¿El fascismo es sexy?
¿Qué hizo que un cabo alemán bastante mediocre pusiera en la década de los cuarenta media Europa a sus pies al frente de un ejército de más de 9 millones de soldados? Esta pregunta se la han planteado desde hace décadas muchos historiadores y la respuesta no parece sencilla. La clave puede residir en la fuerza del relato que construyó Adolf Hitler para convencer y movilizar a un pueblo tan culto como el alemán hasta llevarlo al paroxismo para protagonizar uno de los episodios más nefastos y macabros de nuestra historia. ¿Pero qué había en ese relato que lo hizo irresistible?
Para el fascismo sólo importa la identidad nacional
Según Yuval Noah Harari, el historiador autor del best-sellar “Sapiens”, “el fascismo dice que la nación es suprema y que nada ni nadie es más importante que la nación”. El fascismo niega todas nuestras identidades, excepto la identidad nacional. Por eso si el fascismo me pide que sacrifique a mi familia, la sacrificaré; y si el fascismo me pide que mate a millones de personas, mataré a millones de personas. Incluso si el fascismo me pide que sacrifique mi vida por mi nación, la sacrificaré sin dudarlo. Para el fascismo mi nación es lo único importante y mi propia vida sólo tiene sentido si está al servicio de mi nación. Benito Mussolini, que era un violinista aceptable, llegó a decir: “el fascismo es una gran orquesta donde cada uno toca un instrumento diferente”. Ese calor del grupo, ese confort social, anula al individuo al tiempo que le ofrece una identidad cultural y un noble objetivo.
El fascismo ofrece respuestas muy sencillas a problemas muy complejos, como la inmigración, el desempleo, la unidad territorial o la multiculturalidad. El fascismo simplifica una idea abstracta y confusa como es una nación y la materializa en símbolos tangibles como una bandera o un himno, haciéndola incuestionablemente real. Esta simplificación atrae a muchas personas al servirles en bandeja soluciones convincentes, reforzar su identidad y al alimentar su orgullo de pertenencia a un grupo étnico superior. En el fascismo no hay matices, ni sutilezas, ni dudas. La nación lo es todo y lo explica todo.
Además, el fascismo reescribe la historia con inusitada imaginación con el fin de acomodarla a un fin supremo, convirtiendo a los héroes del pasado en emblemas de una causa que ni siquiera existía cuando ellos paseaban por este planeta y señalando a los críticos y disidentes como enemigos que merecen la muerte más atroz. Así, la música de Wagner o el pensamiento de Nietzsche se convierten en avales esenciales del nacionalsocialismo alemán, o los Reyes Católicos y el apóstol Santiago se erigen en símbolos patrios para el nacionalcatolicismo español.
En tiempos de duda y desafección, esta simplificación articula un relato muy sugerente porque es muy fácil de entender, despierta emociones muy primarias, ofrece soluciones convincentes y además utiliza una simbología muy poderosa.
Fascismo: un relato con unos ingredientes irresistibles
Las teorías del antropólogo estadounidense Joseph Campbell (1904-1987), que dedicó su vida al estudio de los mitos a lo largo y ancho del planeta, también pueden aportar cierta luz a este análisis. Según Joseph Campbell los relatos son el vehículo que utilizamos los seres humanos para reforzar nuestra identidad tanto individual como colectiva. Todas las sociedades se han construido a partir de los cuentos, mitos y leyendas que se han ido transmitiendo de generación en generación, independientemente de si el medio fue hace siglos un pergamino o si actualmente es un tweet.
Después de estudiar los relatos de cientos de culturas y civilizaciones de los cinco continentes, Joseph Campbell llegó a la conclusión de que todos los relatos presentaban unos elementos comunes. A esos elementos, el antropólogo estadounidense los denominó “El viaje del héroe”. Entre esos elementos figuraban un héroe, un reto, un viaje, unas pruebas, unos símbolos, unos aliados, un enemigo y un final con moraleja. Desde la década de los setenta del pasado siglo, las teorías de Joseph Campbell son objeto de estudio para escritores, guionistas y directores de cine de todo el mundo, pero también sirven a partidos políticos y empresas para construir sus relatos.
Según las teorías de Joseph Campbell, el nacionalsocialismo alemán contaba con unos elementos muy perfilados:
- El héroe: Adolf Hitler, el “fuhrer”, el guía, el líder carismático que conduce a las masas hacia la tierra prometida, un auténtico mesías
- El reto: demostrar la superioridad de la raza aria
- El viaje: invadir Europa
- Las pruebas: ganar las batallas contra los pueblos enemigos
- Los símbolos: la svástica, los uniformes, el brazo alzado, los desfiles
- El enemigo: el pueblo judío, los comunistas, los homosexuales, los liberales, los gitanos, la raza negra
- Los aliados: el fascismo italiano, el Imperio japonés
- Un final con moraleja: la raza aria siempre vence porque es superior
El fantasma de un nuevo fascismo sobrevuela Europa
En los últimos años la sombra del fascismo sobrevuela Europa, un fascismo desmilitarizado y de guante blanco, que parece ocultarse bajo un rostro joven y amable. Países como Hungría, Italia, Austria o Francia están asistiendo a un resurgir de los partidos de extrema derecha. ¿La razón? Su relato sigue vigente y es tan sugerente que en estos tiempos de desconfianza y desilusión muchas personas pueden sentirse atraídas por él, sumándose a un movimiento social que puede tener en el futuro consecuencias devastadoras para la raza humana. ¿El antídoto? Construir cuanto antes un relato alternativo más atractivo y convincente. ¿El problema? El relato del liberalismo, el relato que ha marcado los últimos sesenta años de la historia europea, está empezando a mostrar síntomas de agotamiento.