Ingrid Bergman, una estrella con luz propia
Ingrid Bergman irrumpió en el cine de Hollywood desde su Suecia natal como un descubrimiento formidable. En al reino del artificio, lejos del divismo y superficialidad de sus estrellas, representaba la espontaneidad, la belleza natural, la presencia incontaminada. Es bien sabido que se negó en rotundo a que la implacable maquinaria de los Estudios le transformase en alguien diferente a sí misma, convirtiéndose en un espécimen único, en las antípodas de su compatriota “La Divina” Garbo. Como ésta causo sensación y el público de todo el mundo la adoró sin reservas desde el primer momento.
Debutó en EEUU con el melodrama romántico “Intermezzo” (1939) que no era sino un remake del filme sueco que la dio a conocer fuera de su país, desde entonces inició una imparable carrera convirtiéndose en poco tiempo en una de las favoritas de público e industria en lo que fue la era dorada del Hollywood clásico, beneficiándose de los mejores materiales que la industria podía proporcionar en aquellos años. Sin embargo sus dos grandes éxitos, los que la convirtieron en una rutilante estrella, llegaron a sus manos por casualidad ya que tanto “Casablanca” (1943) como “Luz que agoniza” (1944) fueron pensados para la bellísima y sofisticada Hedy Lamarr quien los rechazó haciendo la fortuna de Ingrid. El primer título es en gran parte el responsable de su leyenda, dada la estatura mítica que el filme ha adquirido con los años, en cuando a “Luz que agoniza”, dirigida por George Cukor, su soberbia interpretación de esposa amenazada por un Charles Boyer que quiere volverla loca, le otorgaría un merecidísimo primer Oscar como mejor actriz aclamado por todos.
Fue la guerrillera María que lucha junto al miliciano Gary Cooper durante la guerra civil española en la adaptación de la novela de Hemingway “¿Por quién doblan las campanas?” (1943) y la monjita caritativa que acompaña al sacerdote cantarín Bing Crosby en el éxito “Las campañas de Santa María” (1945). Pero sería el genio de Hitchcock quién lograría afianzar su carrera, arrancando nuevos registros y un erotismo distante y apasionado, que tanto gustaba al mago del suspense, en dos títulos imprescindibles de su filmografía, “Encadenados” (1946) junto a Cary Grant y “Recuerda” (1945) donde se enamoraba de un amnésico doctor con el rostro de Gregory Peck. En este punto Ingrid era sin duda una de las actrices más veneradas de su tiempo, con la industria y el público a sus pies. Sin embargo la mala elección de sus siguientes vehículos darían un vuelco a su carrera. Ni su papel de prostituta junto a Boyer y Charles Laughton en “Arco de triunfo” (1948), ni el tedioso misticismo de “Juana de Arco” (1948) convencieron a nadie. Una tercera colaboración con Hitchcock en uno de sus títulos menos conocidos, “Atormentada” (1949), no mejoró las cosas haciendo que su potencial en taquilla disminuyese de forma alarmante. La situación se complicó aún más cuando abandono América y a su marido e hija para ponerse a las órdenes de Roberto Rossellini en “Stromboli” (1950), iniciando además una sonada relación con el realizador italiano que sería piedra de escándalo en la época.
Se cuenta que Ingrid quedó absolutamente prendada del talento de Rossellini tras visionar “Roma, ciudad abierta” (1945) y escribió al director una famosa carta poniéndose a su entera disposición, manifestando un ferviente deseo de trabajar a sus órdenes. Tras conocerse la admiración por el genio se hizo extensiva al hombre y abandonó su matrimonio y su fructífera carrera para instalarse en Italia junto a su nuevo amor, con quién terminaría por contraer matrimonio tras gestar al primer hijo de ambos, Roberto, de forma ilegítima ya que la actriz aún no había obtenido el divorcio de su anterior esposo. La pareja tendría dos hijas más, una de ellas la también actriz Isabella Rosselini, heredera de la belleza luminosa de su madre. Esta situación desató la ira de las ligas católicas de EEUU que llegaron a pedir su excomunión e incluso fue declarada “persona non grata”. Desde ese momento tanto su relación como sus siguientes películas en Europa a las órdenes de su marido la convirtieron prácticamente en una proscrita. Los títulos rodados por Rosselini, “Europa 51” (1952), “Te querré siempre” (1954) o “Juana de Arco en la hoguera” (1954), no tuvieron apenas ninguna repercusión y estuvieron a punto de apagar su estrella, además de colocarla en una difícil situación financiera, acrecentando una crisis matrimonial que acabó en divorcio.
Tras la separación de Rossellini regresó a Hollywood obteniendo un enorme éxito y el perdón de la industria y el público en forma de un segundo Oscar como mejor actriz por su interpretación de la sufrida “Anastasia” (1957), hija del Zar de todas las Rusias empeñada en demostrar desesperadamente a todo el mundo que había sobrevivido al fusilamiento de su familia a manos de los bolcheviques, aunque no la creía ni su sombra ella al menos se llevaba del brazo al exótico Yul Brinner como premio de consolación. Gracias al éxito del filme pudo vivir una segunda carrera con algunos títulos importantes como la deliciosa comedia “Indiscreta” (1958), la superproducción “El albergue de la sexta felicidad” (1958) o el delicado melodrama “No me digas adiós” (1961) donde se debatía entre la pasión por un jovencísimo Anthony Perkins y el amor por un caradura Yves Montand. En adelante se repartiría entre el cine, el teatro y la televisión a partes iguales, consiguiendo algunas interpretaciones memorables como la televisiva “Hedda Gabler” o su excelente composición de niñera apocada y religiosa de “Asesinato en el Orient Express” (1974) que le valdría su tercer Oscar, esta vez como mejor secundaria.
“Nina” (1976) junto a Liza Minnelli y “Sonata de Otoño” serían sus últimos títulos para la gran pantalla. En 1975 se le diagnosticó un cáncer de mama que lejos de apocarla, hizo que se volcase en su profesión trabajando sin descanso, dando una vez más cuenta de su temperamento visceral y rebelde. En 1981 inicio el rodaje en Israel de la serie para televisión “Una mujer llamada Golda” (1982) basada en la vida de la primera ministra israelí Golda Meir, por la que obtendría varios premios, entre ellos el Globo de Oro a la mejor actriz, pero que supondría todo un reto a su frágil salud, precipitando un triste final el mismo día en que cumplía 67 años.
Los cinéfilos de todo mundo lloramos desconsoladamente a nuestra “Ilsa”, ella se marchó con esa maravillosa sonrisa y ese brillo en los ojos que enamoraron a Humphrey Bogart y al mundo entero en un café americano de Marruecos mientras sonaban las notas inmortales de “El tiempo pasará”, sin embargo nadie se olvidó jamás de la etérea, rebelde y maravillosa Ingrid Bergman.
Daniel Portero • Responsable Área Gestión Comercial • Back Office • Mediapost Group