¿El fascismo es sexy?

¿Qué hizo que un cabo alemán bastante mediocre pusiera en la década de los cuarenta media Europa a sus pies al frente de un ejército de más de 9 millones de soldados? Esta pregunta se la han planteado desde hace décadas muchos historiadores y la respuesta no parece sencilla. La clave puede residir en la fuerza del relato que construyó Adolf Hitler para convencer y movilizar a un pueblo tan culto como el alemán hasta llevarlo al paroxismo para protagonizar uno de los episodios más nefastos y macabros de nuestra historia. ¿Pero qué había en ese relato que lo hizo irresistible?

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Fuente: Bundesarchiv, Bild 183-1987-0313-503 / CC-BY-SA 3.0

Para el fascismo sólo importa la identidad nacional

Según Yuval Noah Harari, el historiador autor del best-sellar “Sapiens”, “el fascismo dice que la nación es suprema y que nada ni nadie es más importante que la nación”. El fascismo niega todas nuestras identidades, excepto la identidad nacional. Por eso si el fascismo me pide que sacrifique a mi familia, la sacrificaré; y si el fascismo me pide que mate a millones de personas, mataré a millones de personas. Incluso si el fascismo me pide que sacrifique mi vida por mi nación, la sacrificaré sin dudarlo. Para el fascismo mi nación es lo único importante y mi propia vida sólo tiene sentido si está al servicio de mi nación. Benito Mussolini, que era un violinista aceptable, llegó a decir: “el fascismo es una gran orquesta donde cada uno toca un instrumento diferente”. Ese calor del grupo, ese confort social, anula al individuo al tiempo que le ofrece una identidad cultural y un noble objetivo.

El fascismo ofrece respuestas muy sencillas a problemas muy complejos, como la inmigración, el desempleo, la unidad territorial o la multiculturalidad. El fascismo simplifica una idea abstracta y confusa como es una nación y la materializa en símbolos tangibles como una bandera o un himno, haciéndola incuestionablemente real. Esta simplificación atrae a muchas personas al servirles en bandeja soluciones convincentes, reforzar su identidad y al alimentar su orgullo de pertenencia a un grupo étnico superior. En el fascismo no hay matices, ni sutilezas, ni dudas. La nación lo es todo y lo explica todo.

Además, el fascismo reescribe la historia con inusitada imaginación con el fin de acomodarla a un fin supremo, convirtiendo a los héroes del pasado en emblemas de una causa que ni siquiera existía cuando ellos paseaban por este planeta y señalando a los críticos y disidentes como enemigos que merecen la muerte más atroz. Así, la música de Wagner o el pensamiento de Nietzsche se convierten en avales esenciales del nacionalsocialismo alemán, o los Reyes Católicos y el apóstol Santiago se erigen en símbolos patrios para el nacionalcatolicismo español.

En tiempos de duda y desafección, esta simplificación articula un relato muy sugerente porque es muy fácil de entender, despierta emociones muy primarias, ofrece soluciones convincentes y además utiliza una simbología muy poderosa.

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Cartel creado en 1941 para ensalzar el pacto entre Alemania, Italia y Japón

Fascismo: un relato con unos ingredientes irresistibles

Las teorías del antropólogo estadounidense Joseph Campbell (1904-1987), que dedicó su vida al estudio de los mitos a lo largo y ancho del planeta, también pueden aportar cierta luz a este análisis. Según Joseph Campbell los relatos son el vehículo que utilizamos los seres humanos para reforzar nuestra identidad tanto individual como colectiva. Todas las sociedades se han construido a partir de los cuentos, mitos y leyendas que se han ido transmitiendo de generación en generación, independientemente de si el medio fue hace siglos un pergamino o si actualmente es un tweet.

Después de estudiar los relatos de cientos de culturas y civilizaciones de los cinco continentes, Joseph Campbell llegó a la conclusión de que todos los relatos presentaban unos elementos comunes. A esos elementos, el antropólogo estadounidense los denominó “El viaje del héroe”. Entre esos elementos figuraban un héroe, un reto, un viaje, unas pruebas, unos símbolos, unos aliados, un enemigo y un final con moraleja. Desde la década de los setenta del pasado siglo, las teorías de Joseph Campbell son objeto de estudio para escritores, guionistas y directores de cine de todo el mundo, pero también sirven a partidos políticos y empresas para construir sus relatos.

Según las teorías de Joseph Campbell, el nacionalsocialismo alemán contaba con unos elementos muy perfilados:

  • El héroe: Adolf Hitler, el “fuhrer”, el guía, el líder carismático que conduce a las masas hacia la tierra prometida, un auténtico mesías
  • El reto: demostrar la superioridad de la raza aria
  • El viaje: invadir Europa
  • Las pruebas: ganar las batallas contra los pueblos enemigos
  • Los símbolos: la svástica, los uniformes, el brazo alzado, los desfiles
  • El enemigo: el pueblo judío, los comunistas, los homosexuales, los liberales, los gitanos, la raza negra
  • Los aliados: el fascismo italiano, el Imperio japonés
  • Un final con moraleja: la raza aria siempre vence porque es superior

El fantasma de un nuevo fascismo sobrevuela Europa

En los últimos años la sombra del fascismo sobrevuela Europa, un fascismo desmilitarizado y de guante blanco, que parece ocultarse bajo un rostro joven y amable. Países como Hungría, Italia, Austria o Francia están asistiendo a un resurgir de los partidos de extrema derecha. ¿La razón? Su relato sigue vigente y es tan sugerente que en estos tiempos de desconfianza y desilusión muchas personas pueden sentirse atraídas por él, sumándose a un movimiento social que puede tener en el futuro consecuencias devastadoras para la raza humana. ¿El antídoto? Construir cuanto antes un relato alternativo más atractivo y convincente. ¿El problema? El relato del liberalismo, el relato que ha marcado los últimos sesenta años de la historia europea, está empezando a mostrar síntomas de agotamiento.