El efecto Rashomon: la percepción es la realidad

El efecto Rashomon es un término empleado en Psicología para definir un fenómeno producido por la subjetividad que se registra a la hora de contar una misma historia. Según el efecto Rashomon, si diversos individuos que han vivido una misma situación cuentan su versión, ninguna coincidirá en su totalidad pero todas serán razonablemente veraces, y por tanto ninguna será falsa.

El nombre «Rashomon» está inspirado en la película homónima de 1950 dirigida por el genial cineasta japonés Akira Kurosawa. La película, que asombró a la crítica de la época por su original técnica narrativa, está ambientada en el Japón feudal del siglo XII y narra la muerte de un samurái y la violación de su esposa. La historia se va presentando a través de los diferentes relatos de varios personajes que estuvieron implicados en los hechos. Cada relato constituye una «historia dentro de una historia» y todos se presentan como verdaderos. La película finaliza sin que el espectador sepa cuál es la versión «auténtica», porque en realidad ninguna lo es y todas lo son.

El efecto Rashomon: nada es verdad ni es mentira

El efecto «Rashomon» simboliza la relatividad de la verdad y destaca la importancia de factores como la memoria, la ideología o la cultura a la hora de reconstruir unos hechos que sucedieron en el pasado. Por un lado, la memoria puede ser muy creativa. Por otro, la ideología puede alterar determinados aspectos para acomodar los sucesos a nuestro sistema de creencias. Y por último, la cultura puede establecer asociaciones o vínculos con otros sucesos conocidos que pueden desvirtuar la realidad. También la intensidad emocional, las experiencias previas o las expectativas pueden redibujar la realidad, dando lugar a versiones muy diferentes, e incluso contradictorias.

Esta subjetividad es la base de fenómenos tan variados y diversos como los debates políticos o el análisis de las jugadas polémicas tras un partido de fútbol. Por no hablar del trabajo de muchos abogados que intentan reconstruir unos hechos acontecidos años atrás, y cuyo objetivo no parece consistir en conocer la verdad sino en defender unos determinados intereses personales. De hecho, en el ámbito jurídico se utiliza el término “efecto Rashomon” para definir las contradicciones que presentan las declaraciones de varios testigos.

La postura de creer que existe una versión verdadera mientras el resto son falsas es sencillamente ingenua. El efecto “Roshomon” viene a decir que la objetividad no existe. Cada versión, cada opinión es una forma diferente de percibir la realidad. Por tanto, hay tantas realidades como personas.

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El efecto Rashomon: ¿Somos todos unos mentirosos?

El efecto Rashomon no nos convierte a todos en unos mentirosos. Sencillamente ahonda en el poder de la subjetividad en nuestras apreciaciones. Los seres humanos estamos dominados por nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Hasta los individuos supuestamente más racionales – y estos nunca lo reconocerán – construyen sus opiniones en base a su momento emocional, sus experiencias personales y sus expectativas. Nada es «100% información» y todo es «100% opinión». El peligro de este fenómeno reside en la falta de empatía y en el egocentrismo. Algunas personas, paradójicamente muchas de ellas presentan un alto nivel académico e intelectual, consideran que están en posesión de la verdad y tachan las opiniones de los demás de falsas, estúpidas o dañinas.

La Historia es otro espacio idóneo para el desarrollo del efecto Rashomon. ¿O no parece diferente un acontecimiento histórico cuando lo reescriben dos personas diferentes? ¿Y si pertenecen a dos culturas diferentes? ¿Y a dos religiones diferentes? En este caso los historiadores actúan como testigos que versionan la realidad y resulta muy difícil decantarse por la versión que es más fiel a lo realmente ocurrido. O muy fácil si una de ellas coincide con nuestras creencias y expectativas.

El efecto Rashomon puede ser la mecha que prenda las discusiones y los conflictos, pero también la clave que valore nuestra diversidad y relativice las diferencias que nos puedan separar. Ya lo decía el poeta: “Nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.