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Iniciación al desierto. Actualidad y necesidad del silencio

Desde hace ya casi cuatro años ofrezco retiros de fin de semana para iniciarse y profundizar en la meditación y el silencio interior tanto a a creyentes y no creyentes. Tras haber explicado las pautas más elementales para el silenciamiento a más de quinientas personas y haberme entrevistado personalmente con casi todas ellas puedo afirmar –creo que con cierto fundamento- que el silencio es hoy nuestra necesidad más primordial. Esto significa que no sabemos escucharnos a nosotros mismos y, en consecuencia, que tampoco sabemos escuchar a los demás, puesto que nadie puede dar lo que no tiene. Todos estamos de acuerdo, al menos en principio y en teoría, que escuchar es algo capital. Sin embargo, nadie nos ha enseñado. Nadie nos ha dicho cómo ejercitarnos en la atención. Todos vivimos encerrados en nuestro pequeño yo, ignorantes de que existe todo un mundo más allá de nuestros pensamientos y sentimientos, de nuestras emociones, necesidades y deseos. Cultivar el silencio es –y por eso he aceptado escribir este artículo- una auténtica revolución.

Unas treinta personas acuden cada fin de semana a estas iniciaciones al silencio a la red de meditadores que he dado en llamar “Amigos del Desierto”. Tras un breve saludo y unas palabras de bienvenida, explico cuáles son las reglas de juego para poder vivir una experiencia fundante y auténtica. Todos los presentes están ilusionados y expectantes. Han acudido por los motivos más variopintos: están en un momento vital de crisis o de cambio; practican yoga o zen, pero echan de menos una mayor profundidad; sienten una cierta insatisfacción en su forma de vivir el cristianismo; padecen situaciones de stress laboral o familiar y han oído que algo así podría venirles bien… Setenta por ciento son mujeres y el otro treinta, varones; casi todos entre los 40 y 60 años; la inmensa mayoría no son católicos practicantes, pero más de la mitad se considera cristiana; todos sin excepción se definen a sí mismos como buscadores. Nadie que no sea buscador, acude al silencio. El asunto es, obviamente, qué es lo que andamos buscando.

Para la sorpresa de los asistentes, enseguida me pongo a cantar. Se trata de una poesía de Luis Rosales que adapta una de Juan de la Cruz que dice así: “De noche, iremos de noche, / que para encontrar la Fuente / sólo la sed nos alumbra.” La actitud del auditorio cambia en el acto por completo: han pasado de escucharme con el ceño fruncido a hacerlo con una suave, o incluso descarada, sonrisa. Es normal: nunca he cantado demasiado bien. Este cambio se debe a que han pasado de una actitud fundamentalmente mental, que es la que se asume cuando se asiste a una conferencia, a un sapiencial. El intelectual es –así es como yo lo veo- quien quiere penetrar en la realidad; el sabio, por contrapartida, aquel que permite que la realidad entre en él y le conmueva. Pues bien, eso mismo es lo que pretendo que se fomente en esos dos días de retiro: la receptividad, la acogida, la actitud discipular. Sin este talante de aprendiz, no existe el camino espiritual. Porque si el gesto es el dominio del cuerpo, y la palabra el de la mente, el silencio es el campo del espíritu. Y ello hasta el punto que puede afirmarse que no hay espiritualidad sin silencio o, más aún, que experimentar el silencio es tanto como entrar en la dimensión espiritual que constituye al ser humano. El silencio es ese espacio/tiempo en que no nos vertemos al exterior, sino en que nos recogemos por dentro, posibilitando la conciencia de eso que llamamos mundo y que entendemos por yo.

Tras explicar que cantando cumplimos secretamente nuestra aspiración más profunda, que no es otra que la unidad (lo que se ha posibilitado gracias a una sencilla melodía y a unas pocas palabras), invito al público a que cante conmigo. De este modo, no soy el único que pierde la reputación y es así, en fin, sin reputación o imagen que salvar, como se posibilita el milagro de la comunicación. Claro que decir que nuestro principal anhelo es la unidad es tanto como declarar que nuestro principal problema es la división o la fractura. Y así es: en nuestro interior estamos divididos (queremos una cosa y su contraria); estamos separados y hasta enfrentados con los otros (casi siempre por prejuicios, ideologías o tonterías, pues es infinitamente más importante lo que nos aúna que lo que nos fracciona); y, en fin, divididos de ese misterio de la Vida que los creyentes llamamos Dios.

En ese pequeño canto sanjuanista están las tres palabras clave de la experiencia del silencio: la Fuente, la sed y la noche. Porque lo cierto es que todos buscamos una fuente de sentido y de plenitud, con independencia de cómo la llamemos. Y porque todos nos acercamos o alejamos de esa fuente en la exacta medida de nuestra sed. El camino que va de esa sed hasta esa fuente es nocturno, es decir, comporta dificultades. La mística es el arte de la unidad: pretendemos unirnos a la luz, por supuesto; pero para ello hemos de atravesar algunas sombras. El silenciamiento o recogimiento interior, con independencia de la religión que se profese o sin ninguna religión, es una vía para la unificación. El hombre se realiza cuando es uno sin matar a los muchos que le constituyen, sino dándoles un juego armónico. El hombre, por el contrario, sufre y se pierde cuando vive en la fragmentación.

Conviene advertir que el silencio que la meditación propicia no es en el fondo nada; es algo así como un marco en el que cada uno mete lo que es hasta que de pronto ese marco vacío se convierte en un espejo. Pero lo que allí vemos, por desgracia, no nos suele gustar y, por ello, desviamos la mirada y comenzamos a decir que el silencio no es lo nuestro. Si perseveramos, en cambio, si no huimos de lo prosaico que en primera instancia nos ofrece el silenciamiento, tal vez entonces llegue el día en que ese espejo se convierta en una ventana y en el que descubramos, maravillados, que hay todo un paisaje y un horizonte por contemplar. Que somos más de lo que pensábamos. Que la vida no es sólo sota, caballo y rey, sino toda una baraja. Que detrás del recibidor, por dar otra metáfora, había todo un castillo por explorar.

Las reglas del juego de nuestras iniciaciones al desierto son cuatro. Primera: no hablar. Resulta obvio que todo silencio suponga abstenerse del lenguaje oral, pero mi experiencia en la animación de estos retiros me confirma en que es preciso explicitarlo, pues esta primera consigna es de hecho la primera que se suele olvidar. Buena parte de los asistentes, además, no han hecho nunca la experiencia de estar 48 horas sin pronunciar palabra, y esto constituye casi siempre y para la mayoría una grata novedad.

La segunda regla es no gesticular. Aunque parezca increíble, son muchos los que creen cumplir con el silencio si no profieren palabra, comunicándose con los demás mediante muecas o gestos. Resulta una advertencia casi infantil, pero la experiencia me dicta una vez más la conveniencia de explicitarla.

Tercera regla: no leer. Los occidentales hemos identificado la lectura con la vida interior, ese ha sido nuestro error. Ocupando buena parte de la misma, los libros no agotan la interioridad. La lectura, además, supone un enriquecimiento para la mente, pues por su medio nos abastecemos de imágenes e ideas. Pero el silencio no busca la riqueza interior, sino precisamente la pobreza, lo que en el budismo se llama vaciamiento y en el cristianismo olvido de sí. Los meditadores no nos ejercitamos en el silencio para llenarnos, sino justamente para vaciarnos y así, vacíos, experimentar esa sed primordial que nos acerca a la Fuente. Nos vaciamos porque vacío y plenitud se dan la mano, porque nada y todo son, como testifican todos los místicos, una única cosa.

La última regla de juego es, desde luego, la más difícil, y suelo decirla a sabiendas de que serán pocos las que la seguirán: desconectar los teléfonos móviles. Pasar dos días sin comunicación con el exterior es algo, por lo general, superior a nuestras fuerzas. Casi nadie sabe estar hoy un rato sin conexión a internet; eso es un hecho indiscutible, como demuestra la inmediatez con que encendemos nuestros teléfonos móviles en cuanto aterrizamos y nos bajamos de un avión. Y sin embargo, a mayor conexión con el exterior, menor con el interior. No es posible estar fuera y dentro de una casa al mismo tiempo. Sin desengancharnos de la red, nuestro retiro del mundo es sólo una ilusión.

Doy fe de que la práctica totalidad de cuantos se inician a la experiencia del silencio en los Amigos del desierto, como probablemente de quienes lo hacen por otros métodos con el aval de cierta tradición, quedan no sólo sorprendidos de su capacidad de resistencia -así la llaman-, sino de los efectos que produce en el alma humana, que inesperadamente se esponja y alegra, y ello hasta el punto de propiciar una cierta relajación de las facciones. El silencio hace milagros, aunque no naturalmente en dos días y para siempre. El silencio nos reconcilia con lo que somos y nos hace mejores. Gracias al silencio comenzamos a parecernos a quienes realmente somos, y esa es, ciertamente, la mejor de las noticias.

Pablo d´Ors • Sacerdote y Escritor

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Breve método de meditación

¿Sabes que hay un tesoro dentro de ti? La mayoría lo ignora. Casi todos están tan preocupados por encontrar una persona que les quiera, unos cuantos amigos con quienes salir los fines de semana, una buena formación que les permita afrontar el futuro, un trabajo para tener un lugar en la sociedad y un sueldo para comprar lo necesario que, preocupados por lo de fuera, casi nadie explora lo que tiene dentro. Algunos han oído hablar de ese tesoro y han intuido que existe verdaderamente. Cuando se han quedados absortos ante un paisaje hermoso, por ejemplo. O cuando han encontrado el amor de su vida. O incluso en algún instante durante alguna ceremonia religiosa. Pero, ¿cómo entrar en el fondo de nuestro corazón, donde, según dicen, está escondido ese fabuloso tesoro? Hay un camino: la meditación.

“Meditatio” es una palabra latina que significa stare médium, lo que traducido es algo así como “permanecer en el centro”. Normalmente estamos dispersos: en muchos sitios y en ninguno, dando vueltas y vueltas en la periferia de nosotros mismos. La meditación es un peregrinaje al centro de nosotros mismos. Allí el paisaje interior se simplifica y, de pronto, empezamos a sentirnos bien.

“Contemplatio” también es una palabra latina. Significa “estar en el templo”. Nuestro centro es un templo: ahí habita algo o alguien sagrado. Las personas religiosas lo llamamos Dios o Espíritu. Los no creyentes prefieren hablar del Misterio o del Ser. No importa cómo lo designamos: Él es igualmente operativo con independencia de nuestro lenguaje.

A lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía del planeta, todas las religiones han buscado un acceso a este núcleo de luz que hemos llamado “el tesoro”. Algunos lo han encontrado en la naturaleza. La inmensidad de la montaña o la vastedad de un océano les han ayudado a pensar en Dios y a sentirle cerca. Otros lo han encontrado en la cultura.

Dicen que Dios se ha revelado en algunos libros, que por ello son sagrados. Pero hay una vía más sublime que no niega las anteriores, sino que las trasciende: el silencio. La razón de su excelencia radica en que va al misterio del ser directamente. No por medio de la imagen, como quienes defienden la vía natural; no por medio de la palabra, como quienes defienden la vía cultural; sino que se trata de un camino in-mediato, pero hay que aprenderlo.

Meditar es muy sencillo, lo difícil es querer meditar. Meditar, como contemplar, es tan sencillo que tendemos a desconfiar. Nos han enseñado a creer que sólo lo complicado es valioso. Pero no es así. La mayor necesidad del alma es, precisamente, la simplicidad. No todos podemos decir o escribir palabras sabias o hermosas; pero todos, en cambio, podemos meditar, es decir, silenciarnos.

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Meditar no es reflexionar o pensar en asuntos trascendentes. Meditar es apartarse de los ruidos externos y, sobre todo, acallar los internos. A esta meta se llega gracias a una actitud fundamental: decidir retirarse. Podemos retirarnos cinco minutos, diez, quince… También podemos retirarnos un día, dos o incluso más.

Pero para ello hay que tener la determinada determinación de apartarse de los demás durante un rato para, precisamente, estar con nosotros mismos. A mayor desconexión con el exterior, mayor posibilidad de conexión interior. Por eso no es posible meditar con el teléfono móvil encendido.

Las fases que todo meditador debe recorrer son:

  • El trabajo con el cuerpo o relajación.
  • El trabajo con la mente o concentración.
  • El trabajo con el alma o contemplación.

Lo primero y más básico es el cuerpo. No tenemos un cuerpo, sino que somos corporales. Sin cuerpo no seríamos seres humanos. La postura ideal para la meditación es sentado. Sea en una silla, para quienes carezcan de flexibilidad en las articulaciones; en un zafu o cojín-zen, con las piernas en la posición de loto; o en un banquito de oración, arrodillado. Lo importante es que la espalda esté erguida. Para ello ayuda meter ligeramente el mentón e imaginar que un hilo invisible tira de nuestra coronilla hacia arriba. Esto nos colocará las vértebras en su sitio de inmediato.

Junto a la espalda, en la meditación también son muy importantes las manos. El centro neurálgico del hombre está en la visión budista en el vientre, de modo que éstas se colocan a esta altura del cuerpo y en el mudra o posición de Buda, con la mano derecha bajo la izquierda y los pulgares tocándose, ni hacia arriba formando una montaña ni hacia abajo formando un valle, sino en línea recta.

 

El centro neurálgico en la visión cristiana del hombre está en el corazón, de modo que la postura clásica para la oración entre cristianos es con las manos unidas, recogiendo la energía de una en otra, precisamente a la altura del corazón. En la mayor parte de la iconografía cristiana, Cristo aparece con las manos a la altura del corazón y una frente a la otra. Y esa es, justamente, la postura de los sacerdotes católicos cuando celebran la Santa Misa, que es el culto cristiano por excelencia. Al igual que el mudra budista, esta postura de una mano frente a la otra favorece el recogimiento y potencia la concentración. Claro que también cabe simplemente apoyar las manos en el regazo con las palmas hacia arriba, en disposición y signo de acogida.

A causa de nuestro ritmo vital, demasiado acelerado, y de nuestras preocupaciones y tensiones, nuestro cuerpo está normalmente acartonado y rígido. Hemos de aprender por ello a distenderlo o aflojarlo. Para ello, cierra o entrecierra los ojos y estarás listo para la relajación. Si prefieres dejar los ojos entrecerrados para evitar quedarte dormido o para dominar mejor tus fantasías, no fijes la mirada en un punto. Procura que tu mirada sea abierta y blanda.

Para relajarte, imagina que un líquido tibio, brillante y agradable, al que vamos a llamar nanso, desciende muy lentamente desde la coronilla de tu cabeza hasta la planta de tus pies y que, en la medida en que lo haga, relajarás las tensiones y entrarás en un estado más profundo, más perfecto y más saludable. Imagina ya al nanso descendiendo por tu cuero cabelludo y por la frente. Borra las arrugas de tu frente. Imagina ahora que tus párpados caen pesados como dos telones. Siente en los orificios nasales el frescor de la inspiración y el calor de la espiración. El nanso está ahora en tus mejillas, en el labio superior, en la boca -puedes humedecer tus labios si lo deseas-, en la mandíbula, suelta la mandíbula. En el cuello y en la nuca. Imagina ahora al nanso tibio, agradable y brillante descendiendo por tus hombros y brazos, por el pecho –detente ahí mismo unos segundos si lo deseas-, por el estómago y el vientre, las cervicales, dorsales y lumbares, por el abdomen, el sexo y las caderas, y, por fin, por las piernas y los pies, las plantas de los pies. Ya estás en un nivel más profundo, perfecto y saludable. Toma una respiración profunda y disfruta de este estado.

Para el trabajo con la mente se procede atendiendo a la propia respiración. No fuerces tu respiración, mantén su ritmo natural y regular. La respiración es el ritmo biológico que reproduce o es análogo al ritmo espiritual por excelencia, que no es otro que el de dar y recibir: la donación y la acogida. Nuestra vida es sana si existe armonía entre ambos movimientos de este ritmo, si sabemos amar y dejarnos amar, ayudar y dejarnos ayudar. Limítate a seguir tu respiración.

Podrás concentrarte mejor, seguramente, si cuentas las respiraciones: del 1 al 10 y, llegado al 10, vuelta a comenzar.1 en la inspiración, 2 en la espiración, 3 en la inspiración, y así hasta llegar al número 10. Si te has distraído y has seguido contando, no te preocupes y vuelve al comienzo. Si logras estar en la respiración y en el centro de las palmas de tus manos, habrás logrado controlar un poco tu habitual dispersión mental.

Todas las tradiciones espirituales, orientales y occidentales, dan mucha importancia a la respiración como forma de concentración. Solamente cuando hemos alcanzado cierta familiaridad con esta fase podemos pasar al trabajo con el espíritu, lo que hemos dado en llamar “contemplación”.

En el budismo zen, al menos en algunas escuelas, llegados a este nivel suele trabajarse con los llamados koan. Un koan es una suerte de acertijo que el maestro pone a su discípulo para que trabaje en él durante la meditación, pero no para que lo resuelva, sino para que se disuelva en él. Pondré un ejemplo para aclarar el concepto. Uno de los primeros koan dice así: ¿cuál es el sonido de una sola mano? Nuestra mentalidad racional se pone inmediatamente en marcha y piensa que si el ruido de dos manos es una palmada, el de una sola será el silencio. ¡Error! El koan no pide una solución racional, sino visceral e intuitiva. El buen maestro sabe cuándo su discípulo ha desentrañado un determinado koan.

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En la meditación cristiana se trabaja con jaculatorias o mantras. Un mantra es una palabra poderosa, eso es lo primero. En realidad, las palabras son siempre eficaces o poderosas. No es lo mismo lo que se genera en una persona cuando escucha: “eres un inútil”, que cuando escucha: “eres un tesoro”. A quienes dudan del poder del lenguaje, suelo aconsejarles este ejercicio: desde que te despiertes mañana por la mañana hasta que te acuestes por la noche, repite en tu interior, siempre que te acuerdes, este mantra: “soy un desastre”. Te puedo asegurar que ya por la tarde vas a empezar a sentirte mal, y que al anochecer te sentirás el hombre más desgraciado del mundo. O, por el contrario, desde que te despiertes mañana por la mañana hasta que te acuestes por la noche, repite en tu interior, siempre que te acuerdes, el mantra: “soy maravilloso”. Bastará cien o, como máximo, doscientas recitaciones para que empieces a sentir una ligera mejoría anímica. En la medida en que incrementes la recitación, el bienestar aumentará, y esto ¿qué significa? Pues que somos responsables de nuestro bienestar o malestar emocional en una medida mucho mayor de lo que imaginamos.

Pero el mantra no es sólo una palabra poderosa. También es una palabra sagrada. Una palabra es sagrada si ha servido a lo largo del tiempo para poner a las personas en relación con la trascendencia, es decir, con algo o alguien más allá de ellos mismos: algo superior, invisible, esencial, incondicional. No es lo mismo decir “guachi-guachi”, por ejemplo, que decir “Cristo-Jesús”. “Guachi-guachi” es una palabra, cierto, pero no significa nada. Con el nombre Cristo-Jesús, en cambio, millones de personas a lo largo de la historia han encontrado consuelo, fuerza y esperanza. Es una palabra cargada de significado. Tan es así que los creyentes estamos convencidos que convoca a la persona que conocemos por ese nombre.

Pero es que además de poderosa y de sagrada, el mantra es una palabra sola. Esto quiere decir que cuanto más sencillo sea el mantra que recitamos, mayores serán también sus frutos. ¿Por qué? Porque si lo que se busca es la simplicidad del corazón, es conveniente que el medio –la palabra simple- esté ajustada al fin que se propone.

Meditar o contemplar consiste, dicho en pocas palabras, en recitar atenta y devotamente tu mantra. En la medida en que estás en esa palabra y en nada más, estarás relajado, concentrado e irás entrando en tu cámara interior, en ese tesoro cuya principales perlas son la lucidez, el coraje, la alegría y la compasión.

Si eres cristiano, te sugiero el mantra “Cristo-Jesús”. “Cristo” en la inspiración y “Jesús” en la espiración, enviando a ese Jesús, mientras espiras, al centro de la tierra. No debes añadir ninguna imagen a esa palabra ni tampoco imprimir en ella alguna intencionalidad de súplica, petición de perdón o acción de gracias. La palabra es tanto más eficaz cuanto más desnuda esté de imágenes e intenciones añadidas. Si no eres creyente, en cambio, te sugiero el mantras “sí”, Recítalo lentamente en la inspiración, enviando también ese “sí” al fondo de la tierra.

Para iniciarse en la meditación, tal y como la acabo de proponer, es conveniente que te sientes en silencio y quietud al menos media hora diaria. Menos de veinte minutos es poco eficaz. Una hora de meditación en dos periodos de media hora, uno por la mañana al despertar y otro por la noche poco antes de irse a dormir, es el ideal. Por la mañana, la meditación tonifica el día, predisponiéndolo a la atención y a la receptividad. Por la noche, la meditación recoge lo que la jornada nos haya deparado, limpiándonos por dentro y predisponiéndonos a un sueño reparador. En meditación casi todo depende de la constancia. Si hacemos silencio todos los días, aprenderemos a convivir con nosotros mismos, estaremos más en paz  y el mundo irá decididamente mejor.

Artículo escrito por Pablo D’Ors,
Sacerdote Jesuita, escritor y expereto en meditación
Publicado en el nº 12 de la revista Ideas Imprescindibles

¿Qué es y para qué sirve la meditación?

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Cada vez más personas practican la meditación. Personalidades como Steve Jobs, David Lynch, George Harrison, Richard Gere, Gwyneth Paltrow, Clint Eastwood, Jennifer Aniston o Alanis Morrissette son o fueron meditadores expertos. Muchas compañías punteras como Google ofrecen programas de meditación para sus empleados e incluso la meditación se practica dentro del ejército de Estados Unidos. ¿Pero la meditación es una practica realmente beneficiosa o se trata sólo una moda pasajera?

Para las mentes más abiertas, la meditación es una práctica milenaria que permite dominar la mente y al mismo tiempo alcanzar un estado de conciencia plena. Para los más racionales, la meditación es una técnica que reduce el estrés y aumenta el bienestar general.

No se conoce con exactitud el origen histórico de la meditación pero se cree que surgió hace más de 5.000 años, en la India, dentro de la tradición védico-hinduista, y en concreto dentro del movimiento ascético que conocemos como yoga. Las religiones posteriores -budismo, cristianismo, la tradición cabalística judía o el sufismo musulmán- profundizaron en las prácticas meditativas, conscientes de sus efectos beneficiosos.

La introducción de la meditación en Occidente se debe sobre todo a la labor evangelizadora de figuras como Swami Vivekananda (1863-1902), Paramahansa Yogananda (1893-1952), Jiddu Krishnamurti (1895-1986) y Swami Vishnudevananda (1927-1993), que viajaron desde la India hasta Estados Unidos para dar a conocer la meditación al mundo occidental.

Hasta la década de los setenta, la meditación siempre estuvo ligada al plano religioso-espiritual, pero como consecuencia del trabajo de investigación de médicos, psiquiatras y psicólogos como el norteamericano Jon Kabat-Zinn, la meditación también empezó a introducirse con resultados muy positivos en los tratamientos a pacientes que sufrían estrés, ansiedad o depresión. Surgió así lo que conocemos como “Mindfulness”. El propio Jon Kabat-Zinn, creador del Mindfulness, lo define como “prestar atención de forma intencionada al momento presente, sin juzgar”. El Mindfulness es una disciplina, alejada de toda vinculación espiritual, que se basa en el método científico, es decir, en la observación sistemática, la medición y la experimentación.

Esta nueva visión de la meditación ha facilitado una mayor comprensión por parte de las mentes occidentales, más pragmáticas y escépticas que las mentes orientales, y ha sido clave para su expansión dentro de sectores tan influyentes como la alta dirección, la cultura o el deporte de élite.

¿Pero cuáles son realmente los efectos de la meditación? ¿Por qué cada vez son más los médicos que la recomiendan y son más las personas que la practican en todo el mundo?

A continuación enumeramos diez beneficios que han sido demostrados a través de estudios científicos.

  1. Ayuda a aumentar la atención. La meditación incrementa nuestra capacidad para estar atentos y nos ayuda a centrarnos durante más tiempo en una tarea.
  2. Fortalece el sistema inmunológico. La práctica de la meditación eleva nuestro número de leucocitos y linfocitos, las células de la sangre que ayudan a luchar contra los virus y las bacterias.
  3. Reduce el impacto emocional del dolor. Las personas que meditan toleran mejor el dolor, porque las áreas de sus cerebros que responden al dolor se muestran menos activas.
  4. Relaja. La amígdala, el conjunto de neuronas responsable de la gestión del miedo, la ansiedad y el estrés, es más pequeño entre los meditadores. Esta circunstancia provoca una notable reducción de los niveles de estrés.
  5. Reduce en un 50% la posibilidad de sufrir un ataque cardíaco. Los enfermos coronarios que practican meditación sufren la mitad de accidentes cerebrovasculares que aquellos que no la practican. Además la meditación reduce la hipertensión y los niveles de colesterol.
  6. Aumenta el grosor del cerebro. La meditación incrementa el volumen de materia gris en áreas relacionadas con la regulación de las emociones y el autocontrol, aumenta el grosor cortical en áreas relacionadas con la atención y refuerza la región del cerebro central (cingulado anterior) que regula el dolor.
  7. Retrasa el envejecimiento. Los meditadores muestran una mayor actividad de la enzima telomerasa, encargada del mantenimiento de los extremos de los cromosomas –los denominados telómeros –, lo que redunda en un retraso del envejecimiento celular.
  8. Aumenta tu autocontrol. La meditación ayuda a gestionar emociones negativas como la ira. Los meditadores tienen una mayor capacidad para encontrar el equilibrio y para mantener la calma en situaciones de estrés.
  9. Mejora tu vida social. La meditación fomenta la actividad de las neuronas espejo, lo que revierte en una mayor capacidad para sentir empatía y favorecer la creación de vínculos sociales. Además reduce sensaciones como la soledad y la angustia.
  10. Potencia la creatividad. La meditación genera claridad mental y emocional, despeja la mente y mejora la capacidad de concentración. Algunos meditadores aseguran que durante la meditación experimentan revelaciones e inspiraciones.

 

El Hombre Mas Feliz del Mundo – Que Es La Meditacion En Terminos Simples

 

Artículo escrito por Jesús Vázquez, Director Creativo de Materiagris
Publicado en el nº 8 de la revista Ideas Imprescindibles

Miriam Subirana tus decisiones crean tu realidad

Tus decisiones crean tu realidad

Miriam Subirana tus decisiones crean tu realidad

A lo largo del día tomas muchas decisiones. Algunas te incumben a ti, son pequeñas y no tienen aparentemente mucha trascendencia. Por ejemplo qué camisa o qué zapatos te vas a poner. Otras decisiones influyen o repercuten en otras personas. Otras cambian el rumbo de tu viaje por la vida. Con cada decisión que tomas y aplicas vas creando tu realidad presente y construyendo tu futuro.

Por ejemplo, tuviste un accidente porque decidiste cruzar la calle esa noche, en ese momento y en ese lugar. Resbalaste y te torciste el pie porque mientras andabas tu mente estaba en otro sitio y tu visión distraída. Además, ese día habías decidido ir con sandalias y no con los zapatos que protegen tus pies.

Puede ser difícil de aceptar, pero lo cierto es que con nuestras decisiones creamos nuestra realidad y nuestro destino. Somos responsables de la realidad qué vivimos y de cómo la vivimos.

Algunas decisiones implican un cambio importante de realidad, cómo cuando la oruga inicia la creación del capullo y se mete en él, su realidad cambia hasta el punto de cambiar de forma: vive la metamorfosis. Si la oruga simplemente decide cambiar de hoja sobre la que posarse a comer, aplica un pequeño cambio de lugar sin realmente transformarse. Sigue realizando la misma actividad.

Hay terapias que te llevan a cambiar tus muebles interiores de sitio, quizá te sientes más cómodo con esos cambios, pero sigues con los mismos muebles. Es mantenerse como la oruga que simplemente cambió de hoja sobre la que posarse. Aún no te metiste en el capullo, donde se dará la metamorfosis que te permitirá transformar por completo el mobiliario interior, eliminando la carcoma y los muebles inservibles.

Cuando las decisiones que tomas pueden repercutir en otras personas, tu responsabilidad incrementa. Necesitas fortalecer tu habilidad de discernir para responder adecuadamente, es decir la response-habilidad. Esta habilidad brota de un corazón calmado, una mente serena y un intelecto claro. Se fortalece con valentía, confianza y determinación. Practicar la meditación da sosiego al corazón y serenidad a tu mente. Cuando meditas incrementan tu claridad y tu confianza. Tu discernimiento se amplia, se agudiza, ves más y mejor.

 

Podéis leer el artículo completo en el segundo número de nuestra revista digital gratuita, haciendo clic aquí.

Por Miriam Subirana (conferenciante internacional, coach, escritora y artista), será nuestra próxima conferenciante el jueves 3 de Julio a las 19:30h en Caixa Forum Madrid.

Abrazarse desde el silencio

11-A-Blog-Ideas-Imprescindibles-post-abrazarse-vidaCaminamos muy rápido en la vida. Las presiones externas son cada vez más exigentes. Especialmente en tiempos revueltos. Sólo existe tiempo para la Acción.  

Vivimos en una comunicación constante con el exterior

Vale la pena observar cómo caminamos por la calle: constantemente enlazados en las nuevas tecnologías, a los seres que nos rodean. ¿Cuántos mensajes recibes o envías cada día? Llamadas, sms, emails, whatsapp, facebook, twitter… Vale la pena observarnos en el tren, en el autobús, cuando nos desplazamos caminando de un lugar a otro. Enlazados con el ruido externo en infinitos formatos, a través de no menos infinitos aparatos, cada vez más confortables, cada vez más rápidos y eficaces acelerando nuestra comunicación con el exterior. ¿Cuántos mecanismos que ni siquiera imaginamos tienen todavía que nacer? Seguro dejarán a nuestros actuales “enlazadores” en la prehistoria en tan solo unos pocos años. Puede que unos meses.

 

¿Somos capaces de cerrar el grifo de la comunicación durante 24 horas?, ¿Hemos intentado apagar ordenador, teléfono y similares 24 horas? Visualiza esta situación un instante…sólo un instante. Reconozcamos que, cuanto menos, esta visualización no es sencilla. ¿Te has preguntado por qué dedicas tan breves espacios para el silencio del cuerpo y de la mente?

 

Podéis leer el artículo completo en nuestra revista digital gratuita, haciendo clic aquí.

Por Gopala (Maestro de yoga, discípulo directo de Swami Vishnudevananda y poeta)