Ha llegado el momento de reinventarse. Sin miedos, sin complejos, sin ataduras. ¿Y cómo gestionar ese cambio? ¿Cómo encontrar nuestro sitio en este nuevo entorno? En medio de este aparente caos, parece que la creatividad se erige como el faro que ilumina el camino.
Gillian es una niña de 8 años. Sus profesores están muy preocupados porque siempre entrega los deberes tarde, su caligrafía es pésima y sus notas cada día son más bajas. Además en clase molesta a los otros niños porque no para de moverse, emite ruidos extraños y se asoma con frecuencia a la ventana. Su conducta había llegado a tal extremo que decidieron comunicárselo a sus padres.
Los profesores estaban convencidos de que Gillian presentaba dificultades de aprendizaje y que lo más adecuado sería trasladar a la niña a un centro para niños con necesidades especiales.
Esta historia sucede en los años 30, en Inglaterra, y por aquel entonces el TDAH (Déficit de atención e hiperactividad) aún no era un trastorno disponible.
La madre de Gillian decidió llevarla a un psicólogo. Mientras aguardaban en la sala de espera, Gillian observaba los libros que reposaban en la estantería de madera de roble. De repente, apareció el psicólogo, un hombre de gran estatura, enfundado en una elegante chaqueta de tweed. Aquel hombre tomó con ternura la mano de la niña y la condujo hasta la consulta, donde le pidió que se sentara en un sofá. Gillian estaba tan nerviosa que se sentó sobre sus manos para
no moverlas.
El psicólogo empezó a preguntar a la madre de Gillian acerca de su conducta en la escuela, mientras observaba los movimientos de la niña, su mirada, sus piernas. La mirada disimulada de aquel hombre tan enorme incomodaba a Gillian, que no quería mover ni un músculo. Por nada del mundo Gillian quería que la cambiaran de escuela y menos que la ingresaran en una escuela para niños con necesidades especiales. Aquellos veinte minutos sin duda fueron los veinte minutos más largos de su vida. De repente, la madre de Gillian y el psicólogo concluyeron su diálogo. El psicólogo se levantó de su silla y se acercó a la pequeña.
– Gillian, has mostrado una gran paciencia y te lo agradezco. Pero me temo que tendrás que seguir teniendo paciencia durante unos
minutos más. Ahora necesito hablar con tu madre en privado. Vamos a salir fuera, pero no te asustes, no tardaremos.
Gillian asintió dubitativa y los dos adultos abandonaron la habitación. Pero antes de salir, el psicólogo encendió la radio que descansaba en su escritorio. En cuanto salieron de la habitación y caminaron unos pasos, el psicólogo se acercó a la madre de Gillian y le dijo en voz baja:
-Por favor, permanezca aquí y observe a su hija.
Frente a ellos había una pequeña ventana desde donde se podía observar a Gillian sin que ella lo percibiese. La madre se quedó boquiabierta al ver a su hija levantarse y comenzar a bailar. El psicólogo y la madre de Gillian estaban deslumbrados por la gracia de la niña, sus movimientos armónicos y sobre todo la expresión de su rostro, mostrando una felicidad infinita. Porfin el psicólogo se dirigió a la madre de Gillian y le dijo:
-Señora Lynne, su hija no está enferma… es bailarina. Matricúlela cuanto antes en una escuela de danza.
Los padres de Gillian llevaron a la pequeña a una escuela de danza y aquella decisión cambió su vida. Allí se encontró con niños como ella, niños que no podían estar quietos, niños que necesitaban moverse para pensar.
Con el paso de los años, Gillian brilló como solista en el Royal Ballet de Londres y su talento llegó a oídos de Andrew Lloyd Weber, que encargó a Gillian las coreografías de algunos de los musicales más famosos de la historia, como Cats o El Fantasma de la Ópera. Gillian se convirtió en una coreógrafa famosa y multimillonaria y ha proporcionado placer a millones de personas de todo el mundo.
Y eso sucedió porque un día apareció una persona en su vida que supo interpretar sus síntomas, que supo entenderla. Otro psicólogo le habría recetado un medicamento y le hubiese aconsejado que se calmara.
Gillian no era una niña enferma, no necesitaba acudir a ninguna escuela de educación especial. Sólo necesitaba ser quien realmente era.
Esta historia, difundida por Ken Robinson, el prestigioso experto en creatividad e innovación y una de las voces más autorizadas en educación alternativa, demuestra que nuestro sistema educativo hace aguas en su línea de flotación. Como dijo Max Stirner, el filósofo alemán del siglo XIX, “el Estado me proporcionó una educación adecuada a él y no a mí”.
Nuestro sistema educativo responde a las necesidades de una sociedad marcada por la industrialización y la fabricación en serie, es decir, una sociedad que ya no existe. Sin embargo hoy las compañías, los gobiernos y las instituciones nos demandan una mayor capacidad de emprendimiento y de innovación. ¿Cómo esperan que seamos más creativos si hemos sido educados justo en la dirección contraria?