El cielo del revés
Tiene nombre de diosa hinduista y sus ojos azules son un manantial de luz. Kamala es una mujer de una belleza sonámbula y de una voz que endulza el alma. Cada tarde, abrazada a su guitarra, regala su música a los pasajeros del Metro de La Latina. Kamala es una estrella, pero su cielo no está a años luz, su cielo está bajo nuestros pies, a la vuelta de la esquina.
Kamala nació en Lima una tarde de primavera. Su madre, española, le puso ese nombre, inspirado en el personaje de la cortesana amante de “Siddharta”, la obra esencial de Hermann Hesse. Y un nombre así presagia un noble destino.
A los nueve meses la subieron a un avión rumbo al otro lado del mar, con dirección a Sevilla. Allí transcurrió su infancia, entre olivos y girasoles, encumbrada en los brazos de sus abuelos, y allí también un día la juventud llamó a su puerta, como un polizón asustado, sin avisar. En Sevilla, y más tarde en Marbella, el flamenco se mezcló en sus venas con su sangre andina y de esa fusión brotó un amor por la música que llegó para quedarse.
Bajo el cálido sol de Andalucía, Kamala empezó a cantar en escenarios, bares y locales. Su voz empezó a serpentear por las calles y su nombre acariciaba los labios de quien lo pronunciaba.
A los veinticinco años a Kamala le aguardaba una sed nueva y se lanzó a vivir otra aventura, enfundó su guitarra y puso rumbo al norte. En los albores de un nuevo milenio, en pleno año 2.000, Kamala viajó a Madrid junto a Fernando, el que fuera su guitarrista durante 5 años. Ambos convirtieron la estación del Metro de Diego de León en sus tablas e hicieron de la música callejera su quehacer diario.
Los siguientes cinco años transcurrieron entre siluetas de pasajeros, andenes y canciones, y para redondear su vacilante economía Kamala ejerció diversos trabajos en lugares tan castizos como el Cine Capitol y el Parque de Atracciones.
Hermann Hesse escribió que “la vida es una búsqueda, más allá de la razón y la sangre”. Quizás por eso, cinco años después, Kamala realizó un nuevo transbordo que la llevó a iniciar el siguiente capítulo de su vida, aquel año emprendió un viaje en solitario y se instaló en la estación de La Latina con la única compañía de su guitarra. Sumergida bajo el corazón de Madrid, Kamala, con su azucarado acento andaluz, ha ido afinando, tarde tras tarde, las cuerdas de los sentimientos de muchos pasajeros y ha ido destilando el aroma de sus canciones por las entrañas de la ciudad.
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