Hay un justo en el alma de cada uno de nosotros
En el curso 1975-76 siendo yo estudiante de primero de Derecho tuve el enorme privilegio de ser alumno del profesor Juan Iglesias (1917-2003) insigne catedrático de Derecho Romano y Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en 2002.
En sus libros y clases Juan Iglesias hablaba, como no podía ser de otro modo, de Derecho Romano, materia en la que fue una autoridad mundial. Pero su visión del Derecho, lejos de la especialización y el mecanicismo técnico, era universal y humanista: el profesor se alejaba de la aridez de la materia e instaba a buscar en el Derecho “ayuda para el hombre, para la dignidad de cada hombre. La suprema misión de justicia que comporta el Derecho se cifra en suum cuique tribuere, en dar a cada uno lo suyo. Y lo mejor, lo más radicalmente suyo de cada hombre, es su yo, su alma”. La cita es de su obra “Visión española del Derecho” (1953), y yo subrayé en lápiz azul esa referencia al alma, que resonó en mí. De un modo explícito y claro, Juan Iglesias consideraba al Derecho como un instrumento para llegar a la justicia y de ahí para llegar al alma.
También en ese libro original y notable al que hago referencia el profesor escribió algo que 66 años después tiene rabiosa actualidad: “hemos caído en la trampa de la confusión, que es decir del ruido, de la prisa, del vértigo, de la técnica que lleva al febril consumo, del hombre hecho máquina para adquirir máquinas y morir víctima de las máquinas”. Para enfrentar esa trampa, el profesor invitaba a sus alumnos a desarrollar al máximo la responsabilidad para pasar a ser parte de un grupo muy especial de personas: la de “esos hombres…que son legisladores de sí mismos, imponiéndose mayor carga de deberes que la establecida por la ley pública”.
En los años noventa trabé una preciosa amistad con el profesor. Generosamente me enviaba sus escritos y libros, en muchos de los cuales se iniciaba hablando de Derecho Romano para muy pronto pasar a hablar de la vida en general y de la Vida con mayúsculas en particular. Poco a poco fui percibiendo que para Juan Iglesias el Derecho Romano era la excusa para hablar de la dimensión espiritual del ser humano, y cada vez de modo más explícito, sin rubor. Así, en su delicada obra “Arte del Derecho” (1993), el profesor pedía un cambio, ofrecía una medicina: “hay que clarificar y purificar nuestros espíritus. Un nuevo ascetismo hace falta”. Proponía entonces Juan Iglesias que “las almas habiten más dulcemente los cuerpos” y que los hombres “estrenen el Evangelio”. Sus muchas colaboraciones en la tercera de ABC eran siempre llamadas a la dignidad, a la coherencia y a la bondad. Eran y son llamadas a vivir en la verdad, desde nuestro yo pleno, desde el alma.
Pasados ya tantos años de sus escritos, las propuestas de Juan Iglesias me parecen de enorme actualidad, ahora que es tan visible observar que, efectivamente, hemos caído en la trampa de la confusión, del ruido y de la prisa, todo ello elevado muchos grados como consecuencia de la interacción que proporcionan las redes sociales y la conexión a internet 24/24, conociendo mucho de lo que ocurre en el mundo casi en tempo real.
Como tantas personas, yo también experimento esa confusión, ese ruido y esa prisa, pero en los últimos años he ido logrando introducir prácticas desactivadoras o mitigadoras de esos estados, que me ayudan en mi vivir, y que me permiten entender el mundo desde otra perspectiva. Una de las prácticas más renovadoras es la de un triángulo de conexión, que en alguna inspiradora charla nos ha referido la hermana Jayanti, de Brahma Kumaris. Este triángulo tiene tres movimientos, que forman tres “A”. El primero es ir Adentro. Allí busco encontrarme con mi Yo, con mi centro de quietud, con mi alma. El segundo es ir Arriba. Allí busco encontrarme con el Uno, con el Divino, con Dios. Allí renuevo la batería y me lavo (figuradamente) por dentro y por fuera. El tercero es ir Afuera, a realizar las actividades del día, pero con la energía renovada y pura generada en los dos primeros movimientos del triángulo.
Cuando realizo esta práctica, visualizo un gran círculo que automáticamente me lleva a las palabras de Juan Iglesias y que yo leía en mi adolescencia casi con arrobo. Ahora las entiendo mejor. Me parece que hoy tenemos una gran oportunidad para volver a aquello de que “hay que clarificar y purificar nuestros espíritus. Un nuevo ascetismo hace falta”. ¿Estamos a tiempo de encontrar la paz en medio de la tormenta? Pienso que sí, pero es responsabilidad de cada uno encontrar su punto de quietud, es un tema personal e intransferible.
Escribió Juan Iglesias: “Juristas son los justos. Juristas son esos humildes y escondidos hombres que ven en los prójimos hermanos…Juristas son los bienaventurados que aman”. Atisbé al leerlo, en 1975, que independientemente de nuestra profesión, todos debemos aspirar a ser juristas, intentar ser esos “bienaventurados que aman” a los que se refiere Juan Iglesias. Y escribe también: “Desde la eternidad, en que fue decretado nuestro ser, hay un justo en el alma de cada uno de nosotros. Sabemos que está ahí, en los senos de nuestra entraña, pidiéndonos lo que no queremos darle. Porque nos pide vivir en verdad, y tal significa que hemos de quemar nuestra casa, levantada con recetas de falsa arquitectura”.
Quemar nuestra casa, para levantar una casa más bella. Es un hermoso ejercicio diario el que se nos propone.
Joaquín Tamames
Administrador Palacio de Hielo La Nevera