De la maratón a la aventura
Haciendo una metáfora con el mundo del deporte y la aventura, podríamos decir que en nuestra historia reciente, la época industrial, estábamos mayoritariamente convencidos de que la vida era como una maratón; pero para avanzar hacia el futuro, deberemos convencernos de que la vida es más bien como una aventura.
Correr una maratón o alguna disciplina similar, es una gran actividad, una forma de disfrutar, de superarse, de mejorar, de cuidarse, de competir, y de tener una afición o pasión potente; pero es algo bastante fácil, y no tiene tanto mérito como a menudo le atribuimos. Aporta cosas buenas pero están muy distantes de lo que de verdad importa como lección de vida en un mundo tan complejo como el que vamos a vivir.
¿Qué se necesita para poder correr una Maratón? Básicamente esfuerzo, perseverancia, disciplina y saber sufrir. Todos ellos factores muy importantes en la vida, pero bastante fáciles de aplicar, pues tienen la inmensa ventaja de que sólo dependen de uno mismo.
Aparte de las condiciones propias de cada atleta, que normalmente dependerán básicamente de su entreno y de encontrarse bien el día de la carrera, las incertidumbres del entorno en una maratón son prácticamente nulas. Puede llover o puede no llover. A partir de allí, por unos pocos euros, uno se lo encuentra todo organizado, con la ruta marcada, bebidas en cada control, médicos, y mucha gente animando. Y si se falla por algún motivo, el coste de oportunidad es prácticamente nulo, pues sólo depende de nosotros el conectarnos a internet y ver en qué otra carrera nos queremos dar la siguiente oportunidad. Y si uno se hace daño en un tobillo, por ejemplo, siempre puede desplazarse a la calle de al lado y coger un taxi que le lleve a casa: se puede renunciar en cualquier momento, y no se corre prácticamente ningún riesgo.
¿Es esto la vida? ¿Una cosa organizada, llena de almohadas por si te caes, con todo marcado, con segundas oportunidades y sin ningún tipo de riesgo? ¿Una prueba dónde todo depende sólo de uno mismo?
Hemos vivido un tiempo en que la fórmula funcionaba. Uno se dedicaba a hacer bien su trabajo, se esforzaba mucho y se preparaba a fondo, y la sociedad le proporcionaba en gran medida un camino a seguir en su vida personal o profesional. Ha sido un modelo que ponía el trabajo y el esfuerzo en el centro de la evolución de las personas y las sociedades, que normalmente llevaban a unos determinados resultados.
Así, los que estudiaban una buena carrera a base de mucho esfuerzo personal, conseguían tener una trayectoria bastante clara para su futuro profesional. O los que realizaban bien su trabajo en una empresa y adquirían experiencia, solían tener una trayectoria asegurada. Unos se preparaban bien en lo que sabían hacer o les gustaba hacer, y lo demás se iba organizando para que ellos pudiesen recoger el fruto de su esfuerzo.
Pero que ocurre cuando uno ve que termina su entreno después de mucho tiempo de esfuerzo, y el día de la carrera no hay nada montado. Se presenta en la teórica línea de salida, y no hay arco de partida, ni vallas, ni gente animando, ni flechas, ni médicos, ni controles, ni han cortado el tráfico, ni hay medios de comunicación. Enseguida piensa que debe haber algún error, que algo ha fallado en el sistema, o que quizás él se habrá equivocado de día. Y cuando se dispone a regresar a su casa, absolutamente confuso, ve un póster colgado en una en una farola que pone: “Bienvenido a la vida real. No era una maratón, era una aventura”. Ese día uno se da cuenta de que toda su formación, su entreno, su preparación y su esfuerzo, no eran el final de nada ni la garantía de nada, sino que sólo eran un primer paso para empezar un camino dónde habrá algunas variables más aparte del “cómo estoy yo”, del “me esforzaré al máximo” o del “llueve o no llueve”.
Las generaciones precedentes y, en gran parte, también la generación actual, vivía inmersa en la llamada cultura del esfuerzo, por la que el que trabajaba duro y se esforzaba, casi siempre tenía premio. Las personas de origen muy humilde y sin estudios, conseguían evolucionar muy positivamente a base de trabajar. Los que estudiaban solían tener un futuro prometedor. Los que ponían en marcha un negocio y luchaban a fondo, tenían una alta probabilidad de alcanzar ciertas cotas de éxito. Y así sucesivamente.
Pero la época de la maratón ha terminado. La época de la cultura del esfuerzo ha llegado a su fin. Ahora el esfuerzo y el trabajo es un mínimo indispensable, pero a la vez no es la garantía de nada; es una ‘Commodity’ que depende de la cotización del momento. Ahora estamos en la época de la aportación de valor; una aventura en la que aparte de esforzarse, cada uno deberá liderar su rumbo, tomar sus riesgos, organizar sus circunstancias, adaptarse constantemente a los cambios, responsabilizarse de su propia marca, y encontrar las oportunidades en un entorno en el que todo es cambiante.
La sociedad parece empeñada en educar personas enfocadas a hacer maratones; haciéndoles creer que si ellos se esfuerzan mucho, estudian mucho y hacen los deberes de buen ciudadano, luego encontrarán un circuito muy bien trazado. Esto sería ideal, aunque no es la realidad del mundo en que ahora vivimos, y mucho menos del que viviremos.
Y luego pasa que salen los estudiantes muy bien preparados de sus carreras ol os profesionales con buenos currículums, se sorprenden al ver que no está la autopista que les habían prometido.
Señoras y señores: no hay ninguna autopista, no hay ninguna ruta marcada. El futuro es un mapa virgen, sin indicar, incierto, arriesgado, cambiante y complejo; pero también apasionante, divertido, enriquecedor y lleno de oportunidades. ¡Que tengan una feliz aventura!
Artículo escrito por Albert Bosch, Aventurero y Emprendedor | www.albertbosch.info
Publicado en el nº 13 de la revista Ideas Imprescindibles
> Albert Bosch protagonizará el próximo encuentro de Ideas Imprescindibles que se celebrará el jueves 18 de mayo en CaixaForum Barcelona. Si quieres asistir, infórmate aquí.