Pandemocracia, ¿el fin de la democracia?
La crisis del coronavirus no sólo ha puesto a prueba nuestro sistema sanitario. También está midiendo la salud de nuestro sistema económico y de nuestras instituciones políticas. ¿Está preparada nuestra democracia para afrontar los retos que nos plantea esta pandemia? ¿Es el estado de alarma la herramienta legislativa más adecuada? ¿Son más eficientes los sistemas totalitarios en la gestión de este tipo de crisis? El debate está servido.
¿Estamos asistiendo al fin de la democracia tal y como la conocemos?
Pobreza, cierres de empresas, hambre, despidos, violencia callejera… La situación actual en algunos países empieza a ser preocupante. En Estados Unidos, una de las democracias más antiguas del planeta, las protestas se extienden por las principales ciudades del país. El asesinato en manos de la policía del afroestadounidense George Floyd ha desencadenado una ola de graves disturbios por todo el país, llegando incluso a las puertas de la Casa Blanca. Y su presidente, Donald Trump, lejos de apaciguar los ánimos, aviva cada día la llama del odio con declaraciones irresponsables y tweets incendiarios. La gestión de estos sucesos por parte de la administración gubernamental marcará sin duda el futuro del gigante norteamericano, y probablemente de gran parte de las democracias occidentales. Y Estados Unidos no es el único país donde se están produciendo revueltas callejeras. En París decenas de miles de personas se manifiestan contra la violencia policial contra la población negra . En Brasil, en ciudades como Porto Alegre, Sao Paulo y Rio de Janeiro, miles de brasileños se han lanzado a las calles denunciando el racismo de las autoridades. En Londres, Berlín o Copenhage también se están celebrando manifestaciones con mensajes antirracistas. Una lectura de los acontecimientos es inmediata: una gran parte de la población piensa que las instituciones, entre ellas la policía, defienden los intereses de una minoría dominante. La sombra de la sospecha tiñe de negro nuestro horizonte, ¿Se ha convertido la democracia en el búnker de los poderosos?
Las democracias occidentales y la gestión del Covid-19
El filósofo español Daniel Innerarity, autor de libros como “La democracia compleja” y “Pandemocracia”, afirma que las democracias modernas no están preparadas para gestionar crisis como la que estamos viviendo en la actualidad. Según Innerarity, el mundo de hoy es un mundo mucho más complejo, con numerosas interacciones y constantes crisis. Los sistemas democráticos no han sabido adaptarse a los cambios y como consecuencia de ello, no han sido capaces de anticiparse a crisis como la del cambio climático, la crisis financiera de 2008 o la actual del Covid-19. Los sistemas democráticos, demasiado enfocados en lo inmediato, en el cortoplacismo y en las pugnas electorales, no parecen capacitados para reaccionar con rapidez y gestionar con eficiencia sucesos tan dramáticos como una pandemia mundial. Daniel Innerarity alerta sobre la incapacidad de los actuales sistemas democráticos para coordinar los diferentes subsistemas que actúan en un país. La crisis del Covid-19 ha demostrado que la sanidad, la economía, la política o la ciencia, por citar sólo algunos de estos subsistemas, parecen caminar cada uno por su lado, totalmente descoordinados. Asimismo el mundo carece de una gobernanza supranacional. Ningún país ha dado un paso al frente para ejercer ese liderazgo. Es más, la mayoría de los países se han enrocado en una visión nacionalista, donde prima la desconfianza hacia cualquier vecino exterior. Instituciones como la ONU parecen desparecidas, la OMS no cuenta con el respaldo unánime de los gobiernos y en el seno de la Unión Europea se ha vuelto más profunda la brecha entre el norte y el sur.
La democracia debe evolucionar con urgencia si no queremos verla convertida en un mero elemento decorativo, en una simple cuestión formal, en una reliquia en manos de una élite bunkerizada que pretenderá preservar sus privilegios a toda costa. Si la democracia quiere sobrevivir debe ser útil y debe resolver los problemas de la gente. En esta sociedad del espectáculo, donde los tweets han sustituido a los votos y las audiencias han suplantado a los electores, el peligro de transformar la democracia en un reality show está cada vez más latente. En nuestras manos está revertir esta situación y devolver a la democracia el protagonismo que los ciudadanos nos merecemos.