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Educar con cine

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Dentro de su función didáctica considero que no es necesario que una película tenga como objetivo desarrollar un contenido histórico, ético o filosófico para que ésta pueda ser empleada en el aula. Cualquier película se sitúa ella misma en un escenario espacial y temporal que a su vez evoca marcos espaciales y temporales concretos desde las cosmovisiones y percepciones de la sociedad, cultura o autor determinado (García, 2007, p. 123). Esto lleva a poner de relieve la multiplicidad de variables que ofrece el cine como objeto didáctico. Lógicamente, que el Cine cuente con la ventaja de la multiplicidad de variables no exime al docente de realizar un estudio concienzudo de cuales son aquellas películas que mejor se adaptan a lo que se quiere enseñar.

El Cine en sí mismo cuenta con una serie de ventajas que lo constituyen como un buen recurso didáctico y una buena fuente informativa, aunque esto no implica que el Cine adquiera por si sólo la capacidad de enseñar, sino que debe estar en comunión con el docente y, sin quitarle protagonismo a éste último, desarrollar una nueva forma de diálogo (González, Levites, Moreto & Blasco, 2010, pp. 137 – 139). La primera de las ventajas a destacar se debe a su propio carácter visual; es decir, se convierte en un elemento apropiado para la educación a todos los niveles posibles puesto que basa su desarrollo en la lectura de imágenes, algo para lo que todo el mundo, en principio, está capacitado, a pesar de las posibles diferencias culturales, de edad o nivel de estudios.

La segunda de las ventajas está en los diferentes niveles de análisis que ofrece una película. Puede trabajarse con los alumnos una simple lectura lineal de la historia, extrayendo los elemento fundamentales de la trama; realizarse también una lectura estilística (vestuario, uso de cámaras y ángulos, etc.); o pasar a un plano más profundo y de reflexión planteando preguntas como ¿Desde dónde se narra? ¿Qué punto ideológico deja transmitir? ¿Qué es lo que registra y por qué? ¿Qué es lo que obvia y a qué puede deberse? Por ejemplo, si tomamos la película «Uno, dos, tres» de Billy Wilder para el estudio de la Guerra Fría y la situación de Berlín en este momento, es muy importante que los alumnos comprendan que es una película estadounidense rodada en 1961, por lo que la narración de los acontecimientos no será igual que una película rodada por cineastas del bloque oriental.

No se debe olvidar que en muchas ocasiones la realización de argumentos que transcurren en escenarios lejanos temporal y espacialmente no son sino una excusa para plantear reflexiones morales o críticas a la sociedad relacionadas con el momento en el que se está viviendo, pero que al estar situadas en escenarios históricos quedan envueltas en un halo ejemplarizante y universal (Ibars y López, 2006, p. 3). Tomemos como ejemplo «Salvar al soldado Ryan» de Spielberg (1998). Esta película puede ser analizada desde el plano meramente histórico (Segunda Guerra Mundial, avance de los bandos, entrada de los Estados Unidos, Desembarco de Normandía, etc.) o ir más allá y analizarla como una película con la que el director pretende enviar un mensaje pacifista y de alto contenido patriota en la que salvar al único hijo que le queda a una mujer (que ya ha perdido a cuatro) es igual de importante que ganar una guerra, con lo que se podría invitar a indagar a los alumnos sobre el contexto político que vivía Estados Unidos a finales del siglo XX.

En cuanto a su valor como fuente histórica, el Cine puede considerarse como una fuente más, como los textos o las imágenes, si bien es cierto que el cine como fuente historiográfica tiene mayor complejidad frente al resto de fuentes escritas, debido a la suma de lenguajes que encierra (Rodríguez, s.f., p. 19). La confluencia en un mismo recurso de un lenguaje visual, un lenguaje icónico y un lenguaje oral hace que su análisis requiera mayor detenimiento y cuidado.

Todo lo anterior muestra a su vez la necesidad de que el docente cuente con unas habilidades críticas y selectivas de los contenidos de las películas, y también  por parte del espectador (en este caso los alumnos) para poder aprovechar el nuevo modo de aprender. El profesor tendrá que desarrollar habilidades para seleccionar las películas pero también para enseñar a los alumnos a extraer lo máximo de ellas; debe proporcionarles herramientas que puedan aplicar a todo tipo de grabaciones para analizarlas, conocer los elementos que componen la película y sacar de ellas los conocimientos necesarios. Si se le enseñan estas claves el alumno podrá aprender igualmente de una película en la que se vea claramente su intencionalidad histórica, Gandhi o Invictus, por ejemplo, como de otra película cuyo fin no sea el de enseñar, como La reina de África que abre la puerta a estudiar el colonialismo europeo.

Como todo recurso, el Cine por sí mismo no enseña Historia si no se sabe descifrar lo que contiene y presenta. El Cine enseña si se conocen las claves para entenderlo, refuerza el aprendizaje si se tienen conocimientos previos y motiva si el profesor sabe emplearlo correctamente. Por eso, toda película, sea de género histórico o no, debe visionarse con actitud “crítica”, separando los datos importantes de lo meramente artístico. Las películas al fin y al cabo son películas, no tratados históricos o restos arqueológicos; pero si se tiene esto en cuenta su uso es extraordinario (Ibers y López, 2006, p. 7). Como reflexiona C. Stahelin (1976) sobre el potencial del cine como herramienta didáctica para desarrollar tanto contenidos curriculares como valores e incluso las competencias y habilidades propuestas en la educación, dice. Pero la realidad es que, en nuestra era de la cultura, a todos les conviene ver cine. La película está ya incorporada a la cultura. Los libros educan y las películas educan, y los libros sin películas no darán el mismo humanismo de nuestro siglo. Pero así como hay que aprender a leer, así también hay que aprender a ver cine. Y si leer no es deletrear, ver cine no es mirar a la pantalla durante una proyección (pp. 10 – 11).

 

Artículo escrito por Marta García • Historiadora de la Antigüedad
Publicado en el nº 10 de la revista Ideas Imprescindibles