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¿Debemos dejar la política en manos de los políticos?

Hace más de dos mil años, Platón escribió que “el único estado, el estado justo y real, debe estar gobernado por aquellos que miran hacia arriba, por aquellos que basan el gobierno de un estado en la idea de Bien y de Justicia”. Platón definió a estos hombres como “los hombres que viven a la luz del día”. Por contra, para el filósofo ateniense, existían “los hombres que viven entre sueños”, aquellos que “basan su gobierno en un enriquecimiento propio, ansiosos de poder, cargados de avaricia”.

Por desgracia, la Historia ha demostrado que en demasiadas ocasiones las instituciones del poder se han convertido en el cortijo privado de políticos corruptos y sus amigos.

En la mayoría de las democracias, la figura del político profesional se ha consolidado frente a la figura del político ocasional. Desde su juventud han dedicado su tiempo al desempeño de funciones dentro de las instituciones públicas, como parlamentarios, concejales, altos funcionarios, asesores o directivos de empresas públicas. Debido a la pasividad de una mayoría indolente, las estructuras del poder han sido ocupadas, lenta pero inexorablemente, por una red de personas, en algunos casos de dudosa moral, que han convertido la política en su profesión y que, de paso, la han utilizado como plataforma para impulsar actividades paralelas. En España – y en esto “Spain is not different” – política y negocios siempre han ido de la mano, y la corrupción es su expresión más descarnada, pero no la única.

Sin embargo, no debemos incurrir en el error de responsabilizar sólo a estos políticos profesionales de la situación que vivimos. Una parte de esa responsabilidad, en realidad, la mayor, reside en la ciudadanía, ese electorado dócil y complaciente que pone en manos de otros las decisiones que afectan a su propia vida. Quizás haya llegado el momento de cuestionarnos el concepto de representatividad, tal y como ahora lo conocemos.

Desde las primeras sociedades, la política ha sido escenario de corruptelas, intrigas palaciegas, abusos de poder y hasta crímenes. Y los experimentos que se iniciaron con revoluciones populares no invitan tampoco a ser optimistas, ya que tampoco cristalizaron en instituciones más honradas o eficientes.

¿Debemos dejar entonces en manos de los políticos las decisiones que afecten a nuestras vidas o es más conveniente que asumamos nosotros mismos esa responsabilidad por la cuenta que nos trae?

En las listas de los partidos que concurren en España a las próximas elecciones autonómicas y municipales figuran poetas, actores, profesores, escritores o jueces. El actor catalán Juanjo Puigcorbé se presentará como número 2 de la lista de ERC a las elecciones municipales de Barcelona;  el actor y director Alberto San Juan se presentará por Podemos en Madrid; el poeta Luis García Montero será el candidato de Izquierda Unida a la Presidencia de la Comunidad de Madrid; la escritora Ángeles Caso formará parte de la lista de Podemos en Oviedo: la exjuez Manuela Carmena será la candidata de Podemos a la Comunidad de Madrid. Este desembarco de figuras de la cultura o de la judicatura es probable que sea considerada una intromisión por esa red de políticos profesionales que ven peligrar sus privilegios, pero en realidad ésa es la esencia de la democracia y nos devuelve una pureza que se había intoxicado con tantos excesos y escándalos. Ese paso al frente es una forma de tomar partido, una manera de asumir la responsabilidad de ser dueños de nuestras propias vidas, y es sobre todo, un síntoma de madurez.

Quizás haya llegado el momento de llenar las instituciones de maestros, de médicos, de pintores, de músicos, de cocineros, de taxistas, de estudiantes. Quizás hayamos rendido un culto inmerecido al becerro de oro de la gestión y debamos poner el foco en la felicidad de las personas. En la implicación de todos es probable que resida la clave para devolver la legitimidad al arte de la política. Si no es para garantizar el bienestar del pueblo, ¿para qué vale entonces la política?