La apuesta de Pascal: ¿Dios existe o no existe?

¿Qué pasaría si el dilema de la existencia de Dios pudiera resolverse con una simple apuesta? Puede parecer una idea descabellada pero eso fue exactamente lo que propuso el filósofo y matemático francés Blaise Pascal a mediados del siglo XVII. Como era de esperar, su propuesta levantó una gran polvareda dentro de los círculos religiosos e intelectuales de la época. ¿Pero en qué consiste la teoría conocida como “la apuesta de Pascal”?

¿Dios existe o no existe? Hagan sus apuestas

La existencia de Dios ha sido abordada desde hace siglos por teólogos, filósofos e intelectuales de todas las corrientes de pensamiento. El dilema es de tamaña magnitud que conduce a un sinfín de argumentos metafísicos que ponen de relieve cuestiones tan complejas como el origen del Universo, el sentido de la vida o la existencia del alma. Estos razonamientos se han intentado sustentar sobre la idea de que la creencia en un ser superior no se trata de una cuestión de fe, sino de una experiencia racional. Esta forma de teísmo lógico fue ensalzada por Pascal cuando estableció su polémica “apuesta”, que parecía convertir un debate tan espinoso como es la existencia de Dios en una mera cuestión de pragmatismo. 

Para empezar a entender en qué consiste “la apuesta de Pascal”, el filósofo francés plantea cuatro escenarios:

  1. Crees en Dios. Si existe, entonces irás al cielo.
  2. Crees en Dios. SI no existe, no obtendrás ningún premio.
  3. No crees en Dios. Si no existe, tampoco obtendrás ningún premio.
  4. No crees en Dios. Si existe, no irás al cielo.

El siguiente gráfico ilustra el controvertido argumento de Pascal. 

Si se reduce el debate sobre la existencia de Dios a una simple cuestión de interés, lo razonable es creer que Dios exista. No se pierde nada y la recompensa es muy suculenta. Si realmente existe, el premio no es ni más que menos que el cielo eterno. Desde esta perspectiva, lo más inteligente sin duda es creer en la existencia de Dios, aunque puedan tildarnos de interesados. El propio Pascal lo explica en su obra “Pensamientos III” (1670): “Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no resulta más perjudicada al elegir la una o la otra, puesto que es necesario elegir. Ésta es una cuestión vacía. Pero ¿su bienaventuranza? Vamos a sopesar la ganancia y la pérdida al elegir cruz acerca del hecho de que Dios existe. Tomemos en consideración estos dos casos: si gana, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apueste a que existe sin dudar”. 

[FUENTE: De unknown; a copy of the painting of François II Quesnel, which was made for Gérard Edelinck en 1691[réf. nécessaire]. – Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=12193020]

 

Criticas y objeciones a la apuesta de Pascal

Como era de esperar, a este razonamiento le empezaron a surgir muchos detractores y las objeciones corrieron como la pólvora. Una objeción muy extendida se basa en que es imposible creer en la existencia de algo sobrenatural simplemente por una cuestión de pragmatismo. Aunque alguien nos ofreciera una inmensa suma de dinero a cambio de creer que las vacas vuelan, seríamos incapaces de creerlo, por mucho que lo intentáramos. Podríamos afirmar que lo creemos, eso sí, pero en realidad estaríamos mintiendo. 

El propio Pascal se apresuró a rebatir esta objeción. La conversión – según el genial filósofo francés – debería suceder de forma gradual a través de un proceso de autosugestión. Al principio todo podría parecernos ridículo, acudir a la Iglesia los domingos, leer la Biblia, rezar, pero a medida que el tiempo fuese transcurriendo, el sentimiento religioso comenzaría a calar en nosotros. En otras palabras, a base de repetir cada día las mismas rutinas, acabaríamos asegurándonos un lugar en el cielo.  

Un siglo después, y con Pascal imposibilitado para rebatir personalmente las críticas, fue Denis Diderot quien formuló una nueva objeción, esta vez más peliaguda. ¿Cómo saber a qué Dios debemos apostar? Es decir, ¿Cuál es el Dios verdadero? No vaya a ser que por decantarnos, por ejemplo, por el Dios cristiano desatáramos la furia de Alá o perdiéramos la apuesta si la auténtica religión finalmente resultara ser el budismo. Por aquellos años, también Voltaire rechazó la idea de “la apuesta de Dios” por “indecente e infantil” y añadió: “el interés que tengo en creer una cosa no prueba que esa cosa exista”. Sería interesante saber qué hubiese pensado Pascal de estas objeciones. 

En cualquier caso, a nadie le gusta que le amen simplemente por conveniencia y seguramente, Dios, si existiera, agradecería que el amor de sus seguidores fuese totalmente sincero.  En conclusión convertir la existencia de Dios en una mera cuestión de interés no parece que sea razón suficiente para convertir a un ateo en una persona creyente. ¿O sí?