filólogo y escritor alemán Victor Klemperer (1881-1960) dedicó una buena parte de su vida al estudio del papel desempeñado por el lenguaje en la ascensión del nazismo en la sociedad alemana de los años treinta. En su ensayo “LTI: La lengua del Tercer Reich”, Klemplerer recopiló numerosos ejemplos que demostraban que los líderes nazis utilizaron premeditadamente unas determinadas palabras y frases que repetían constantemente con el objetivo de manipular las mentes de los ciudadanos alemanes. Klemperer denominó a ese conjunto de palabras y frases “Lingua Tercii Imperii (LTI)” (la lengua del Tercer Imperio, en latín) y la definió como una poderosa herramienta de manipulación que convertía progresivamente ideas consideradas repugnantes y monstruosas en ideas aceptadas e incluso admiradas por la mayoría. Un ejemplo es la palabra “fanatismo”.

Hasta la llegada de Hitler al poder, la palabra “fanatismo” se había utilizado con un sentido despectivo. Sin embargo, los líderes nazis consiguieron que la palabra “fanatismo” se empezara a usar para definir una idea positiva y loable. Por ejemplo, los nazis utilizaban términos como “valentía fanática” o “amor fanático” para definir conceptos que consideraban admirables. Incluso Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda que diseñó la mayoría de las técnicas de manipulación nazis, llegó a inventarse la expresión “fanatismo feroz” con la intención de dotar a la idea de una fuerza aún mayor. Además, ciertas palabras incómodas fueron sustituidas por otras. Es el caso de “exterminio”, que fue reemplazada por “solución final” o “deportación” por “traslado”. Los hechos eran los mismos pero el lenguaje cambiaba su percepción, atribuyendo a sucesos aberrantes e indignos un sello de dignidad y heroicidad. Una maniobra de manipulación perfecta.

La persuasión, el corazón de la manipulación del lenguaje

A lo largo de la historia hemos aprendido que los que nombran la realidad pueden controlar la forma en que percibimos y entendemos el mundo. El poder de las palabras es inmenso y ejerce una influencia hipnótica en las personas. Los grandes maestros de la oratoria han sido conscientes de ese poder, y desde Pericles a Winston Churchill, pasando por Abraham Lincoln, Josef Stalin, Fidel Castro o Donald Trump, han utilizado esa enorme fuerza invisible para influir sobre las masas.

Los pensamientos y las opiniones se forman fundamentalmente a través de la palabra hablada y escrita. La escuela, la familia, la religión, el periodismo, la política o la publicidad son algunos de los ámbitos donde se suele utilizar el lenguaje como herramienta de manipulación. La esencia de la manipulación reside en la persuasión, una de las tres funciones básicas del lenguaje – junto a la empatía y la transmisión de información – y que todos utilizamos para intentar convencer a los demás de nuestras teorías. En el deseo de persuadir se encuentra el verdadero origen del poder manipulador de las palabras. Por eso es necesario detectar si la persona que está detrás de las palabras pueda tener algún interés oculto para pretender manipularnos. En la actualidad políticos y periodistas acaparan la mayoría de las sospechas, y sus palabras, sea a través de un tweet o de una entrevista emitida en televisión, deben ser analizadas en profundidad para detectar cualquier intento manipulador.

Las emociones, el principal aliado de la manipulación del lenguaje

El lenguaje manipulador está repleto de emociones. Palabras como “libertad”, “patria”, “dios”, “independencia”, “radical” o “felicidad” son utilizadas constantemente por políticos, periodistas, publicistas o líderes religiosos para provocar determinadas emociones en sus respectivas audiencias. Se trata de palabras muy efectivas que logran movilizar a los seres humanos en una dirección concreta. Incluso hay discursos que consiguen apropiarse de determinadas palabras, otorgándolas un significado que no es compartido del mismo modo por todos los individuos. “España” o “Cataluña” son dos claros ejemplos. En estos casos, las emociones reescriben el significado de las palabras configurando una construcción mental que se adecúa a los intereses y deseos de un grupo, y se opone a los intereses y deseos de otros grupos. Pese a los esfuerzos de Descartes y sus defensores por separar la emoción de la razón, los seres humanos no podemos evitar mezclar nuestras emociones con nuestro raciocinio a la hora de formar nuestras opiniones. Sólo así se entiende el efecto manipulador del lenguaje.

En estos tiempos gana relevancia la hipótesis de Sapir-Whorf, formulada en torno a 1940 por el antropólogo y lingüista estadounidense Edward Sapir y su discípulo Benjamin Lee Whorf, que establece que existe una relación directa entre el lenguaje que utiliza una persona y su forma de entender y conceptualizar el mundo. En otras palabras, el lenguaje construye la realidad.

Setenta años después de la publicación de “1984” la ficción distópica de Orwell, la utilización del lenguaje como mecanismo de control y manipulación parece más vigente que nunca. Las “neolenguas” contemporáneas actúan como idiomas artificiales que pretender controlar el pensamiento de los ciudadanos.