¡A exprimir la vida!
Después de 26 operaciones, 3 trasplantes de riñón perdidos, con mucha dificultad para un cuarto trasplante por los problemas inmunológicos, de pasar 9 horas de diálisis peritoneal al día, da igual el día que sea, con una amputación y la pierna que me queda con el cartel de temporal, en teoría, tengo razones para tirar la toalla, enfadarme con la vida y querer bajarme de este timo.
Pero si algo me ha enseñado la enfermedad renal que me acompaña desde los 6 meses de vida y que en teoría debería haber acabado conmigo antes del año por los pocos avances de la nefrología infantil en la época, es a conocerme a mí mismo.
Ha sido un viaje muy duro, en el que como decía he visto de cerca, manteniendo distancia social para no mezclarme con ella, a la muerte en más de una ocasión. La primera de bebé, que me salvó tener un padre médico y otra vez en una cirugía que difícilmente pudo haber más inconvenientes.
Todo ello, me ha llevado a hacer un viaje muy difícil, que no siempre nos gusta y que no todos hacen, el viaje al interior de uno mismo. Son muchos ingresos, muchas horas de pensar. Hasta hace no mucho, en un ingreso uno rozaba la vida eremita, al no tener internet, ni televisión, etc. Había libros y horas infinitas con uno mismo.
Sin estas horas, sin este estar conmigo, sin este conocerme, nunca me hubiera sido posible hacer las paces con mi destino, hacer las paces con mi realidad, hacer las paces con la vida y quererme y aceptarme como soy.
Esta enfermedad, al ser crónica, no me deja planear muchas cosas, no me deja hacer planes a largo plazo, secuestra mi futuro, ciega mis ilusiones, cohíbe mis planes, me roba el futuro. Pero este, es incierto, intangible, soñado, irreal. A cambio, por pura supervivencia, me obliga a buscar cosas buenas a cada día, cosas que me ilusionen en cada momento, me ayuda a aliviar, al menos en parte, el sentimiento de carga y a vivir cada día. Pasado un año, me he visto obligado a renunciar a un futuro irreal, a cambio de vivir un presente cada día, 365 presentes reales, tangibles, vividos.
Aunque parezca mentira, llega un día en que se pueden hacer esas paces con la vida, asumir esa realidad, mirarse uno, no con cariño, sino con amor y orgullo de lo vivido y ese día, como los tallos de los árboles en primavera, empiezan a florecer las ilusiones, los proyectos, la alegría de vivir.
Si algo tengo claro es que no puedo permitirme el lujo de esperar a que las cosas vengan mejor para ser feliz, ¿Quién me dice que no me espera otro jarro de agua fría a la vuelta de esquina?. No, es un lujo que no está a mi alcance.
Ni por mí, ni por los míos. Mis pilares, mi mujer y mi hija, el Equipo SAP (de Sara, Amelia y Pablo, como llamo en mi blog “un trasplantado”), mis padres y hermanos, mis amigos, etc. No se merecen una persona quejosa. Siempre me gusta diferenciar dos cosas, casi iguales, pero radicalmente distintas. Estar enfermo, algo lejos de nuestro alcance variar y ser un enfermo, por actitud, cosa que si es cambiable.
Como decía Viktor Frankl: “Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio tenemos el poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta se encuentra nuestro crecimiento y nuestra libertad.” Y ahí radica nuestra fuerza, nuestro poder, nuestro margen de actuación. Por mucho que yo quiera, no puedo cambiar mi situación médica, no puedo mejorar mi salud; pero si está en mi mano como reacciono ante esos golpes de la vida. Mi esencia, mi valor, mi don, no está en mis piernas, ni en mis riñones, sino en mi alma, en mi ser, en el verdadero Pablo. Verdadero yo que no siempre dejamos salir, que no siempre damos la oportunidad de conocer y salir y dar la cara, acercándonos a la mejor versión de nosotros mismos.
Porque si algo he comprobado, si algo tengo claro al mirar atrás y recorrer mi vida, analizar lo que me queda en el corazón guardado, es que nada es material, que la pérdida ha sido pequeña. Mi corazón está lleno de recuerdos abstractos fruto de la interacción o acción de otras personas. Como decía El Principito, lo esencial es invisible para los ojos.
Al final, sin duda alguna, la vida no es como viene, es como la afrontamos. Por supuesto, una vida más fácil y cómoda sería más llevadera, pero ¿sería más plena? ¿me permitiría conocerme tanto? Nunca lo sabré, por eso no es mejor una vida que otra, cada una tiene una inmensa valia y por eso hay que dejarse la vida en vivir la vida plenamente, que nunca podamos haber hecho las cosas mejor, ni haber dado más, que la vida es maravillosa siempre y es un regalo estar aquí.
A pesar de lo que os he contado, mejor dicho, gracias a lo que os he contado y lo digo con sinceridad absoluta, soy un tipo con suerte. Tengo más que agradecer que cosas por las que quejarme.
¡A exprimir la vida!
Pablo Delgado de la Serna
Fisioterapeuta, profesor e investigador