Recogemos todo lo que sembramos

Ocasionalmente leemos en las noticias que un barrendero o un taxista encuentra un sobre con mucho dinero y lo entrega a las autoridades. Las cantidades son a veces millonarias, en términos absolutos y no digamos en relación con el salario del que entrega ese dinero.

También somos testigos cada día de millones de actos nobles y solidarios en el mundo, muchos de ellos anónimos. Personas que dan y se dan haciendo buenas todas las enseñanzas que recuerdan al hombre su dimensión más elevada.

Frente a este tipo de personas, están las que todo lo quieren para ellas, las que acaparan, las que roban y las que mienten. Son también muy numerosas y las hay en todos los ámbitos. Ese robo puede ser físico pero también emocional.

La ley del karma que se explica en las enseñanzas orientales, y que en Occidente es la ley de la causa y el efecto, es inapelable y al final del día recogemos lo que sembramos. A veces la cosecha se recoge muy pronto. Otras veces tarda más, y parece que ciertas conductas como la mentira, el engaño y la indignidad no pasan factura a sus protagonistas.

Pero realmente sí pasan factura. Dice Aïvanhov que todo queda inscrito en el Libro de la Vida. Y el ser humano ha recibido un gran regalo: el libre albedrío. El libre albedrío nos permite intentar vivir en dignidad o en indignidad, en verdad o en mentira. A veces las fronteras parecen borrosas, pero la mayoría de las veces están muy diáfanas. Cada uno de nosotros puede mirar dentro y también a su vida pasada para intentar cuantificar su saldo neto entre unas y otras, y actuar en consecuencia a partir de entonces. Porque otro de los milagros de la vida es que cada mañana nos da una nueva oportunidad para caminar erguidos e intentar hacer bueno aquello que hemos aprendido, incluso a través del tropiezo. Las caídas son grandes oportunidades: “se cayó del caballo y despertó”. Borges lo explica muy bellamente en su cuento “Funes el Memorioso”.

El Libro de la Vida, decíamos, toma nota de todo. Están los que insisten en sembrar dignidad y verdad. En cada pequeña cosa y por extensión en las grandes. Son la sal de la tierra. Son muchos, en los cinco continentes. Son un gran ejército, que nos llama. Su arma es la verdad y la nobleza. Esos seres son la gran esperanza.

En el Libro de la Vida, tantas veces se nos recuerda, todo queda inscrito.

 

Joaquín Tamames • Administrador Palacio de Hielo S.A. La Nevera