El experimento Milgram: los peligros de la obediencia
A lo largo de la historia, la humanidad ha llevado a cabo atrocidades que escapan a la razón. Genocidios como el holocausto nazi quizás se hayan analizado con una excesiva simplificación, sin preguntarnos qué lleva realmente a algunos seres humanos a cometer crímenes de tal magnitud. La respuesta a esta pregunta fue precisamente el objeto del experimento Milgram, uno de los más polémicos que se han realizado nunca en el campo de la psicología.
Hanna Arendt y la banalidad del mal
En 1961, durante el juicio celebrado en Israel a Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto y responsable directo de la solución final, el acusado se defendió alegando que ninguno de sus actos había sido responsabilidad suya. Eichmann, oficial nazi durante la II Guerra Mundial, argumentaba que él simplemente “había obedecido órdenes”. Según Eichmann, los verdaderos criminales fueron sus superiores, que habían abusado de su obediencia.
Hannah Arendt, una de las filósofas más influyentes del siglo XX, nacida en Alemania dentro del seno des una familia judía y que había huido a Estados tras la llegada de Hitler al poder, asistió al proceso contra Eichmann como reportera contratada por la revista New Yorker. En un artículo que suscitó una enorme polémica, Arendt acuñó la expresión “la banalidad del mal”, que planteaba un enfoque radicalmente nuevo sobre los totalitarismos. Con esa frase Arendt quería demostrar que cualquier sistema político podía llegar a trivializar el exterminio de seres humanos si se ejecutaba mediante procedimientos burocráticos que difuminaban la responsabilidad a lo largo de una maraña de funcionarios obedientes. De esta forma, los miembros de esa cadena se sentían alejados del núcleo de las decisiones y rara vez llegaban a sentirse responsables de los actos en los que participaban, por terribles que pudieran ser. Por esa razón, para Arendt, Eichmann no era ningún sádico, ni ningún genio del mal, simplemente era un trabajador eficiente. Una circunstancia que en el fondo podría llegar a ser mucho más peligrosa. Como era de esperar, el controvertido artículo de Arendt indignó a la comunidad judía.
La puesta en práctica de Milgram
En julio de 1961, tres meses después de que Adolf Eichmann fuera finalmente sentenciado a muerte, el psicólogo Stanley Milgram decidió realizar un experimento en la Universidad de Yale para probar la teoría de Hanna Arendt. Para su experimento reclutó a 40 voluntarios de edades comprendidas entre 20 y 50 años, provenientes de diferentes entornos sociales. Por participar en el experimento, los voluntarios recibirían 4 dólares.
El experimento requería tres roles: el investigador, el maestro y el alumno. El papel de investigador corría a cargo de un ayudante de Milgram, un voluntario debía ejercer de maestro y el alumno era interpretado por un actor profesional.
Milgram mintió a los participantes afirmando que se trataba de un experimento cuyo fin era analizar la memoria y la capacidad de aprendizaje. Pero el objetivo del estudio era otro muy diferente. Durante el experimento, el maestro debía cumplir las órdenes del investigador, que le obligaba a administrar descargas eléctricas al alumno cada vez que respondiera incorrectamente a unas preguntas. Además, el maestro debía ir aumentando el voltaje hasta llegar a los 450 voltios por cada respuesta incorrecta.
Por supuesto los participantes en el experimento no sabían que el auténtico objeto del experimento estaba siendo su propio comportamiento, ni que el dispositivo que generaba las descargas era falso y que el actor obviamente no sufría ningún daño.
La parte más interesante del experimento llegaba cuando los investigadores presionaban a los participantes que ejercían como maestros para que subieran el voltaje. A medida que la intensidad de las descargas aumentaba, el actor que simulaba ser el alumno, lloraba, gritaba e incluso fingía sufrir un ataque al corazón. Algunos participantes pusieron en duda la veracidad del experimento. Otros quisieron renunciar al dinero que iban a recibir por participar en el experimento. Sin embargo, los 40 sujetos que participaron llegaron a alcanzar los 300 voltios, y 25 de los 40 incluso llegaron a alcanzar la intensidad máxima de 450 voltios.
Tras el experimento, Milgram demostró que la autoridad es capaz de imponerse a la razón y, sobre todo, a la ética. Según las conclusiones de su experimento, la maldad no es inherente al ser humano, sino que proviene de nuestra incapacidad para enfrentarnos a ella. Así, la maldad se convierte en algo banal, en parte de una rutina diaria. Según el experimento de Milgram, Hanna Arendt tenía razón.
La vigencia del experimento Milgram
El experimento realizado por Stanley Milgram recibió numerosas críticas. Muchos especialistas cuestionaron la autenticidad de un experimento que se basaba en engañar a los sujetos.
Sin embargo, resulta difícil no identificar en el experimento muchos de los comportamientos que se manifiestan en nuestra sociedad. La obediencia ciega podría reconocerse en la actualidad, por ejemplo, dentro de cualquiera de los conflictos bélicos que desangran nuestro planeta o dentro de las instituciones que conforman los gobiernos totalitarios que existen en el mundo. ¿Quién es más responsable, el soldado que dispara o el general que da la orden? ¿El policía que tortura a un detenido o el superior que se lo ordena? ¿El verdugo que ejecuta a un condenado o el juez que dicta la sentencia?
Incluso en sociedades como la norteamericana, donde la democracia es una institución esencial, podemos identificar comportamientos relacionados con este concepto de la banalidad del mal. ¿O hay otra forma de explicar la violencia institucionalizada que muchas veces se practica en Estados Unidos contra una parte de la población negra? Si discriminar a un determinado colectivo es un rasgo de un determinado sistema político, ¿se puede responsabilizar a todos los individuos que forman parte parte de un sistema político, aunque solo sea por su silencio?
Aunque el controvertido experimento de Milgram se haya cuestionado a lo largo de los años, todos podemos extraer interesantes conclusiones. Es posible que nunca nos veamos ante una situación tan extrema como se vieron las personas que participaron en el experimento, pero con frecuencia todos tomamos decisiones a nivel personal o social que pueden verse influenciadas por la obediencia y el statu quo. Por eso es imprescindible potenciar el pensamiento crítico y la reflexión para que “nunca lleguemos a administrar descargas de 450 voltios a ningún otro ser humano”. La obediencia puede ser más peligrosa que la desobediencia.