Las rubias de Hitchcock

cine-Hitchcock

Grace Kelly y Cary Grant, “Atrapa a un Ladrón”, 1955.

Es de todos conocido que el mago del suspense fue uno de los más consagrados erotómanos del cine clásico. En este sentido nunca le gustó ofrecer una imagen burda ni evidente del mismo, sino que optó por un erotismo distante,  refinado, misterioso como las historias que solía contar. El director británico recreó todas sus obsesiones y fetichismos, personificándolos en algunas de sus actrices favoritas, las célebres “rubias de Hitchcock”. Estas se vieron envueltas en historias escabrosas y masoquistas como en “Los pájaros” (1963), traumáticas como “Recuerda” (1945), “Atormentada” (1949) o “Marnie, la ladrona” (1964), o decididamente terroríficas como en uno de sus primeros títulos mudos “El enemigo de las rubias” (1927) y su remake americano “Frenesí”(1972), sin olvidar la famosa ducha de Janet Leigh en “Psicosis” (1960) su rubia más atrevida y carnal, con un destino inevitablemente fatal.

Aunque esta obsesión por las heroínas bellas, frías, continuamente amenazadas por si mismas y por el entorno ya está presente en la etapa inglesa, es en el periodo americano donde cobra un protagonismo absoluto. En Hollywood el director se encontró con la mayor cantera de actrices que el Star System de la época podía ofrecer, sacando un extraordinario partido de sus estrellas, cuando no creándolas él mismo a base de imponerlas en una serie de vehículos en los que materializar sus fantasías.

No podemos olvidar a la primera rubia destacable de su filmografía antes de la llegada a los estudios de California, la bellísima Madeleine Carroll de “39 escalones” (1935), una excelente trama de espías que la obliga a dormir esposada al protagonista Robert Donat en una de las habituales jugadas maestras de Hit a la censura, similar a la vivida por Eva Marie Saint (la rubia despierta y mordaz) y Cary Grant en “Con la muerte en los talones” (1959) donde a la escena en la que van a vivir su noche nupcial le sigue un plano del tren en el que viajan introduciéndose en un túnel, inevitable referencia al acto sexual que se esta desarrollando en el compartimento. Talento en estado puro…

Joan Fontaine fue la rubia asexual e insulsa, amenazada por la sombra demasiado larga de “Rebeca” (1940) la anterior esposa de Maximilian de Winter muerta en extrañas circunstancias, y víctima potencial de un esposo enigmático, un poco habitual Cary Grant del que nunca se llega a saber realmente si es un asesino o simplemente un encantador caradura que sirve vasos de leche con arsénico a su señora en “Sospecha” (1941) .

A Fontaine le siguió la fantástica Ingrid Bergman, la rubia apasionada de títulos como “Recuerda” (1945), una doctora experta en todo tipo de desajustes mentales que se enamora irremisiblemente de uno de sus pacientes con el rostro de Gregory Peck, “Encadenados” (1946) la ninfa con pasado dudoso que vive una relación de amor-odio con el celoso Cary Grant y está a punto de morir envenenada a manos de un marido nazi exiliado en Argentina, o la frágil protagonista de “Atormentada” (1949) otra esposa amenazada por un marido macabro y una criada cómplice de sus manejos.

Grace Kelly fue la rubia sofisticada a punto de ser asesinada por un esposo sin escrúpulos en “Crimen perfecto” (1954), la acompañante de un fotógrafo con tendencias de “voyeur”, dicotomía del propio Hitchcock, en “La ventana indiscreta” (1954) y la refinada heredera americana que regenera a Cary Grant de sus fechorías en “Atrapa a un ladrón” (1956), donde los excelentes primeros planos dando protagonismo a las miradas y besos entre los protagonistas caldean la acción en un chispeante juego de intriga y pasión.

“De entre los muertos” (Vértigo) (1958) convirtió a Kim Novack en mito erótico de la pantalla, una rubia misteriosa y distante que juega continuamente al engaño y el equívoco pagando un alto precio por ello. Una obra maestra cumbre e imprescindible en la filmografía del genio inglés.

Con Grace Kelly el cine de Hitchcock se vio tocado por un halo elegante y sofisticado, una frialdad a punto de derretirse que sirvió de manera singular a los propósitos del director. Ante la imposibilidad de contar con ella para sus proyectos futuros, dado que ésta ya se había convertido en princesa de Mónaco, Hit recreó su personalidad en la modelo Tippi Hedren, la rubia amenazada por miles de aves enardecidas en “Los pájaros” (1963) y la cleptómana de “Marnie, la ladrona” (1964), una seductora acomplejada por su frigidez producto de un macabro trauma de la infancia, rescatada de sí misma por el viril Sean Connery a punto de vestir el uniforme de James Bond y convertirse en el agente secreto más famoso de la historia del Cine.

En los años 70 el Cine cambió su narrativa, dando más importancia a las historias y el modo en que eran contadas que a sus intérpretes. Esto eclipsó gran parte de la magia y magnetismo de sus estrellas, que se convirtieron en personajes más comunes y accesibles. Sin embargo estas rubias Hitchcocknianas, muñecas al servicio de la imaginación desbordada y retorcida de uno de los talentos más grandes que ha dado el séptimo arte, permanecen fijas en la retina cinéfila. Un narrador único, creador delirante y sarcástico, ávido de superarse a si mismo en cada película, genio irrepetible que se divierte mostrando sus fantasmas al mundo a través de una gran ventana siempre indiscreta…

 

Artículo escrito por Daniel Portero Flores • MEDIAPOST GROUP • Responsable Nacional de Back Office
Publicado en el nº 10 de la revista Ideas Imprescindibles