Les mines

Todos sabemos que la Responsabilidad de las Empresas ha ido evolucionando con el paso de los siglos, no es lo mismo cómo se entendía ésta a finales del siglo XIX que ahora. La Responsabilidad Corporativa ha dependido y dependerá siempre, de lo que en ese momento prime en la sociedad y en los intereses de las empresas. Por ejemplo, si hablamos de la importancia que se da ahora a aspectos relacionados con el cuidado del Medio Ambiente o al Trabajo Infantil o las Condiciones de Trabajo, nada tienen que ver con la visión que había hace apenas cuarenta años, no digamos hace ciento cincuenta. Pero no podemos caer en la postura fácil de cuestionar el pasado porque cada entorno social es diferente y las tecnologías que se han ido utilizando en cada momento son distintas, por no hablar del nivel cultural de la población.

Tampoco para la obtención de la rentabilidad, que es el fin de toda empresa, se han encontrado los mismos caminos. Hay claras diferencias entre las diferentes épocas, no es lo mismo cuando el producto final se obtenía con medios más artesanales y la producción se basaba en métodos manuales con herramientas simples dentro de un taller, que en la revolución industrial en la que empieza a importar el tiempo y se convierte en el objeto de mediciones obsesivas y el trabajador se especializa en una parte del proceso productivo dentro de una fábrica. O en los años de finales del siglo XX, en los que es la tecnología la que facilita una mejora de la producción en menor tiempo, en fábricas y oficinas, con unas condiciones de trabajo más ergonómicas, que se habla de seguridad en el trabajo y prima la idea de que un trabajador satisfecho es mucho más productivo. Todo es muy diferente a lo que ocurre hoy día pues las ideas sociales, además de rentabilidad, exigen a las empresas otros aspectos que van más allá, tales como la flexiseguridad, conciliación, gestión del conocimiento, transparencia, respeto al medio ambiente, a la legislación…

En definitiva, en función de cada época, en la sociedad, ha habido una transformación en la manera de generar rentabilidades en las empresas que les permitieran crecer y sobrevivir. Aquellas que mejor han sabido adaptarse a estos cambios son las que han ido superando cualquier situación de crisis, las que no, o han sufrido mucho o han desaparecido o simplemente han sido absorbidas por otras.

Insisto, no se puede cuestionar la forma en que se ha ido generando rentabilidad, por mucho que nos puedan chocar la organización y las condiciones de trabajo (es cuestión de evolución cultural). Las sociedades van evolucionando en sus maneras de pensar, las estructuras de los mercados (la oferta y la demanda), las legislaciones, las propias tecnologías que también han ido cambiando, la propia cultura, todo en conjunto, ha provocado formas de operar diferentes en las empresas, sin perder nunca, claro está, su objetivo principal: Ser rentables.  Hoy el acceso a la información, lo que podemos llamar la globalidad del conocimiento, provoca además, que si una empresa comete un error éste no solamente se quede en el círculo que afecta a los trabajadores y su entorno más cercano sino que se extienda mucho más allá, incluso saltando fronteras.

En el mes de agosto estuvimos visitando una mina de carbón en la zona del Llobregat, además de ser una experiencia “muy guapa”, como dicen por la zona, fue una visita muy didáctica y que me ha dado pie a escribir este artículo. Nos contaba la guía, de manera muy amena e instructiva, la historia de esta explotación minera. Nos hablaba de los inicios a finales del siglo XIX, de los diferentes emprendedores que habían ido aportando sus ideas, sus tecnologías, de la evolución hasta el año 2011…, su exposición, que además se veía reforzada por la propia visión de situaciones muy bien recreadas, se centraba en la vida de los mineros y sus formas de trabajar en las diferentes épocas. Relataba lo duro del trabajo, las jornadas de doce horas en condiciones que hoy nos cuesta imaginar pero que son cercanas en el tiempo, con frío, agua hasta las rodillas, riesgos provocados por el grisú y los gases, las enfermedades que conllevaba inhalar el azufre y el polvo de carbón, de la falta de iluminación y de la falta de espacio, de la implantación de diferentes métodos de trabajo, de la evolución de éstos y de las propias técnicas y maquinaria… Tenía noticias de lo duro de este tipo de trabajo pero esta visita me despertó algo en mi interior, me impactó, he de reconocerlo.

Hubo tres cosas que me llamaron la atención sobremanera. La primera de ellas era la forma de reclutar trabajadores, la segunda, las propias condiciones de vida de los trabajadores y la tercera, el trabajo infantil.

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Nos relataba la guía, que la zona se caracterizaba por ser totalmente rural. Los payeses disponían de lo suficiente para sobrevivir, un pequeño huerto, ovejas, cabras. Así era el entorno de lo que después se convirtió en una de las zonas mineras más importantes de Cataluña. Llegaron dos emprendedores a finales del XIX buscando carbón y lo encontraron, siendo en ese momento, cuando toda la vida de la comarca da un giro de trescientos sesenta grados.

Al descubrir carbón en aquella zona, los gestores de la misma se encontraron con la dificultad de reclutar trabajadores con experiencia, los payeses no sabían nada de eso, ellos cuidaban cabras y ovejas, por lo que acudieron a la zona de España donde más conocimiento podía haber, me estoy refiriendo a Asturias. Trajeron a estos trabajadores para que, a su vez enseñaran a otros a trabajar en las minas. Poco a poco la explotación fue creciendo en importancia y en galerías lo que hizo necesaria más mano de obra especializada, algo inexistente en toda la comarca. Fue entonces cuando los dueños de las minas decidieron viajar al Levante y al Sur de España, a zonas donde había minas. Pregonando por las calles la promesa de trabajo y casa, encontraron a muchos trabajadores, era relativamente fácil, estaban en una zona pobre en la que escaseaba el trabajo. Fletaron un tren, al que bautizaron como el Sevillano (o el Granaíno, Malagueño; dependiendo desde donde vinieran los trabajadores), que trasladó a todos estos nuevos trabajadores hasta la explotación minera.

Hasta aquí nada fuera de lo normal sino algo propio del mercado de trabajo, la movilidad geográfica, la emigración. Lo que me llamó la atención fue el hecho de cómo se organizaba el trabajo. Agrupaban a los hombres, al principio no había mujeres, en grupos de diez y les alojaban en casas. Les organizaban en dos turnos de doce horas cada uno (cinco trabajadores por turno). Algunas galerías habían sido excavadas bajo el río Llobregat, por lo que más o menos la mitad de la jornada se la pasaban achicando agua y la otra, extrayendo el carbón. Intenté imaginarme lo que puede suponer trabajar doce horas con el agua hasta las rodillas.

Había galerías sin tanta agua, pero aun así, con niveles de humedad muy altos, los turistas que allí estábamos pudimos comprobarlo in situ. Los mejores amigos de estos trabajadores eran, un pajarillo en una jaula y las ratas. El primero porque si le observaban removerse, casi agonizando, significaba que los niveles de oxígeno eran bajos o que el aire era tóxico, las ratas porque son capaces de detectar derrumbamientos y si éstas salían corriendo, los mineros no perdían el tiempo y las perseguían a toda velocidad hacia la bocamina.

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Cada minero era responsable de su material y si se estropeaba, tenía que sufragarlo de su propio bolsillo. Pero no había dinero porque el salario de estos trabajadores consistía en el alojamiento y en unos vales para el economato de la comuna. ¡Ojo! Solamente de su comuna, no de las otras ni en los pueblos cercanos, de esta manera se evitaba que se mezclaran los unos con los otros, lo que podría generar conflictos. En definitiva, vivían aislados, solo para trabajar.

La esperanza de vida era corta, cuarenta años, cuarenta y cinco como mucho, bien por los accidentes, bien por las enfermedades provocadas por la inhalación de los gases que se emanaban dentro de la mina.

Ingenuo de mí, le hice una pregunta a la guía. Si las condiciones eran tan duras y tal como lo pintas, de explotación del ser humano, ¿por qué no abandonaban las minas y regresaban a su tierra murciana? Su respuesta fue muy sencilla. “En general, no era posible por dos razones: La primera por el desconocimiento en la época de la geografía española. Imagina, a principios del siglo XX, que un minero sale de la explotación camino de su tierra, ¿a quién pregunta el camino? ¿Al payés?, bueno éste”, continuó la guía, “si era algo avispado podría preguntarle cómo vino y ante la respuesta de en tren, responderle que siguiera la vía. Pero sobre todo, porque los mineros no disponían de dinero, recuerda que les pagaban con vales de comida que solamente servían para el economato de la comuna”.

Finalmente, lo que más me llamó la atención es el trabajo infantil. En los inicios de la explotación en la mina, trabajaban niños a partir de seis u ocho años, eran muy útiles porque al ser pequeños podían moverse por los espacios reducidos con facilidad. Más tarde esta edad se amplió hasta los trece años. Los trabajos más peligrosos los hacían los niños que se convertían en adultos a edades muy tempranas. Cuando se incorporaron las mujeres a las comunas, su quehacer principal consistía en tener hijos, a ser posible, varones, para poder mantener a la familia.

Además, en torno a la mina existían otras industrias, la textil a la que se incorporaron a trabajar las esposas de los mineros y también una central térmica que dotaba de energía a la propia explotación.

Esta explotación minera de más de 750 kilómetros excavados de galerías (hoy selladas), que ha estado en funcionamiento durante ciento cincuenta años, que tuvo su máximo esplendor en los años 50 (llegaron a vivir unas tres mil personas), en la que a mediados de los años 60 se introdujeron nuevas técnicas de trabajo apoyadas en tecnologías más avanzadas que mejoraron considerablemente las condiciones de trabajo y la seguridad, supuso que la economía de la comarca fuese cambiando desde finales del siglo XIX hasta el año 2011, en el que se cierra la central térmica (la mina fue clausurada veinte años antes, en 1991).

El hecho de encontrar carbón en esta comarca, está claro, supuso un auténtico cambio para la vida de la zona y conllevó un importante avance industrial y económico para la zona de l´alt Berguedá, en particular y para Cataluña, en general.

Esta mina fue evolucionando desde sus inicios a finales del siglo XIX hasta su cierre. Sus comienzos nada tienen que ver con sus épocas finales, ni en cuanto a la organización ni a las condiciones de trabajo ni a la seguridad ni, por supuesto, a la tecnología. Inicialmente se trabajaba con medios artesanales en condiciones muy complejas y poco productivas, sin medios de transporte del carbón, salvo el propio músculo de los mineros; posteriormente, buscando la rentabilidad de un mineral demasiado caro en sus fases de extracción y transporte, se implantan nuevos métodos de trabajo, nuevas herramientas mecánicas y un  sistema de vías y vagonetas tiradas por animales que permitían que el producto extraído llegara mucho más rápido a su destino. Desde mediados del siglo XX y hasta su cierre, se empiezan a introducir medios mucho más operativos, herramientas mecánicas más potentes, medios de transporte eléctrico o combustible, hechos que mejoraron considerablemente las condiciones de los trabajadores, dentro de que el trabajo en la mina seguía y sigue siendo muy duro, como todos podemos imaginar. Inversiones y sobre todo las propias reivindicaciones de los mineros que durante toda su historia se han ido produciendo en la cuenca minera del Berguedà, claros ejemplos de ello son la revuelta de Figols en 1932 y la huelga minera de 1977.

Hubo otros aspectos que también evolucionaron adaptándose a los tiempos. La construcción de edificaciones en formato Comuna cerrado que pretendían limitar los niveles de absentismo de los mineros (en los inicios algunos eran de la zona y también eran agricultores o ganaderos) y que posteriormente evolucionaron a un sistema abierto. La forma de remuneración que pasó de estar basada en vales útiles solo dentro de la Comuna a dinero de curso legal. La construcción de una central de energía térmica que permitió disponer, entre otras cosas, de sistemas de refrigeración dentro de las minas, etc.

Pero toda transformación conlleva aspectos que no siempre son beneficiosos para todos. Encontrar carbón supuso, como hemos visto, otros cambios, ya no solamente en la vida social, sino también en el entorno ambiental. Las propias excavaciones, en la orografía del terreno; la construcción de las instalaciones para el transporte de los minerales (vías, caminos, carreteras, cintas transportadoras…); el alojamiento de los trabajadores; los lavaderos y la central térmica. Lo que hoy está destinado a una actividad meramente turística, constituyó una acción del hombre que impactó en el entorno de manera importante.

Seguramente por el hecho de que hoy estamos más sensibilizados respecto al cuidado de nuestro entorno, cuando vi aquellas estructuras de cemento y hierro, algunas ennegrecidas por el polvo de carbón, dentro de un paraje de la naturaleza que me pareció impresionante, me produjo una mueca de sorpresa ante tal aberración pero, casi de inmediato, me vino a la mente aquello de que no debemos juzgar el pasado sino aprender de él.

Continuamos con nuestra visita y la guía nos contaba el proceso de lavado del carbón con aguas del río Llobregat, “imaginad cómo llegaban las aguas a Barcelona”, nos relataba, las emisiones de una térmica que se nutría, para poder funcionar, de un mineral muy rico en azufre y que provocó la destrucción de los bosques de alrededor así como una nube tóxica en todos los pueblos colindantes (esta instalación fue sancionada por emisiones altas, por incumplir los protocolos de Kyoto y tuvo que cerrar en el año 2011).

Lo más significativo de la visita fue escuchar la historia de unas instalaciones que supusieron mucha inversión por parte de sus diferentes gestores para hacerlas rentables y, todo ello, para la extracción de un producto de poca calidad y con unos costes de extracción y transporte muy elevados en relación con los de la competencia y considerado, además, muy contaminante, pero que, sin embargo, durante muchos años, fuera por el motivo que fuera, se consiguió rentabilizar.

Al final de la visita, mientras nos hacíamos unas fotos, me planteé una serie de preguntas, claro con la visión de una persona que vive en el siglo XXI: ¿Mereció la pena tanto esfuerzo, tanto sufrimiento? Inmediatamente deseché estas preguntas de mi mente porque para cada época se pueden responder de manera diferente.

No voy a desvelaros más de la visita a este entorno, que por cierto se llama Museu de les Mines de Cercs en la colonia de Sant Corneli, es mejor que si tenéis oportunidad, las visitéis y saquéis vuestras propias conclusiones.

Juanjo Valle-Inclán • Responsable de Personas y Valores de Mediapost Group