Aporofobia: el rechazo a las personas pobres

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¿Se rechaza a los extranjeros por extranjeros? ¿O se les rechaza por ser pobres? El debate está servido. La aporofobia (del griego “áporos”, sin recursos; y “fobos”, temor) es el odio, el miedo y el rechazo a las personas pobres. La palabra «aporofobia» fue acuñada a principios de la década de los 90, por la filósofa española Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, para referirse a ese sentimiento de rechazo que presentan ciertos sujetos hacia las personas desamparadas y con escasos recursos. Sin embargo no fue hasta 2017 que la Real Academia de la Lengua Española aceptara el neologismo “aporofobia” y la incorporara a su diccionario. Ese mismo año, la Fundéu BBVA (Fundación del Español Urgente) eligió la palabra “aporofobia” como la palabra del año. Para que algo exista en la conciencia colectiva hay que poder nombrarlo, y por esa razón la filósofa Adela Cortina ha contribuido notablemente a la visibilidad de este tipo de violencia. Gracias a ella, la aporofobia se ha instalado en el centro del debate.

 

Aporofobia, xenofobia y racismo: tres rostros de la violencia

La aporofobia suele confundirse con la xenofobia – el rechazo al extranjero -, y con el racismo – la supuesta superioridad de un grupo étnico frente a otros -. Para diferenciarlas hay que entender que la aporofobia se centra en los recursos económicos y no discrimina a los inmigrantes o a los miembros de otras razas, culturas o religiones cuando estas personas cuentan con suficientes recursos, un gran patrimonio, o relevancia social o mediática.

En España, el Ministerio del Interior recopila desde 2016 las denuncias que se presentan por aporofobia y las publica en un informe anual junto con otros datos sobre los diferentes delitos de odio que se registran en nuestro país. En 2016 el Ministerio del Interior registró 10 denuncias por aporofobia, y desde entonces la cifra no ha parado de crecer, aunque en la mayoría de los casos, los afectados no presentan la pertinente denuncia.

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Según datos de Hatento, una iniciativa de Hogar Sí (antes Fundación RAIS) apoyada por una red de entidades de atención a personas sin hogar y de defensa de los derechos humanos, el 47% de las personas sin hogar han sido víctimas de agresiones por aporofobia. En uno de cada tres casos se trata de agresiones verbales y en uno de cada cinco, se registran agresiones físicas. Además, el 81% de estas personas confiesan haber sufrido estos delitos en más de una ocasión, y sólo el 13% de las personas que han sufrido un delito de odio por aporofobia denuncia su caso. El perfil del agresor suele ser un joven de 18 a 25 años, que sale de diversión y que actúa ante testigos que no hacen absolutamente nada para impedir su agresión.

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España existen unas 23.000 personas sin hogar, aunque Hogar Sí eleva esa cifra hasta las 31.000, debido a que incluye a todas aquellas personas que no acuden nunca a los centros asistenciales.

 

La falta de empatía: el origen de la aporofobia

¿Qué lleva a un joven a dar una paliza a una persona sin hogar? ¿Qué le impulsa a cometer un acto tan violento contra una persona indefensa? La crisis económica y la inestabilidad laboral han exacerbado el miedo a la pobreza en una gran parte de la sociedad. Ese temor a perder el empleo, y con él la seguridad y bienestar que proporcionan los ingresos derivados del trabajo, es precisamente el caldo de cultivo donde crece el miedo a la pobreza. El pobre es visto por ciertas personas como un apestado, una especie de enfermo cuya enfermedad puede contagiarles. Simplemente su visión les resulta desagradable y procuran evitarle. Pero para que ese miedo se transforme en rechazo es necesario que el individuo experimente un proceso mental que anule sentimientos como la empatía o la compasión.

Algunas ideologías como el ultraliberalismo o el fascismo lo ponen fácil: consideran la pobreza el resultado de una incapacidad personal y no el fruto de unas condiciones estructurales adversas e injustas. En este contexto, los débiles, los más desfavorecidos empiezan a ser vistos como una carga demasiado costosa e inútil para la sociedad. Y ahí es donde la aporofobia conecta peligrosamente con el racismo y la xenofobia, porque, como señala Adela Cortina, el rechazo al pobre alimenta el rechazo a los inmigrantes y los refugiados. Ya no se les rechaza por ser extranjeros, sino por ser pobres. ¿O alguien se ofende cuando un futbolista de origen subsahariano vive en una urbanización de lujo o cuando un musulmán atraca su yate junto a su casa?