El dataísmo, la religión de los datos
¿Dejarías que un ordenador decidiera tu voto en las próximas elecciones? ¿Confiarías en una aplicación para que te recomendara tu pareja ideal? Los seguidores del dataísmo no lo dudarían. Según ellos, los datos que fluyen en la red saben más de nosotros que nosotros mismos, y los algoritmos deberían sustituirnos a la hora de tomar decisiones. El dataísmo no rinde culto a ningún dios: adora los datos. La libertad de información es su mandamiento supremo, los algoritmos, sus sagradas escrituras y la Inteligencia Artificial, su sumo sacerdote.
Según la Wikipedia, “el dataísmo es la mentalidad, filosofía o religión creada a partir del significado emergente del Big Data, la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas (iOT)“. El término fue acuñado por el periodista canadiense-estadounidense David Brooks en un artículo publicado el 4 de febrero de 2013 en el New York Times. Brooks afirma que el dataísmo es la filosofía más influyente de nuestro tiempo y defiende la idea de confiar en los datos para reducir los sesgos cognitivos del cerebro humano, es decir, nuestra irracionalidad a la hora de tomar decisiones.
El primer mártir del dataísmo fue Aaron Swartz, un programador y activista político que se suicidó en 2013 tras ser detenido, acusado de haberse descargado cerca de 2,7 millones de documentos secretos de la Corte Federal de Estados Unidos. Fue el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor del best sellar mundial “Sapiens”, quien reivindicó la figura de Aaron Swartz como el primer mártir del dataísmo. En su libro, “Homo Deus: Breve historia del mañana”, Harari considera el dataísmo como una nueva religión post-humanista.
En síntesis el dataísmo defiende que el universo no es más que un flujo incesante de datos y que “el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos”. Para los seguidores del dataísmo el cerebro humano y los ordenadores tienen una composición muy similar. Ambos se rigen por algoritmos, en el caso del cerebro los algoritmos se basan en el carbono, y en el caso de los ordenadores, en el silicio.
Según los dataístas – y muchos científicos – en los próximos años la Inteligencia Artificial será capaz de desarrollar unos algoritmos tan complejos como los del cerebro humano, y como es lógico, sin las limitaciones biológicas del hardware humano. De hecho, la empresa londinense DeepMind Technologies, una compañía perteneciente a Google, ha desarrollado una Inteligencia Artificial provista de un módulo de “imaginación” que, al enfrentarse a un dilema, es capaz de crear varias simulaciones con el objetivo de decidir entre ellas el escenario futuro más probable y tomar en base a ello la decisión más acertada. Este sistema ha sido bautizado como I2A (Imagination Augmented Agent) y ha sido probado con éxito sobre un juego de rompecabezas llamado Sokoban.
En el mundo actual nuestra capacidad de procesamiento y almacenamiento de datos aún es muy limitada, pero dentro de no muchos años la Inteligencia Artificial será capaz de almacenar, clasificar y evaluar en tiempo real todos los datos que generamos a diario, elaborando sofisticados patrones de conducta y creando simulaciones inmediatas basadas en modelos predictivos. Plataformas como Google, Facebook, Outlook o Amazon nos conocen ya a la perfección, conocen nuestros gustos, costumbres, hábitos, preferencias… Saben qué páginas visitamos, qué libros leemos, quiénes son nuestros amigos, por dónde solemos movernos, qué temas nos interesan o cuál es nuestra ideología política.
El procesamiento de todos esos datos producirá un detallado retrato de nosotros mismos, nos ayudará en la toma de decisiones y permitirá predecir futuras situaciones con márgenes de error mínimos. El dataísmo ya está anunciando el futuro que viene, un futuro donde los datos fluirán con total libertad y donde nuestras decisiones las podrán tomar complejos algoritmos que sustituirán al cerebro humano. Quizás no estemos tan alejados de Matrix y conozcamos pronto las consecuencias de esta nueva religión para el futuro de la humanidad. Que el dataísmo nos pille confesados.