El Regalo de Jon
Jon descubrió hace solo unas semanas que un cáncer de páncreas, encontrado casi por casualidad y sin ningún síntoma aparente hasta entonces, terminaría con su vivencia terrenal.
Jon, durante su vida profesional fue cardiólogo y en su tiempo libre gran estudioso de la religión. Siempre buscando con gran entusiasmo los vínculos entre la ciencia y la religión.
68 años, muy pronto, por sorpresa…Y es que la vida, a veces, te da reveses duros sin ningún tipo de preaviso.
Hasta aquí, la historia de Jon no es muy diferente a la de otras muchas personas que de pronto se encuentran con la muerte acechándolas muy de cerca. Pero en este caso, lo que quiero compartir con vosotros es el regalo que Jon nos ha hecho durante sus últimas semanas. Un regalo en forma de una gran valiosa lección.
Cuando me enteré de la noticia de su enfermedad, hablé con él, cuidando mucho mis palabras y el tono, teniendo dudas de hasta que punto Jon quería o estaba preparado para hablar. Me sorprendió escucharle hablar de su enfermedad en términos médicos, explicando cómo descubrió su enfermedad, el diagnostico, lo que se preveía que podía ocurrir en las próximas semanas y los pasos necesarios para evitar el dolor físico todo lo posible. Me lo explicó de forma objetiva, casi como si me estuviera dando un diagnóstico de alguien que podría haber sido su paciente.
Entonces, me atreví a preguntar “ Y tú, ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?”.Él me miró a los ojos y con una mirada transparente, limpia, llena de luz, me contestó: “Estoy en Paz, me podría marchar en cualquier momento. Solo pido estar bien unas semanas para poder despedirme de mis seres queridos”.
Sin duda, la vida sorprendió a Jon con esta enfermedad, pero también Jon sorprendió a la vida con su actitud. Sabiendo que tenía poco tiempo, apenas 6-7 semanas, antes de que su enfermedad le dejara del todo impedido, dejó bien claro cuál era su voluntad: Disfrutar de su familia, estar rodeado de ellos y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, nada extraordinario… ¿o quizá si?
Quizá si, porque, a veces, olvidamos disfrutar con la intensidad que deberíamos de esas pequeñas grandes cosas del día a día, esas que al final llenan nuestras horas, nuestros días y nuestras vidas: Ir a visitar a tus padres, un café con un amigo, tener la suerte de poder ayudar con pequeños gestos a los que están a tu alrededor, olvidarte del móvil y escuchar con atención a la persona que tienes en frente. Comer y beber disfrutando realmente de la comida, de su sabor… sin estar distraído con el móvil o la televisión, hacer esa llamada que tienes pendiente hace tiempo.
Es fácil dejar todo esto para mañana, para otro día, porque, aunque sepamos que no, todos actuamos como si nuestro tiempo aquí fuera infinito, hasta que un buen día, nos llega la fecha de caducidad, y lo cotidiano pasa a ser extraordinario.
La muerte, entonces, se me antoja necesaria. Necesaria para celebrar cada día la vida, para antes de tomar algunas decisiones, reflexionar sobre que haría si me quedara menos tiempo del que podría pensar. ¿Qué cosas me gustaría vivir? ¿De qué cosas me gustaría llenar mi vida? ¿Qué temas me gustaría dejar cerrados? O quizá, simplemente decidir, salir un poquito antes del trabajo, para jugar con tus hijos, pasear con tu pareja, o llevar una tarde cualquiera flores a tu madre.
El tiempo es lo más valioso que tenemos, y por tanto debemos decidir bien con quien compartirlo, a quien se lo queremos regalar, así como apreciar infinitamente el tiempo que otros nos dedican.
Como si de un viaje se tratara, parece que solo teniendo presente que el viaje tiene un fin, somos capaces de disfrutar con mucha más intensidad de cada detalle. Y si, este viaje tiene un fin.
Jon esto lo tenía muy claro, por eso decidió disfrutar de sus últimas semanas, rodeado de su gran familia, la de sangre y la que la vida, por otros caminos, le había regalado. Se dedicó a llamar a amigos y a familiares para despedirse de ellos. Cada visita, era una gran celebración. En ningún momento, quiso transmitir un ápice de pena o victimismo, todo lo contrario, aprovechó cada segundo para celebrar, para sonreír, para dar amor en cada abrazo, en cada mirada, en cada gesto y por supuesto, se abrió a recibir el amor de los demás. Vivió con gran intensidad cada uno de los días y siempre, siempre celebrando la vida y transmitiendo su gran PAZ a los demás.
Se dedicó a agradecer de forma muy intencional a cada uno de los que le rodeaban, por la ayuda que, de una forma u otra recibía de ellos.
Pidió hacer fotografías con cada una de sus visitas, con su familia, incluso con el personal de paliativos que cada mañana le visitaban. Con las fotografías iba rellenando la pared frente a su cama, para así observarlas a lo largo del día y deleitarse con ellas…, meditar sobre lo que es más importante en la vida: “El amor”, en cualquiera de sus formas.
Así Jon, desde que conoció su enfermedad, lejos de lamentarse, decidió dejarnos este gran regalo. Un regalo en forma de lección:
-Hay que celebrar la vida cada uno de los días, disfrutar al máximo de tus seres queridos, y de esas pequeñas cosas, que a veces, se nos pasan inadvertidas o damos por hecho, y que cuando el tiempo escasea, se vuelven realmente importantes.
-Hay que fotografiar los momentos, las sonrisas, las risas, los abrazos y tenerlos muy presentes, a la vista, para que cada día al mirarlos, nos arranquen una sonrisa y nos recuerden lo que realmente da sentido a nuestras vidas.
-Debemos poner verdadera intención en lo que hacemos en nuestro día a día, dejando de actuar con el piloto automático, y conociendo el gran impacto que cada pequeño gesto que hacemos tiene, sobre nosotros mismos, sobre la gente que rodea y sobre el mundo.
-Y por supuesto, hay que agradecer infinitamente cada uno de los regalos que la vida nos ofrece: cada gesto, cada sonrisa, cada abrazo, cada oportunidad de aprender, de descubrir que somos mejores de lo que pensábamos y también, por supuesto, agradecer cada respiración.
Jon, gracias por la gran lección que nos dejas. Has convertido la muerte en un regalo que nos recuerda que cada día debemos celebrar la vida.
Rosa Almarza
Publicado en el nº15 de la revista Ideas Imprescindibles