Parejas ideales
Desde los inicios del Cine como industria el magnetismo y pasión despertado por las estrellas de la pantalla ha sido uno de sus mayores atractivos.
Cuando una de ellas era emparejada con otro astro y se producía entre ellos la química suficiente como para establecer una colaboración a largo plazo, se creaba lo que se dio en llamar “parejas ideales”, generando ciclos enteros protagonizados por un mismo elenco protagonista, que ampliaba el potencial estelar de ambos, llenando las arcas de las productoras.
Esto fue así desde la etapa del cine silente, con precedentes tan populares como los de la tierna Janet Gaynor y el apuesto Charles Farrell protagonistas entre otras de “El séptimo cielo” (1927), pero se desarrolló en todo su esplendor a partir de la irrupción del sonoro, cuando el Star System alcanzó su época de gloria. De este modo todos los estudios de Hollywood se pusieron manos a la obra para crear sus parejas ideales, creando en torno a ellas un fabuloso merchandising y toneladas de publicidad con el fin de convertirlas en leyendas de la pantalla.
La modesta RKO se vio bendecida con el dúo más conocido del musical de todos los tiempos, los magníficos Fred Astaire y Ginger Rogers que dieron horas de baile y entretenimiento a cantidades ingentes de público a lo largo de diez títulos inmensamente populares, el último de ellos en la Metro reencuentro único para nostálgicos de la pareja y mitómanos en general, sin ir más lejos quién esto subscribe.
Precisamente el estudio del León que presumía de tener “más estrellas que en el Cielo”, fue experto en generar parejas de éxito en los distintos géneros. Contó con los talentosos Spencer Tracy y Katherine Hepburn en la comedia y el drama de altos vuelos a lo largo de nueve películas inolvidables. Los incombustibles Mickey Ronney y Judy Garland fueron la pareja adolescente del musical de corte moderno durante nueve filmes bajo la experta batuta del productor Arthur Freed y los canoros Jeanette Macdonald y Nelson Eddy hicieron lo propio en el terreno de la Opereta clásica, llenando de trinos la pantalla en siete títulos de gran éxito, haciendo las delicias del público más nostálgico. Otro dúo de gran fama fue el formado por “el Rey” Gable y la sensual Joan Crawford, ambos demostraron su potencial erótico y su rentabilidad en taquilla en ocho ocasiones. Sin olvidar los dramas familiares de la pareja por excelencia de este género en el estudio, la británica Greer Garson y el canariense Walter Pidgeon, que hicieron llorar a lágrima viva al mundo entero en ocho títulos llenos de romanticismo decimonónico. De igual manera el público vibró con las hazañas del más célebre Tarzán de la pantalla y su Jane, Johnny Weissmuller y Maureen ÓSullivan que pasearon su amor roussoniano por la selva en seis filmes inolvidables para miles de escolares y soñadores en general.
La Warner contó con la pareja más famosa del cine de aventuras personificada en la apostura de Errol Flynn y la delicadeza de la gran Olivia de Havilland, que deleitaron con sus filmes de capa y espada y sus visitas al Far West en siete ocasiones. La reina del estudio, Bette Davis, reventó la taquilla con los dramones protagonizados junto al eficaz George Brend, un sólido actor que no brilló demasiado por estar a la sombra del inmenso talento de Bette en vehículos realizados para el lucimiento absoluto de la actriz, juntos intervinieron nada menos que en trece títulos, algunos de ellos inmortales como “Jezabel”(1938), “La Carta” (1940), “La solterona” (1939) o “Amarga victoria” (1939). En el apartado del “cine negro” uno de los géneros cumbre del estudio, contaron con la baza de tener a una pareja que adquirió estatura mítica, Humphrey Bogart y Lauren Bacall, cuya química en la pantalla fue dinamita pura a lo largo de cuatro títulos imperecederos, desde “Tener y no tener” (1944) hasta “Cayo Largo”(1948), pasando por “El sueño eterno” (1946) y “La senda tenebrosa”(1947).
En la Columbia la tentadora “Gilda” (1946) revolvió los cimientos de la sociedad puritana con su inmortal contoneo dentro de un famoso vestido de satén y unos interminables guantes. El éxito de la cinta protagonizada por “la Diosa” Rita Hayword junto a un anodino Glenn Ford, hizo que la pareja repitiera tensión sexual en “Los amores de Carmen” (1948) y “La Dama de Trinidad” (1952), este último título con bofetón incluido, rememorando el célebre cachete que Ford propinaba a la díscola Gilda en el filme de Vidor.
La Paramount gozó del privilegio de otra pareja fascinante del “Cine negro” tan grandes en estos menesteres como Bogart y Bacall aunque su mitomanía haya corrido peor fortuna con el tiempo… Alan Ladd y Verónica Lake, protagonistas de cuatro títulos clásicos tan magníficos como “El cuervo” (1942) o “La llave de cristal” (1942).
También hubo “extrañas” parejas como las formadas por Stand Laurel y Oliver Hardy, conocidos como “El gordo y el Flaco” cuya carrera se desarrolló prácticamente juntos, al igual que ocurrió más adelante con Abbot y Costello, en cierta forma una réplica de los populares cómicos. El trío Bing Crosby, Bod Hope y Dorohty Lamour y su famoso ciclo “Road to…”. O la formada por los polifacéticos Jack Lemmon y Walter Mathau, uno de los dúos de humor ácido con más talento de la pantalla.
El ejemplo del cine americano fue seguido por el resto de filmografías con igual fortuna. En nuestro país la productora Cifesa, única en crear un sistema de estudios similar al de Hollywood incluyendo en su nómina a las actrices y actores más famosos del momento bajo contratos de siete años de duración, ofreció varios ejemplos de parejas populares como las formadas por Amparo Rivelles y Alfredo Mayo o la misma actriz junto a Rafael Durán y el que quizás sea el mayor ejemplo de éxito de aquellos años, la inolvidable Imperio Argentina junto al gracioso Miguel Ligero, uno de los dúos con mayor química de nuestro cine, si bien no se abordaba desde la parte romántica, sino como contrapunto cómico al personaje de la estrella, un acierto personal del director Florián Rey artífice de la mayoría de las películas que rodaron juntos.
Todos ellos demostraron que el talento unido al servicio de la obra era un modo mucho más potente de arrastrar al público hasta las salas, dejándose hechizar por aquellas sombras proyectadas a 24 imágenes por segundo sobre un lienzo en blanco, haciendo al espectador soñar con otras historias vividas a través del rostro de sus estrellas.
Daniel Portero Flores • Mediapost Group • Responsable Nacional de Back Office
Publicado en el nº 11 de la revista Ideas Imprescindibles