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Plogging: correr para cuidar el medio ambiente

¿Qué pasa cuando el respeto por el medio ambiente se une con la pasión por el deporte? El resultado se llama “plogging” y ya lo practican miles de personas en todo el mundo. El “plogging” surgió en Estocolmo en 2016 y consiste básicamente en correr, hasta ahí nada inusual, sólo que mientras corres debes recoger toda la basura que vayas encontrando a tu paso. El origen de la palabra “plogging” hay que buscarlo en el término sueco “plogga”, que a su vez surgió de fusionar los verbos “plocka” (recoger) y “jogga” (correr).

Después de ganar numerosos adeptos en Suecia, la práctica del “plogging” se extendió pronto a Finlandia, Noruega y Dinamarca, más tarde al resto de países europeos, y posteriormente a Estados Unidos. En la actualidad más de 20.000 personas de más de 100 países practican con frecuencia el plogging y el número no para de aumentar.

Los ploggers aseguran que la práctica de este singular deporte supone un ejercicio muy completo, ya que quema un alto número de calorías (entre 240 y 360 calorías cada 20 minutos), debido sobre todo a que exige constantes movimientos de brazos y sentadillas. Además, mejora y refuerza la resistencia, la coordinación, la salud caridiovascular, la capacidad pulmonar y la velocidad.

Muchos ploggers publican fotos en Instagram mostrando imágenes de sus carreras con el hastag #plogging. En sus fotos puede verse el estado final de las calles tras su paso, limpias de basura y desperdicios.

El “plogging” se ha convertido en un nuevo símbolo del movimiento ecologista mundial y demuestra que el cuidado del medio ambiente puede ejercerse de formas muy variadas.

No es casual que el “plogging” haya surgido en Suecia. El país nórdico es un ejemplo de respeto por el medio ambiente, de hecho, en Suecia se recicla el 99% de la basura e incluso compran desperdicios a otros países para generar energía. En Suecia se abrió el primer centro comercial de productos reciclados y el gobierno sueco subvenciona a los ciudadanos las reparaciones de sus viejos electrodomésticos.

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El “plogging” no es competitivo, sus adeptos sólo buscan dos objetivos: mantener el buen tono físico y eliminar la basura de las calles. Sin embargo, la mayoría de los ploggers consideran las fotos que publican en sus redes sociales un suculento botín.

En España el plogging se practica de forma minoritaria, pero cada vez son más los corredores españoles que se calzan las zapatillas para salir a la caza y captura de desperdicios callejeros.

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Sobre la técnica de recogida de basura, los ploggers más experimentados recomiendan realizar dos tipos de ejercicios para mejorar el rendimiento en carrera: la recogida a peso muerto a una pierna y la recogida en sentadilla de sumo. También aconsejan cambiar constantemente la bolsa de brazo para evitar contracturas.

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En las redes sociales el “plogging» tiene también tiene una legión de seguidores. Bajo la marca “plogga” en esta página (https://spark.adobe.com/page/JjtHQYm7ijmVg/ ) podrás encontrar una gran cantidad de información, eso sí está en sueco. También son muy activas sus redes sociales, donde los ploggers publican sus carreras y se citan para correr en grupo. De esta manera el “plogging” se ha convertido también en una forma muy sana y ecológica de conocer gente.

Así que ya sabes, si quieres contribuir a preservar el medio ambiente y de paso quemar unas cuantas calorías, cálzate tus zapatillas, coge una bolsa de basura vacía y sal a correr. Tu salud y el planeta te lo agradecerán.

Ideas Imprescindibles ecologia emocional

Ecología Emocional: un nuevo horizonte para la gestión sostenible de nuestras emociones

Ideas Imprescindibles ecologia emocionalEl deshielo del polo norte, el calentamiento de la Tierra, la capa de ozono, las energías contaminantes y la sobrexplotación de los recursos naturales son fenómenos que oímos a diario en los medios de comunicación. Lamentablemente, la crisis medioambiental es un hecho por todos conocida; ahora bien, lo que quizás no se conozca tanto sea la aplicabilidad y los paralelismos que se pueden establecer entre estos términos y la vida emocional de cada uno de nosotros.

El medio ambiente tiene mucho más que ver con nosotros de lo que podemos pensar a primera vista. No sólo porque con nuestro consumimos exasperado y nuestros estilos de vida estemos provocando tales desastres naturales, sino sobre todo, porque el mundo que habitamos y destruimos refleja lo que nos está pasando en nuestro interior, nos habla de cómo nos tratamos también a nosotros mismos.

Si entendemos nuestro bienestar emocional como un ecosistema que está conectado en mutua interacción con los demás y con el mundo que nos rodea, no será difícil empezar a ver las similitudes y equivalencias entre uno y otro terreno. Así lo plantean Mercè Conangla y Jaume Soler, creadores del término Ecología Emocional, un concepto que se está extendiendo como la pólvora en los últimos años y se está aplicando con gran éxito en innumerables ámbitos, como el desarrollo personal, la educación, la salud o la organización empresarial, por citar sólo algunos de ellos.

Pero, ¿qué es exactamente la Ecología Emocional? Tal y como sus autores la definen, se trata del arte de gestionar nuestras emociones y sentimientos de forma que su energía promueva conductas que aumenten nuestro equilibrio personal, favorezcan nuestra capacidad de adaptación, la mejora de nuestras relaciones y el respeto y cuidado de nuestro mundo. Dos valores están profundamente unidos a este planteamiento: la responsabilidad y la conciencia del impacto emocional global, pues la gestión de las propias emociones no se puede delegar a otras personas.

Si bien no nos podemos responsabilizar de lo que sentimos en la mayoría de las situaciones, si somos responsables y nos tenemos que hacer cargo de lo que hacemos con aquello que nos pasa y de las consecuencias que de ello se derivan. Así, debemos reciclar nuestros residuos emocionales a diario, de lo contrario, corremos el riesgo de utilizar a quienes nos rodean como contenedores para volcar nuestra tensión y toxicidad no procesada.

 

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Por Diego Albarracín y Ana López / Centro Abierto