Hiroshima: un aniversario que debe estar siempre en la memoria
El 6 de agosto de 1945 el ejército de los Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después cayó una segunda bomba atómica sobre Nagasaki y ambos sucesos forzaron la rendición del ejército de Japón y marcaron el fin de la segunda guerra mundial.
El recuerdo de ese espeluznante suceso, que ocasionó la muerte instantánea a más de 140.000 personas en Hiroshima y más de 70.000 en Nagasaki – aunque durante los meses siguientes a los bombardeos la cifra ascendió al doble debido a los numerosos casos de lesiones y enfermedades debido a la radiación – aún permanece en la memoria. Desde entonces, cada 6 de agosto la ciudad de Hiroshima recuerda el terrible bombardeo con un acto sencillo y profundamente emotivo que se celebra en el Parque Memorial de la Paz, un parque conmemorativo que se levantó en el centro de la ciudad, justo en el hipocentro de la explosión nuclear.
Sin embargo, setenta y tres años después de los devastadores efectos de las dos bombas atómicas lanzadas sobre suelo japonés, el riesgo de nuevos explosiones nucleares sigue latente. En 2018 la amenaza nuclear sigue siendo una preocupación. Se calcula que en la actualidad hay más de 17.000 cabezas nucleares en el mundo y están en manos de nueve países: Rusia, Estados Unidos, Francia, China, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte. El 93% de ellas pertenecen a Rusia y Estados Unidos, que tras los años de la Guerra Fría han firmado diversos acuerdos para la reducción del arsenal nuclear, aunque la última firma data de 2010. “El arsenal nuclear existente es suficiente para destruir el mundo entero en cinco minutos”, alertaba hace unos meses en este artículo el experto en armas nucleares, el general español Jorge Ortega. No se trata de ser catastrofistas pero es un hecho insondable que la amenaza nuclear supone un riesgo real en estos primeros años del siglo XXI.
El 1 de julio de 1968 numerosos países suscribieron el Tratado de No Proliferación Nuclear que restringía la posesión de armas nucleares. Sin embargo, a cinco países – paradójicamente los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia – se les permite en el tratado la posesión de armas nucleares.
En la primavera de 2010 Barack Obama y Dimitri Medvédev, presidentes de Estados Unidos y la Federación Rusa por aquel entonces, firmaron una nueva reducción, esta vez de un 30%, de sus respectivas cabezas nucleares, pero el compromiso no incluía las almacenadas, unas 13.000 entre las dos superpotencias.
Es necesario que el recuerdo de la devastación de Hiroshima y Nagasaki no se convierta en una rutina conmemorativa anual, sino que debe fijarse en la mente de todos los habitantes del planeta, y en especial de sus máximos gobernantes, como una señal de alerta que frene las intenciones armamentísticas de los políticos más irresponsables.
En un intento de instar a los países que poseen armamento nuclear, el Comité Nobel concedió en 2017 el Premio Nobel de la Paz a la organización ICAN (Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares), una organización que trabaja para sensibilizar a las personas de todos los países para inspirar, persuadir y presionar a sus gobiernos para que inicien y apoyen negociaciones que provoquen la firma de un tratado que prohiba las armas nucleares. La campaña se lanzó en 2007 y en la actualidad ICAN agrupa a más 468 entidades y ONG de más de 100 países. En la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz, el galardón lo recibieron la directora ejecutiva de ICAN, la jurista sueca Beatrice Fihn, y la activista y superviviente de la bomba lanzada en Hiroshima, Setsuko Thurlow, que aquel año tenía 85 años. Sus palabras durante la ceremonia silenciaron el salón principal del Ayuntamiento de Oslo y provocaron las lágrimas en muchos de los miles de personas que asistieron. “Hoy quiero hacerles sentir en este auditorio la presencia de quienes perecieron en Hiroshima y Nagasaki, quiero hacerles sentir una gran nube de un cuarto de millón de almas. Cada persona tenía un nombre, cada persona era amada por alguien. Asegurémonos de que sus muertes no fueron en vano” reclamó Setsuko Thurlow.
A pesar de los muchos años que habían transcurrido desde el holocausto atómico, la superviviente de Hiroshima mantenía muy vivo en su memoria el recuerdo de aquel día. “Aquella sensación de flotar en el aire, la destrucción de mi escuela, los gritos de mis compañeros y de mi sobrino Eiji, de 4 años, convertido en un trozo fundido de carne y que pedía agua hasta el momento de su muerte. Mientras salía arrastrándome, las ruinas ardían. La mayoría de mis compañeros de clase murieron quemados vivos. Vi a mi alrededor una devastación total, inimaginable”, explicó. Durante su apasionado discurso, Setsuko Thurlow declaró que “las armas atómicas no son un mal necesario, sino que son el mal máximo” y pidió “el fin de la terrible amenaza que representan”.