La revolución de la discapacidad intelectual. ¿Ganamos todos?

En el último siglo hemos asistido a grandes revoluciones de los derechos civiles, como los derechos de los afroamericanos, el movimiento LGBTIQ o el feminismo en cuya tercera ola nos encontramos inmersos en la actualidad. Colectivos que han reivindicado un trato igualitario, -por supuesto los mismos derechos- y lo más importante, pero lo más intangible, la misma dignidad; que se les perciba con la misma valía y que no en base a su condición sean relegados a ciudadanos de segunda.

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La idoneidad de estas revoluciones no es una cuestión científica, sino de consenso sobre qué sociedad queremos construir. ¿Una sociedad de los supuestamente mejores, de WASPs, eugenésica y que mejore la raza o por el contrario entendemos que nuestra raza humana mejora en la medida en el que el grupo es capaz de sacar valía de todos sus miembros; un enjambre coordinado en el que todos aportan y en el que no se descarta la diferencia sino que se reinventa el grupo para poder absorber cada vez más diversidad?

El debate lleva servido miles de años, pero en nuestra sociedad occidental parece que va ganando la segunda visión y de ahí que estas revoluciones se hayan ido traduciendo en conquistas civiles.

Las personas con discapacidad también iniciaron su revolución en los 60 y, principalmente las discapacidades físicas y sensoriales han ido obteniendo sus conquistas de derechos y dignidad. Además contamos ya con un marco legal: la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas del 13 de diciembre de 2006, y ratificada por España en 2007; un magnífico instrumento internacional, un texto que nos guía en este camino de inclusión y con un comité que nos supervisa y orienta.

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Sin embargo, las personas con problemas de salud mental y con discapacidad intelectual y del desarrollo son de los grupos más relegados en este avance. No obstante, de una manera silenciosa pero segura, y podríamos decir ejemplar, las personas con discapacidad intelectual se han ido ganando paso y en estos últimos años se les ha abierto una ventana que no podemos desaprovechar como sociedad: la conquista del derecho al voto, su irrupción en el mercado laboral ordinario, e incluso una película como Campeones, que triunfa porque es su momento, pero que dispara la sensibilidad y las oportunidades para este grupo de personas.

Si creemos en el enjambre, no podemos dejar pasar esta oportunidad de incluir plenamente a las personas con discapacidad intelectual. Desde un punto de vista económico tampoco. El despegue del Estado de Bienestar es posible gracias a la inclusión de colectivos en el mercado laboral, que pasan de ser clases pasivas sustentadas por el sistema a sumar su esfuerzo al motor económico. Adaptar el mercado laboral a las personas con discapacidad intelectual no es sólo una cuestión ética y de derechos humanos, sino una oportunidad de crecimiento. Donde una persona era beneficiaria de prestaciones y servicios de nuestra Administración, ahora pasa a remar en el sistema (además de ganar en independencia, felicidad y dignidad). Y más aún, muchas teorías apuntan a que los entornos que se adaptan a la diversidad, multiplican exponencialmente su competitividad y mejora continua.

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Por ejemplo, el teórico Richard Florida, hipotetiza que el crecimiento económico y la competitividad están íntimamente ligados al «índice bohemio» o «índice de diversidad», una teoría que casi podemos palpar al pensar en las plantillas de las nuevas empresas tecnológicas o en los habitantes de Silicon Valley, lugares donde incluso el Síndrome de Aspeger comienza a ser una condición que no resta sino que suma. También los Servicios de Inteligencia británicos están comenzando a reclutar «inteligencias diversas», pues se puede teorizar que la inteligencia tal y como la concebimos pasará a ser terreno artificial y de las computadoras, mientras que la mirada diferente al problema será el valor del futuro. Las personas con discapacidad intelectual están ganando su espacio, y contribuir y trabajar porque así sea hará una sociedad mejor para todos.

 

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Almudena Martorell Cafranga
Presidenta Fundación A LA PAR