Nadie pondría en duda que estamos en crisis, pero las maneras de nombrarla y afrontarla no pueden ser más diversas. Desde muchos feminismos y estudios de género, se ha pasado de cuestionar la desigualdad de poder entre mujeres y hombres a poner en evidencia un modelo no sólo de organización social sino de desarrollo. Y son numerosas las reflexiones y saberes generados al respecto. Hoy, somos muchas las personas y movimientos que queremos pintar de violeta (y de verde) las propuestas de alternativas al desarrollo.
Algunos pasos del recorrido
Hace ya muchos años que las organizaciones de desarrollo empezamos a ver imprescindible analizar la situación y posición de mujeres y hombres en nuestros distintos contextos de acción para garantizar que el nuestro era, de verdad, un trabajo por la justicia. Comenzamos por reconocer la existencia de unas relaciones desiguales de poder entre los sexos y una vulneración de los derechos de las mujeres en todo el mundo, comprobando como el mundo educativo, entre otros, tampoco se libraba de ello. También aprendimos que la visión predominante del mundo era la masculina (lo que llamamos androcentrismo), y que esto se hacía especialmente evidente en los ámbitos de poder, allí donde siempre se dice que se toman las decisiones.
Al indagar en el mundo de las mujeres, que ante esa mirada parecía estar escondido, aprendimos a valorar lo que las mujeres, desde su diversidad, hacían de manera mayoritaria y que, en gran parte aunque no sólo, tenía que ver con el cuidado de la vida, dentro y fuera del ámbito doméstico. Visto su valor, decidimos poner la lupa sobre ello y así empezamos a recuperar historias de mujeres, aportes, escritos, pensamientos, experiencias y formas de relación. Y es que parte del problema de vivir en un mundo donde la mirada del hombre se considera la universal es acostumbrarse a que la autoridad, el saber, siempre parece estar fuera de nosotras, de las mujeres y, por tanto, las opiniones de los demás por delante. Poner en valor a estas mujeres era poner en valor la experiencia femenina, la de todas.
La reflexión se completaba con la constatación de que, así como el ámbito del trabajo productivo y el de la vida pública era un espacio donde las mujeres iban poco a poco teniendo más presencia, no sucedía lo mismo, al menos no en la misma proporción, con el papel de los hombres en lo doméstico, en lo que podemos llamar mundo reproductivo. Y si ese espacio lo considerábamos importante, si ahí nos jugábamos la creación y sostenibilidad de la vida, el que los hombres no estuvieran al nivel de lo que su responsabilidad exigía no era sólo injusto (la primera consecuencia era la doble y triple jornada para las mujeres), sino un indicador de que algo profundo estaba fallando como sociedad. Con la sobrevaloración de lo productivo, el cuidado y la sostenibilidad de la vida parecía quedar relegado y precarizado, a veces directamente abandonado. ¿Sucedía esto por ser gratuito? ¿Por feminizado? No tardaríamos en entenderlo con mucha más claridad.
Las claves ecofeministas
Olisqueando por un sitio y por otro, especialmente por el pensamiento y la práctica feminista (la que le da el mencionado color violeta a esta reflexión), descubrimos el Ecofeminismo. Esta corriente de pensamiento, que enlaza las inquietudes ecologistas y feministas, desmenuza los vínculos existentes entre la explotación de las mujeres y la del mundo natural y, desde ahí, ofrece nuevas e interesantes reflexiones. Los grandes aprendizajes, que empezaron a pintar también de verde las visiones de las distintas organizaciones, fueron fundamentalmente los que siguen.
El primero fue algo que no era tan nuevo: lo que denominamos cuidados (lo más básico que las personas necesitamos para vivir una “vida vivible”*, es decir, alimentarnos, sanarnos cuando hace falta, dar y recibir afecto, atender a personas enfermas, cuidar de bebés, de un amigo, de una abuela, etc.) son los garantes de la reproducción de la vida humana.
El segundo fue colocar el desequilibrio de los ecosistemas, la situación límite que está viviendo el planeta en el centro de la reflexión. Estableciendo un paralelismo con el patriarcado como sistema opresor para las mujeres y viendo como ambas situaciones eran insostenibles ambiental y socialmente. Pensar en términos de planeta y no sólo de personas y sociedades se hizo desde entonces imprescindible.
El tercero, derivado de los anteriores, fue la necesidad de cuestionar un modelo de desarrollo al completo. Si el mercado y el trabajo productivo tenía (tiene) un valor desproporcionado en la vida de la gente, en nuestras vidas (en torno a él se organizan con frecuencia nuestros tiempos, a él le dedicamos gran parte de nuestras mejores energías…) el trabajo reproductivo que, sabemos bien, aun está protagonizado por mujeres, quedaba reducido en tiempos y, por tanto, valor. Además, esa misma lógica hace invisibles los costes ecológicos que produce al considerar la naturaleza como un gran almacén de recursos al servicio de las personas (lo que se denomina Antropocentrismo o la visión del ser humano como medida y centro de todas las cosas, incluido el medio natural).
La pregunta más sugerente que empezó a repetirse desde entonces fue: ¿Qué pasaría si le diéramos la vuelta a la tortilla, es decir, si la sostenibilidad de la vida (humana y de la naturaleza) se situara en el centro de nuestros intereses como sociedad? ¿Si el mercado estuviese a nuestro servicio y no al revés? ¿Cambiaría así nuestro modelo de sociedad?
Según la crisis ha ido tomando forma, una crisis que podríamos denominar civilizatoria (porque lo toca todo) el cuestionamiento del modelo de desarrollo ha visto renovado su sentido hasta el punto de convertirse en una reflexión que parece caer por su propio peso. El sistema no se sostiene, el planeta manifiesta sus límites… La sociedad reclama con fuerza cambios y, este último año la ocupación de la calle y la difusión de propuestas desde las redes sociales, en el movimiento asociativo, en los centros educativos, en las familias y grupos de amistades, no es más que una muestra de ello. Una forma de vida que gira alrededor del trabajo productivo y el consumo, ya no es la única ni la más valiosa para gran parte de la sociedad.
La definición de una campaña
Así, cuando todo esto se empezaba a vislumbrar, en InteRed desarrollamos nuestras ideas, preocupaciones y propuestas en una campaña de Educación para el Desarrollo: “Actúa con cuidados” (www.actuaconcuidados.org).
Para llegar a ella partimos de ese análisis de la realidad que ya hemos planteado en este artículo: un modelo de desarrollo donde el mercado ocupa el lugar central y, para que eso sea posible, el ámbito del desarrollo humano (donde se genera y cuida la vida humana) y el ámbito de la naturaleza (donde se reproduce y sostiene la vida natural) están a su servicio desde la gratuidad y la invisibilidad, es injusto e insostenible. El objetivo de InteRed es visibilizar y reconocer el trabajo de los cuidados como imprescindible para el sostenimiento de la vida y las sociedades, resaltar el desigual impacto que tiene la organización social de los cuidados y la corresponsabilidad del Estado, empresas, hombres, jóvenes y niños.
Con la intención de llevar este análisis al mundo educativo, esto es, acercarlo, profundizar en él y promover el cuestionamiento y la movilización entre el alumnado, la campaña de InteRed plantea dos contenidos fundamentales:
- La corresponsabilidad ante los cuidados, entendida como necesariamente compartida y asumiendo que a toda la sociedad le corresponde hacerse cargo de ella (hombres y mujeres, empresas, Estado…)
- La responsabilidad ante el desastre medioambiental impulsando la propuesta del ‘decrecimiento’, es decir, ante el mito del crecimiento ilimitado aprender a vivir con menos, reduciendo el consumo, el uso de energías no renovables, los tiempos productivos, la velocidad de la vida, las distancias que recorremos etc.
Todo ello planteado desde el impulso de la participación y el empoderamiento de la sociedad, para potenciar la asunción y exigencia de responsabilidades. Por esta razón, las acciones de movilización tienen mucho protagonismo dentro de las actividades propuestas. En palabras de Irene Comins “educar en el valor del cuidado como valor de ciudadanía implica una educación en el sentimiento de responsabilidad por lo que ocurre a nuestro alrededor”.
InteRed es una ONG de desarrollo creada en 1992 y promovida por la institución Teresiana. Realiza más de 80 acciones al año trabajando por el derecho universal a la educación, con un enfoque de género y derechos humanos.
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